Por
desgracia nos levantamos cada mañana con noticias espeluznantes que nos desgarran y atormentan por las
salvajadas que unos seres humanos (¿?) son capaces de hacer a otros.
Noticias de asesinatos y violaciones,
abusos de niños y niñas, raptos y venta de personas, conductas de
menores de edad que acaban en muertes prematuras. Atroces comportamientos que
sólo nombrarlos te hieren y rompen el corazón. ¿Pero qué está pasando en esta
sociedad global que nos ha tocado vivir?
Son
varias las respuestas que acuden a la mente pero sin duda, y creo no
equivocarme, todas ellas confluyen en la pérdida de valores morales que desde
hace tiempo –demasiado- imperan en nuestra sociedad. Desde que nacemos el
entorno en el que vamos creciendo nos está condicionando para nuestra vida
futura. Esa socialización nos afecta en nuestras actuaciones y en nuestra forma
de afrontar éxitos y fracasos. La familia, la escuela, los amigos, la religión
o los medios de comunicación van conformando nuestras vidas y la forma en que
nuestro proceder es o no aceptado por la sociedad. Los valores morales, cómo
conjunto de normas y costumbres transmitidos al individuo, son pues fruto de esa
socialización que nos permite diferenciar entre lo bueno y lo malo, lo correcto
e incorrecto, lo justo o injusto.
Desde
temprana edad, los valores morales, son introducidos por la familia con el
ejemplo y modelo que padres y madres van dando a sus hijos: el amor, la
ternura, la comprensión, el dialogo, la amonestación o el castigo; factores que
van conformando el marco social en que el individuo va creando su personalidad.
En las etapas siguientes de nuestras vidas, esos valores, deben ser reforzados por
la escuela en que nos formamos, por la religión que practicamos, por los amigos
con los que nos rodeamos y por los medios con que nos distraemos. El ejemplo
dado por profesores, políticos, medios de comunicación, mundo del espectáculo y
de la música o por los personajes de la vida social y cultural, influyen de
forma singular en la forma de actuar de jóvenes y adultos. La televisión, con
sus más de cuatro horas de media diarias que acompañan a cada uno de nosotros,
perfora nuestro marco socializador y lo hacen que se transforme en un agujero
negro que absorbe toda la inmundicia que sale por la caja tonta (¿tonta?),
influyendo en nuestra forma de ver la vida y de comportarnos; relativizando
cualquier valor que durante años haya podido conformar nuestra personalidad.
Pero
hoy la influencia de la familia, en esa socialización, está quedando en un
segundo plano ante la influencia de las redes sociales. Una influencia que
actúa, en algunas familias, cómo los verdaderos formadores de esos hijos a los
que impunemente se les dejan al albur de sus consecuencias. Es importante
conocer los peligros de cierto uso de la red y de las redes sociales, que
ofrecen la ilusión alternativa aparentemente más verdadera que la que circula por
los cauces clásicos. Por otra parte, y no menos importante, la falta de un
conocimiento y seguimiento de lo que los hijos están realmente aprendiendo y
aprehendiendo en sus respectivas escuelas y universidades es otro elemento
perturbador en la adaptación del individuo a las normas de comportamiento
social. Los amigos y su influencia, ese grupo de pares que hace que desde
pequeños vayan tomando cariños ficticios ante la falta de un verdadero amor de
los padres. Esa enseñanza religiosa, formadora espiritual del individuo, que es
rechazada en escuelas, colegios e institutos como base de la enseñanza
formativa.
La
permisividad que la sociedad está dando a todos estos agentes socializadores es
cultivo evidente de la falta de valores que nuestros jóvenes van asumiendo como
algo normal en su forma de vida. La "indiferencia religiosa", como
forma peculiar de increencia, es una actitud vital en la que el sujeto no
acepta ni rechaza a Dios, sino que prescinde de él, organizando su vida
totalmente al margen de la práctica religiosa. La pérdida de la relación
paterno-filial como indiferencia de cualquier conexión entre padres e hijos es
un elemento que aflige a los seres humanos y les hace ser insensibles al dolor
ajeno. Las amistades, como sostén de una vida falta de cariño familiar, están
llevando a muchas parejas a dirigir sus vidas como algo individual y egoísta
que los encamina claramente a su disolución. Sin valores morales la sociedad se
marchita, se apaga y finalmente muestra la cara más inhumana del ser humano: la
indiferencia, la frialdad y la insensibilidad que hacen más daño que la
aversión declarada.
José Antonio Puig Camps.
AGEA Valencia (Dr. Ingeniero y Sociólogo)
Twitter: @japuigcamps
Publicado 06-11-2016
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