Los esfuerzos por
cambiar políticas gubernamentales sobre la eutanasia en los siglos XX y XXI han
tenido un éxito limitado. La eutanasia, como acto deliberado de poner fin a la
vida de un paciente, es legal en Países Bajos, Canadá, Bélgica, Colombia y
Luxemburgo. En el campo del derecho a la muerte digna, la referencia sigue
estando en Europa: Holanda fue el primer país del mundo que legalizó la
eutanasia, en el 2002, pocos meses antes de que lo hiciera Bélgica. Luxemburgo
la incorporó a su legislación en el 2009. En España, tras dos años de bloqueo,
la ley de la eutanasia ha vuelto al Congreso y esta vez sí, ha comenzado ya su
tramitación con los votos a favor de todos los grupos excepto PP y Vox. Una ley
que, por ahora, será el propio paciente el que tenga que solicitar la
eutanasia, de forma libre, voluntaria y consciente. No podrá hacerlo ningún
familiar, ni padres, ni hijos ni cónyuges. Una ley conflictiva y sin garantías
suficientes para el enfermo que, por su enfermedad avanzada o en situación
terminal, atraviesa estados de depresión que los incapacita para tomar esa
decisión.
La inaceptabilidad de
esa ley queda perfectamente establecida en varios documentos que, a modo de
ejemplo, plantean instituciones y científicos. La Conferencia Episcopal
Española difundió un amplio documento sobre la eutanasia –Sembradores de
Esperanza-, presentando un debate social sobre la eutanasia, el suicidio
asistido y la muerte digna. Varios investigadores del Observatorio de Bioética
de la UCV, en su documento “La eutanasia que nos llega. Reflexión médica,
jurídica y moral”, advierten de los problemas que la ley sobre la eutanasia
planteará a la sociedad española en su conjunto. El doctor Manuel
Martínez-Sellés, catedrático de Medicina y jefe de Cardiología del Hospital
Gregorio Marañón de Madrid, en su libro, “Eutanasia, un análisis a la luz de la
ciencia y la antropología”, se introduce en un debate sobre la eutanasia, el
sentido del sufrimiento y la libertad de elección a través de su propia
experiencia con argumentos científicos y bioéticos. Un debate resumido en
cuatro motivos por los que la eutanasia es siempre inaceptable. Su claridad es
tal que los expongo a continuación.
El primer motivo es
que la aceptación de esa ley introduce a la sociedad en una pendiente
resbaladiza, ya que tiende a hacerse especialmente accesible y dirigida de
forma prioritaria a las clases económicamente más débiles, los grupos étnicos
desfavorecidos y a las personas más vulnerables.
El segundo motivo es
la falta de autodeterminación real, como decía anteriormente, al encontrarse en
una situación terminal con grandes depresiones se solicita que acaben con su
vida en unas condiciones que no están mentalmente sanos ni conscientes, por lo
que la autonomía es cuestionable.
Expresiones como “me quiero morir” o “no quiero seguir luchando”
dependen mucho del estado de ánimo del paciente y de sus sentimientos
cambiantes. Ciertamente es un deber moral tratar de aliviar los sufrimientos de
los pacientes crónicos e incurables, pero no eliminar a dichos pacientes para
acabar con sus sufrimientos. Tampoco parece tolerable el argumento de dolor
intolerable, al existir remedios terapéuticos suficientes para eliminarlo,
especialmente con los Cuidados Paliativos.
El tercer motivo es
que se reducen los cuidados paliativos, unos cuidados que son la respuesta
médica adecuada al dolor y al sufrimiento; la aceptación de la eutanasia
conlleva una disminución de los medios destinados a estos cuidados. También, con
una eutanasia legalizada, los incentivos para investigar nuevos tratamientos de
cuidados paliativos son menores, por lo que, a efectos prácticos, la eutanasia
limita el desarrollo de este tipo de cuidados paliativos al ser caros. Lo
barato es la eutanasia.
Por otra parte, cuarto
motivo, se produce una deformación del sentido médico. El deber de todo médico
de intentar curar y/o mejorar a sus pacientes desaparece con la eutanasia que,
además, deteriora la confianza médico-paciente. La eutanasia es contraria al
juramento hipocrático e implica una ruptura deontológica con grandes
consecuencias sobre la profesión médica. Los médicos que entran en una
mentalidad eutanásica la incorporan a toda su visión profesional, y puede ser
un camino de no retorno. El galeno deja de ser un “salvavidas” y se transforma
en “quitavidas”: su sentido cambia por completo. Instituciones profesionales
especializadas en este asunto, como el Colegio General de Médicos, manifiesta
que el médico nunca provocará intencionadamente la muerte de ningún paciente,
ni siquiera en caso de petición expresa de éste (Código Deontológico, Art. 36,
apartado 3).
Como indican las
encuestas del CIS, o las páginas web del INE, no aparece como unos de los
problemas prioritarios la eutanasia, por lo que afirmar que es una demanda
social entra de lleno en un argumento falso. Cómo el de afirmar que el proyecto
de ley para legalizar la eutanasia está en los países de nuestro entorno, pues
de los 29 países de la UE, la eutanasia y el suicidio asistido, solamente están
legalizados en tres: Holanda, Bélgica y Luxemburgo, y el suicidio asistido en
Suiza.
En la ley propuesta
por Unidas Podemos, se hace hincapié en que en la solicitud de la eutanasia
debe prevalecer la autonomía de los pacientes sobre el valor de la vida humana.
Conviene tener presente que el ejercicio de la autonomía solamente es lícito
éticamente si al ejercerla se persiguen fines lícitos, es decir, orientados
hacia el bien del sujeto y no a provocarle un daño. Abordar el sufrimiento
humano pretendiendo eliminar a las personas que lo padecen es, ante todo,
un fracaso del
sistema asistencial, pero
también de la
sociedad moderna.
José Antonio Puig Camps. AGEA
Valencia (Dr. Ingeniero y Sociólogo)
Blog:
http://josantoniopuig44.blogspot.com.es/
Twitter: @japuigcamps
Publicado 23-02-2020