Mi frase




MI Frase
"Cuando la vista se cruza con el deseo, haz que impere la razón".
(José A. Puig)





jueves, 22 de diciembre de 2022

LA MAYORÍA PROGRESISTA

 

En el Viejo Continente la democracia se consiguió con sangre, guerras, revoluciones, agitaciones sociales, reclamación de derechos políticos y civiles. Por lo tanto, resulta normal estar orgulloso de disfrutarla. La democracia es mucho mas que una forma de gobierno, y lo es porque hay formas de gobierno que amparándose en ella la transforman en mucho menos. Así, la democracia pretende dar orden y cauce a las exigencias sociales, convirtiéndose en la herramienta legitimadora de los llamados Estados liberales modernos. Sin embargo, se observa que se está utilizando a la democracia sólo como un proceso legitimador, no como una constitución política, donde el Parlamento resulta ser un espacio de representación de partidos políticos e intereses económicos, no del Pueblo, ni de sus intereses. Unos partidos que asumen el lenguaje, ideario y praxis populista.

Uno de los efectos mas nocivos del populismo sobre el Estado constitucional es la erosión de la democracia liberal. Una erosión, que tiene un carácter gradual y limitado, así como la apariencia de normalidad institucional, lo que le permite ser más difícil de detectar y, como consecuencia, más costoso reaccionar contra ella por parte de las instituciones. No entiende de límites al poder ya que interpreta que representa al “pueblo” en forma directa. Esto genera falta de controles y concentración del poder y, para esto último, no se detendrán ante nada e intentaran protegerse ante los demás con ese barniz que lo llaman “progresismo”.

Ese barniz de progresía, bautizado por el actual Gobierno español con el autobombo de “mayoría progresista”, no es otra cosa que la unión de una serie de partidos con intereses varios, pero con un propósito común:  la disolución de la Constitución y la abolición de la monarquía parlamentaria. Para ello se les llenara la boca de palabrería populista y de considerarse los verdaderos representantes (y al parecer únicos) de la soberanía popular. Sus desmanes, ante esa consideración, les hará creer que pueden hacer lo que quieran, donde quieran y como quieran, pues sus acciones quedan avaladas por el “pueblo”.

Por eso, para conseguir su propósito, van erosionando la democracia liberal poco a poco, sin grandes algaradas, pero con acciones irreversibles. Es curioso que el presidente repite hasta la saciedad, único argumento ante tanto despropósito, de que el principal partido de la oposición es anticonstitucional, siendo precisamente él a quién el Tribunal Constitucional (TC) le ha tumbado más de cinco normas o procedimientos. Quien se salta la Constitución es Pedro Sánchez, que tiene el honor de pertenecer a ese grupo de dirigentes que en el siglo XXI intentan subvertir los fundamentos de las democracias que presiden para adaptarlas a sus intereses.

Vemos pues como, el de este lunes, no ha sido el primer disgusto dado a sus intereses. Parece ser que los socialistas lo han intentado otras veces, sin ir mas lejos el presidente Montilla ya intentó desprestigiar al TC en el año 2010 al rechazar su sentencia sobre el Estatut que le derribó 14 artículos del texto estatutario. Pero la soberbia del presidente del Gobierno es tan grande que, unida a las conveniencias de los partidos que lo sustentan, establece un despotismo que intenta gobernar con un solo poder: el suyo, burlándose de la separación de poderes del Estado.

A pesar de la minoría parlamentaria socialista, y sabedores que todas sus acciones serán apoyadas por esa “mayoría progresista”, han presentado de forma apresurada las enmiendas a la Ley Orgánica del Poder Judicial y la Ley Orgánica del Tribunal Constitucional aprovechando el debate sobre la reforma del Código Penal. Una acción criticable, según el catedrático de Derecho Constitucional Josep M.ª Castellá, al agravar el deterioro del sistema de pesos y contrapesos establecidos en cualquier sistema democrático constitucional. 

José Antonio Puig Camps. (Dr. Ingeniero Agrónomo y Sociólogo)

Publicado 22-11-2022

martes, 6 de diciembre de 2022

EL FIN DE LA CLASE MEDIA

 

El concepto de contrato social tiene una larga tradición en el campo de la filosofía política y de la sociología, desde Thomas Hobbes y John Locke a Jean-Jacques Rousseau y, más modernamente, John Ralws. Que sostienen que este contrato es clave para explicar cómo una sociedad liberal puede funcionar de forma armoniosa. Los economistas clásicos desde Adam Smith hasta Stuart Mill abandonan ese vínculo con el contrato social confiando en el efecto auto regulador de los mercados libres que traería la prosperidad para todos. Pero no ocurrió así. El nuevo sistema capitalista se reveló como una extraordinaria máquina de creación de riqueza, pero sin habilidad para repartirla. Sólo después de la crisis financiera de 1929, la “Gran Depresión” de los años treinta y la Segunda Guerra Mundial (II G.M.) las élites capitalistas entendieron la necesidad de construir un nuevo contrato social. En el caso norteamericano “New Deal” y en Europa el “Estado del Bienestar”.

Ese contrato social, como acuerdo necesario para la convivencia política que establece las reglas del comportamiento moral y político armonioso, fue clave durante los treinta años posteriores a la II G.M., alerto al capitalismo y lo reconcilió con el progreso social y la democracia. El resultado fue la aparición de las grandes clases medias y la expansión de la democracia. Una época donde se redujo la desigualdad, la industrialización permitió elevar la productividad laboral, la economía suministró puestos de trabajo estables y salarios decentes. España construyó un contrato social de ese tipo en la segunda mitad de los setenta, en el inicio de la Transición a la democracia, con los llamados “Acuerdos de la Moncloa” del año 1977 y la Constitución de 1978.

El inicio de los ochenta con la reconversión industrial el contrato social empezaba a hacer aguas. A partir de ese momento, el capitalismo comenzó a dejar de funcionar en beneficio de todos. El crecimiento se alejó del progreso social, la desigualdad que se había reducido volvió a su senda histórica de crecimiento previa a la II G. M., los salarios reales se estancaron o crecieron por debajo de la productividad. España dejó de ser un país industrial. El desempleo crecía y las clases medias menguaban. La gran hecatombe financiera de 2008 ponía en evidencia que la situación era insoportable, y aquel país que a partir de 1994 empezaba a tener esperanza en el futuro la perdía. El rescate financiero de la Unión Europea en 2012, que no fue económico sino solo para sacar a la banca de su caída, dejó a la población con el sentimiento de un trato de favor a la banca que contrastaba con el no dado a los ciudadanos más necesitados.

En estas crisis económicas la que de verdad está padeciendo es la llamada clase media, la cual no solo no recibe ayuda alguna, sino que es la ubre donde el Estado saca los recursos necesarios para enjugar el cuantioso déficit, consecuencia de una gestión política y económica deplorable. Además de soportar la crisis sobre sus ya vencidas y desgastadas espaldas, la sufrida clase media compone la clientela de la banca, de la que no ha recibido el trato que se merecía. Cierta visión pesimista gana terreno mientras se observa cómo las economías desarrolladas avanzan hacia niveles de desigualdad y pobreza que no podrán sostener. Diríase que los países no pueden ser gobernados solo en beneficio del 1%, y que urge, por lo tanto, hacer partícipes de la prosperidad a las clases medias, hoy empobrecidas y airadas.

Ante el escenario actual de creciente polarización y desigualdad, nos preguntamos si será posible generar un nuevo contrato social que frene la desigualdad existente, consecuencia directa de que hay menos clases medias porque hay más ricos y pobres. Lo lamentable es lo segundo. Un nuevo contrato social que tenga en cuenta la gran transformación socioeconómica actual en la que han confluido cuatro revoluciones: la globalizadora (deslocalización de empresas), la tecnológica (robotización), la demográfica (más envejecimiento) y la política (menos intervención del Estado). De lo contrario se certificará el fin de la clase media.

José Antonio Puig Camps. (Dr. Ingeniero Agrónomo y Sociólogo)

Presidente Grupo de Estudios de Actualidad Valencia (AGEA)

Publicado 06-12-2022

miércoles, 23 de noviembre de 2022

LA VIOLENCIA

 

Hablar de violencia en estos tiempos que nos ha tocado vivir llena nuestra mente de varios episodios acontecidos en momentos y lugares cotidianos. Basta observar un periódico, una noticia en los medios, un paseo por la calle, un hablar de futbol, religión o política…para darnos cuenta de que la ferocidad está instalada en el individuo. La violencia estalla y su daño visible, tanto material como somático, se acumula y es deplorado por los implicados y por las personas ajenas al conflicto. El sociólogo y matemático noruego, Johan Galtung, es uno de los fundadores y protagonistas de la investigación sobre la paz y los conflictos sociales, en su “Violencia, guerra y su impacto” muestra los efectos visibles e invisibles de la violencia. Su concepto “triángulo de la violencia” lo introduce para representar la dinámica de la generación de la crueldad en los conflictos sociales. Sus tres vértices muestran la: violencia directa, violencia cultural y violencia estructural.

La violencia directa, física y/o verbal, se hace visible a través del comportamiento, el cual, no surge de la nada y tiene sus raíces: la cultura de la violencia (heroica, nacional, patriarcal, etc.), y la estructura violenta (represiva, explotadora o alienante) que a veces es vista por el pueblo como demasiado estricta o permisiva. La violencia cultural y estructural, son las grandes variantes de la violencia y emplean como instrumentos actores violentos que se rebelan contra las estructuras utilizando la cultura para legitimar el uso de la violencia. Ese triángulo tiene un vértice visible, la violencia directa con sus muertos, heridos, migrantes…, siendo la cultural y estructural de efectos invisibles. La violencia directa refuerza a las otras dos. Uno de los grandes males que trae la violencia es la guerra.

A nivel mundial, el número absoluto de muertes en las guerras ha venido disminuyendo desde 1946. Sin embargo, los conflictos y la violencia van en aumento, y la mayoría de los conflictos actuales se libran entre agentes no estatales, como milicias políticas, grupos terroristas internacionales y grupos delictivos. Las tensiones regionales sin resolver, el desmoronamiento del estado de derecho, la ausencia de instituciones estatales o su usurpación, los beneficios económicos ilícitos y la escasez de recursos agravada por el cambio climático se han convertido en importantes causas de conflicto. Cuando las emociones pesan más que la razón damos pábulo al instinto guerrista que todos llevamos dentro. Es cuando uno duda de si ser pacifista es una postura correcta. Es cuando los sentimientos impulsan a los espectadores a reacciones viscerales extremas. Es cuando se alimenta el conflicto y se legitima la guerra.

Se dice que la violencia no está inscrita en los genes del ser humano, sino que su aparición obedece a causas históricas y sociales. Son las circunstancias las que condicionan la realización del potencial humano para la violencia y, al igual que el amor, son propios de la naturaleza humana. La violencia puede ser la expresión del desaliento y la frustración en lugar de un acto calculado e instrumental destinado a provocar un cambio básico. Pero toda violencia provocará otra contra violencia y no importará que esa violencia directa haya llegado a un final celebrado. El sufrimiento directo ya ha terminado, pero en el proceso se pone de manifiesto los efectos invisibles con el aumento de la violencia cultural (destruyendo las identidades) y la estructural (creando la desigualdad). Es el poso de todo conflicto bélico que no terminará nunca sino se han establecido la prevención adecuada, la construcción de una paz estructural de mínima violencia y máxima justicia social, y fomentar la cultural de la paz en base a los valores tradicionales: justicia, libertad, solidaridad, dignidad, tolerancia y respeto a la dignidad humana.  

José Antonio Puig Camps. (Dr. Ingeniero Agrónomo y Sociólogo)

Presidente Grupo de Estudios de Actualidad Valencia (AGEA)

Publicado 23-11-2022

viernes, 11 de noviembre de 2022

COMPROMISO O ENFRENTAMIENTO

 

Chantal Mouffe, filósofa y politóloga belga de pensamiento político posmarxista, ha desarrollado la teoría de una democracia “agonista” donde el conflicto entre posturas ideológicas opuestas se canaliza de tal forma que los diferentes actores se conciben unos a otros como rivales, en lugar de enemigos. Un conflicto de esta naturaleza, donde los rivales son considerados legítimos participantes del debate, es saludable en una sociedad democrática. El objetivo de un debate agonista debe ser el compromiso, un concepto bien diferente al del consenso. Con el compromiso, los rivales hacen tablas, ni unos ni otros acabarán totalmente satisfechos, pero todos lo aceptan como legítimo. El debate planteado en la ciencia política sobre el sentido del consenso es largo y complejo, llegándose a decir que el consenso es imposible sí no hay una superación total de las diferencias.

Tomaremos el consenso como la forma agonista de unir discrepancias, de aceptar criterios de una parte y de otra y de establecer compromisos. Ese fue el espíritu de la transición democrática española, donde la rivalidad se amparó en un consenso político y no ideológico. Un compromiso por el cual el país dejó atrás el régimen dictatorial del general Francisco Franco y pasó a regirse por una Constitución que restauraba la democracia. Fue un compromiso por la convivencia, la reconciliación, la concordia y el consenso desde el respeto al pluralismo democrático en nuestro país. Precisamente el pluralismo político es la razón de ser de la democracia representativa. La democracia liberal no pretende que se supere el pluralismo sino que se trate como una garantía de nuestra libertad. Un pluralismo que implica no solo las diferencias de ideas políticas sino también las que se manifiestan en situaciones tan complejas e inexpugnables como el religioso o el de los valores.

Sin embargo últimamente vemos que aquel compromiso por la convivencia y la reconciliación de las llamadas dos Españas se quiere dinamitar. La aparición de una generación política a la que no le gusta el pacto alcanzado, al considerar que significó una entrega o cesión, está muy equivocada, pues con sus planteamientos se está rompiendo el espíritu de la transición que ha traído muchos años de prosperidad, derechos y libertades nunca hasta entonces alcanzado. Es una generación de resentidos, incapaces de enterrar el odio visceral que sienten por España, dispuestos a retornar al pasado para dejarnos sin futuro. Quieren sustituir la democracia representativa por la autocracia, donde una sola persona gobierne sin someterse a ningún tipo de limitación y con la facultad de promulgar y modificar leyes a su voluntad. Es la paradoja de este progresismo de izquierda que vino a defender la soberanía nacional, llenando sus discursos con conceptos de democracia y consenso y lo que realmente quieren es volver a imponer el régimen franquista que tanto odio les crea.

Si con Zapatero comenzó la quiebra del consenso constitucional y la apropiación de los caudales públicos para su ideología política. Con Sánchez el consenso ya no existe y el debate orgánico interno, clave para la salud democrática del país, se ha sustituido por un liderazgo autoritario donde los acuerdos de Estado han pasado al olvido. Su idea del capitalismo distributivo se centra en obtener el máximo posible de ingresos para redistribuir entre sus aliados y conseguir los votos que le mantengan en el poder. Su deseo es gestionar el poder y no gestionar España. La estrategia sanchista nunca pasará por el acuerdo, el compromiso o el consenso, todo lo contrario, su deseo es dividir la sociedad en bandos irreconciliables. Se trata de arrastrar a los ciudadanos al frentismo y minar los pilares del sistema democrático aprovechándose del impacto de las crisis existentes y mantener la consistencia de su alianza Frankenstein. Queda una cierta esperanza de que una parte de la sociedad esté dispuesta a impedir este enfrentamiento ideológico. 

José Antonio Puig Camps. (Dr. Ingeniero Agrónomo y Sociólogo)

Presidente Grupo de Estudios de Actualidad Valencia (AGEA)

Publicado 11-11-2022