Hacía muchos años, tal vez veinte, que no
veía a un buen amigo de carrera: esa que en mi época era de siete años y que
los dos primeros parecían interminables. En nuestro encuentro nos miramos
fijamente: como si quisiéramos en unos instantes escrutar el paso del tiempo en
nuestros rostros: como si quisiéramos advertir que el uno, yo/el, era más viejo
que el otro, el/yo. La verdad es que el tiempo pasado, no fue gratis: dejó en
nuestros rostros y también en nuestras vidas -aunque yo no conociera la suya- su
herida. La descalabradura de nuestra existencia.
Nuestro encuentro sirvió para ponernos
–más o menos- al día de lo hecho y lo que, como consecuencia, dejamos de hacer.
Esto último, nos tomó muy poco tiempo, tal vez por qué lo soñado en nuestras
juventudes habían sido eso: sueños, utopías.
Reíamos, de aquello que pretendimos y no conseguimos, de amigos en
común, de aficiones juveniles y de alguna que otra chica -de aquel lejano
tiempo- que no volvimos a ver.
Coincidimos en que esos sueños, a veces,
muestran de nuevo su cara y nos machacan el intelecto como si nos dijeran: ¡aún
estás a tiempo! Mi amigo: amante de la música, quiso recobrar su afición: el
violín, y pasaba el tiempo mostrándose así mismo que el tiempo, realmente,
había pasado. A mí: de aficiones pocas, fui más pragmático y busqué aquello que
me permitiera practicar una de mis pocas cualidades: la comunicación.
Cuando inicias una carrera, eres joven
–tal vez demasiado joven- y no tienes ni la formación, ni los consejos, ni el
conocimiento, ni, ni –muchos ni- para tomar la decisión correcta. Tomé,
entonces, la decisión de hacer ingeniería, sin tener en cuenta que una vez tomada
esa decisión, y realizada, no habría posibilidad de retorno. Esa profesión me
hizo deambular por diversos derroteros, sin un rumbo claro y fijo: lo único que
se deseaba era encontrar un trabajo -si también entonces era difícil
encontrarlo-, y por ello, las decisiones para aceptar el trabajo ofrecido eran
más audaces que reflexivas. Ante la
necesidad de encontrar trabajo, vuelves a tomar una decisión que irá marcando
tu vida de forma inmisericorde.
Tomar la decisión correcta -o la más inteligente- implica tener en
cuenta emociones, intuición y razón en partes equitativas. En el ser humano la experiencia de una emoción generalmente
involucra un conjunto de cogniciones, actitudes y creencias sobre el mundo, que
utilizamos para valorar una situación concreta y, por tanto, influyen en el
modo en el que se percibe dicha situación. Por otra parte, la intuición
describe el conocimiento que es directo e inmediato, es lo evidente, sin
intervención de lo deducible o razonable. La razón, por el contrario, se vale
de principios: que consideramos como ciertos: descritos por la lógica. Esa
mezcla - emoción, intuición, razón- a veces nos gasta malas pasadas: ¿Qué
decisión tomar?
Hoy en día ya no existe la esclavitud
legal, pero la capacidad del individuo para tomar sus propias decisiones se ve
con frecuencia interferida y restringida por los demás. Pero, lo que debe
quedarnos claro, es que nuestras decisiones de ahora, serán –probablemente-
nuestras restricciones futuras. El miedo, la ansiedad o el estrés ante una
decisión importante, hace que la posterguemos, sin embargo, no tomar una
decisión es tomar la decisión equivocada.
José Antonio Puig Camps. AGEA Valencia (Dr.
Ingeniero y Sociólogo)
http://josantoniopuig44.blogspot.com.es/
Twitter: @JapuigJose