El
pasado lo solemos reescribir en función a nuestros intereses, incluso la
autobiografía más sincera, en apariencia, tiene siempre destellos de adaptarse
a la mejor imagen del autobiografiado. Así que la historia nunca se escribe en
piedra, la historia se escribe y, lo que es peor, se reescribe por intereses.
La historia, pues, no tiene una única versión ni una única interpretación
aunque así nos lo hagan creer. De este modo aparecen la ortodoxia, las grandes
verdades, pero también las guerras, los enfrentamientos y las divisiones. Es
ahí donde nos han ganado para siempre. Sin embargo, cuando somos capaces de
aceptar y mirar al mundo desde puntos de vista diferentes al nuestro,
aprenderemos lo más importante de las lecciones: la incertidumbre.
La
incertidumbre, la duda o la sospecha, es algo innato en el ser humano. Los
creyentes recordamos siempre al apóstol Santo Tomás por su famosa duda acerca
de Jesús resucitado y su admirable profesión de fe cuando vio a Cristo glorioso.
Tomás no dudaba en que amaba a Jesús y se sentía muy apesadumbrado por su
pasión y muerte; sin embargo, dice San Juan (Jn. 20, 24), cuando sus compañeros
le dicen “Hemos visto al Señor”. Él
les contestó: "si no veo en sus
manos la señal de los clavos y no meto mi dedo en el agujero de los clavos y no meto mi mano en la
herida de su costado, no creeré".
El
pensamiento cartesiano puede considerarse como una respuesta a la incertidumbre
de la época en la que fue formulado: por un lado, el hundimiento de un modelo
científico (el geocentrismo) y el nacimiento de una nueva forma de ver el
universo (heliocentrismo) cuyas consecuencias marcarán la modernidad. Por otro,
la ciencia y la religión, las dos grandes “fuentes” de la verdad, se ven
acosadas por la duda. Descartes intenta construir un sistema filosófico que
resuelva esa incertidumbre generalizada, encontrando en la razón humana la roca
firme sobre la que construir un sistema de conocimiento que resista el ataque
de la duda, una filosofía en la que el error no tenga cabida. Sin embargo el
método cartesiano no despejará la duda metódica, la que considera como falso a
cualquier supuesto del que se pueda dudar.
Pero
la incertidumbre suele provenir de la falta o escasez de conocimientos. El
hombre se ve obligado a opinar porque la limitación de su conocimiento le
impide alcanzar a menudo la certeza: puede llover o no llover, puedo morir
antes o después de cumplir setenta años. La libertad humana es otro claro
factor de incertidumbre: hablar sobre la configuración futura de la sociedad o
de nuestra propia vida, es entrar de lleno en el terreno de lo opinable. Lo
cual no significa que todas las opiniones valgan lo mismo.
Vivimos
inmersos en una ceguera total desde el día de nuestro nacimiento hasta el día
de nuestra muerte y, en el breve intervalo que llamamos vida, somos incapaces
de controlar lo que sucede a nuestro alrededor. Esa falta de control nos hace
dudar y nos mantiene en una incertidumbre que solo el necio parece olvidar a
través de un subjetivismo, de unos intereses personales, que deforma las
cuestiones más graves: el terrorista está convencido de que su causa es justa;
la mujer que aborta quiere creer que sólo interrumpe el embarazo; el suicida se
quita la vida bajo el peso de problemas no exactamente reales. Pero al hombre
no le resulta fácil hacer o pensar lo que no debe. Por eso, para evitar esa
violencia interna, si se vive de espaldas a la verdad se acaba en la
autojustificación.
José Antonio Puig Camps.
AGEA Valencia (Dr. Ingeniero y Sociólogo)
Twitter: @japuigcamps
Publicado 08-04-2017