A lo largo de la vida van pasándote pequeñas historias que
no valoras, cuando acontecen, en su justa medida. Así que cuando menos te lo
esperas te rebotan, como pelota de frontón, y te hacen meditar. Si meditar, es
decir, aplicar con gran atención el pensamiento a la consideración de algo, que
en este caso es el relato que voy a contar.
Eran los años finales del franquismo cuando mi amigo Pablo
había aprobado una convocatoria para Titulados Superiores en una gran
multinacional española. Allí conoció a su compañero Jesús, que como el, había
conseguido una plaza que, por el grupo y empresa, eran muy codiciadas. La
felicidad era grande en ambos, pues, veían a sus 28 años un futuro prometedor,
cosa que en aquel entonces, como sucede ahora también, estaban los puestos de
trabajo muy solicitados.
Su amistad crecía, al tener un mismo puesto de trabajo y, lo
más importante, una cultura y educación parecida. Solo les separaban dos
cuestiones, Pablo estaba casado y era católico, Jesús era soltero y era ateo
convencido. Pasados los primeros meses en el trabajo, la confianza entre ellos
aumentó de tal manera que eran capaces de mostrar su interior uno al otro.
Pablo le hablaba de que tenía que agradecer mucho a Dios por todo lo que le
había dado: una esposa que quería, un trabajo codiciado y en pocos meses un
hijo. Jesús era muy feliz en el trabajo, aunque poco comunicativo, no era capaz
de abrir su corazón a nadie, aunque con Pablo hacía a veces excepciones.
Una tarde salieron del trabajo y se sentaron en una cafetería
a tomar una cerveza y Pablo se atrevió a tocar el tema religioso, diciéndole: “Jesús,
con el tiempo que te conozco puedo decir que eres una persona con la que estoy
realmente a gusto, puedo hablar contigo, no discutimos por los temas que
tratamos, siempre nos entendemos, aunque no compartimos algunas cuestiones, y
sobre todo nos respetándonos uno al otro. Por eso me atrevo a lanzarte una
pregunta ¿Cómo es que eres ateo? ¿Es una pose o realmente crees que Dios no
existe?”. Jesús se me quedo mirado y, antes de contestarme, tomo un poco de
cerveza alargando ese sorbo como si fuera el último que iba a tomar. El tiempo
en responder se me hacía demasiado largo y pensé que había hecho una pregunta
que, tal vez, había meditado poco para espetársela a su amigo.
Jesús, le contesto: “Pablo,
eres un buen amigo, un hombre bueno, y cuando digo ésto se por qué lo digo. Te
he observado mucho, a lo largo del tiempo que llevamos trabajando juntos, y he
visto en ti una persona abierta y sincera y por eso te permito que me hagas esa
pregunta. Si, soy ateo convencido, y al ver en ti, día a día, esa felicidad al
hablar de tu esposa, de tu hija, de tu trabajo, me has dado mucha envidia, por
no poderlo tener yo. No es, bien lo sabes tu, un envidia silenciosa, como decía
Nietzsche, sino una envidia sana al reconocer en ti mis limitaciones”.
Pablo, se quedó sin habla, ante aquella declaración tan
abierta y sincera de su amigo Jesús y le contestó, sin pensarlo dos veces, “Entonces Jesús, éste reconocimiento que me
haces resulta muy positivo, pues puede ayudarte a recomponer tu situación y
tratar de superarte. Yo puedo darte la receta, creer en la misericordia de Dios
y poner todo en sus manos”. Jesús le contestó “y eso ¿cómo se hace?”. Mi respuesta salió sin querer, pero así son
a veces las cosas de la vida, diciéndole, “oblígate
mas a ti mismo, pon la confianza en Dios, reza, confiésate y no seas tan
comodón”.
Aquello hizo que Jesús reaccionara, como no lo había visto
antes en el, y con el rostro endurecido me contestó: “¡Comodón yo! Cómodos sois vosotros lo católicos, que creéis en la vida
futura, en la Vida Eterna. Nosotros, por desgracia, no creemos en nada después
de la muerte. Vosotros, los católicos, tenéis futuro, nosotros, los ateos, solo
pasado”. Pablo se enterneció, al oír aquellas palabras salidas de lo mas profundo
del corazón de su amigo Jesús, y con los ojos humedecidos, le cogió sus manos y
le dijo: “mi querido amigo, me has dado
la enseñanza mas importante de toda mi vida, a partir de ahora rezaré por ti y
por mi”.
Allí se dieron un abrazo, y al cabo de unos meses sus
destinos se separaron, y nunca más supo uno del otro. Pablo, a través de la
oración, seguía unido a su amigo Jesús y ello le hacía estar, también, convencido
de que el Señor, con su infinita misericordia, haría que Jesús estaría unido a
el, y de esta manera le concediera no solo un pasado sino, lo que el mas
envidiaba, un futuro en la Vida Eterna.
José Antonio Puig Camps
Octubre 2013