Las
mujeres españolas han protagonizado este 8 de marzo una movilización sin
precedentes. Es el único país que convocó una huelga general -con paros de
entre dos horas hasta 24 horas- para reivindicar el Día Internacional de la Mujer,
cuyas imágenes de las multitudinarias e históricas manifestaciones han dado la
vuelta al mundo. Siendo España el quinto país en el que mejor viven las mujeres
por delante de Finlandia, Dinamarca, Francia o Alemania, según el informe
elaborado por el Instituto de Georgetown y el Instituto de Seguridad y el
Instituto de Investigación de la Paz de Oslo, no me queda claro el mensaje de
su reivindicación.
Cuando
se observa la lucha de las mujeres a lo largo de la historia para poder
alcanzar el nuevo ámbito social y político de igualdad y libertad inaugurado en
nuestra sociedad occidental con el desarrollo de las democracias, uno comprende
las reivindicaciones. Cuando en el ámbito de la ciudadanía, de los derechos
civiles, políticos y sociales, las mujeres quedaron excluidas de la ciudadanía,
uno comprende las manifestaciones. Cuando la exclusión de las mujeres del
ámbito público debía darse por descontado y debía percibirse como un hecho de
sentido común, uno comprende perfectamente el sentido de la huelga. Ante esos
retos muchos autores han afirmado que el feminismo es la única revolución del
siglo xx que ha triunfado, porque el feminismo, además de las conquistas
logradas a través de las políticas de igualdad debe también transformar nuestra
visión del mundo, un mundo donde la reivindicación no debe confundirse con la
venganza.
Reivindicar
es requerir una cosa a la que se cree contar con derecho o a expresarse de
manera positiva sobre algo o sobre una persona. En la actualidad, en los países
occidentales con democracias, todo acceso está al alcance de hombres y mujeres.
Podemos considerar situaciones aisladas que tienen que luchar por alcanzar un
puesto digno a su trabajo y situación, pero no es eso lo que en el ocho de
marzo se escuchó. Se escuchó que aún hay mucho por hacer, ¡claro!, pero no solo
sesgado a la mujer sino al colectivo social donde hay muchas cosas que reclamar
tanto por las mujeres como por los hombres. Hoy las reivindicaciones ya no son
de un género en relación a otro, sino de ambos en relación a situaciones
concretas. Reclamar, demandar, exigir, es fácil, lo difícil es poner sobre la
mesa aquellas situaciones deplorables por las que está pasando gran parte de la
humanidad y que estamos dispuestos a afrontar. Poco o nada he escuchado
reivindicar a hombres o mujeres por la situación de los seres humanos en países
no democráticos, en países donde el ser humano -hombre o mujer- siguen
esclavizados y sin derecho alguno.
Las
mujeres habían conseguido los derechos políticos al finalizar la primera guerra
mundial. Tras la conquista de los derechos formales, las mujeres comprobaron
las enormes dificultades que comportaba su acceso igualitario al ámbito
público, donde más que con un techo de cristal se topaban con un auténtico muro
de hormigón armado. Constatar las insuficiencias de la igualdad formal llevó al
feminismo a un nuevo resurgir organizativo y a una etapa de gran vitalidad y
creatividad teóricas. En la denominada segunda ola del movimiento, en los años
sesenta –s. XX-, y en continuidad con los planteamientos de la inclusión, se
fundamentó la necesidad de establecer mecanismos sociales y políticos capaces
de romper la dinámica excluyente del sistema patriarcal, como la discriminación
positiva y las cuotas.
Hoy
las mujeres se niegan a ser víctimas del feminismo pues consideran que no
existe ningún patriarcado invisible que las mantenga sometidas, ni los hombres
mantienen reuniones secretas para conspirar contra la mujer. Las mujeres tienen
hoy las mismas oportunidades que los hombres. En las estadísticas de acceso por
sexos a la universidad ganan las mujeres. Las feministas dicen que quieren
hacer oír la voz de las mujeres pero lo único que quieren hacer oír es una
determinada ideología, la ideología izquierdista feminista. Muchas son las
mujeres que se niegan a aceptar que hombres y mujeres son genéticamente
iguales, sino que por la propia naturaleza los gustos y atracciones de
cualquier tipo son diferentes, y eso no se puede solucionar con
reivindicaciones. Los hombres y las mujeres somos distintos, pero no polos
opuestos sino complementarios. Aunque las diferencias aumenten o disminuyan en cuanto a culturas y
pensamientos, la idea de que estas existen es indiscutible e irrevocable.
Las
feministas tuvieron que librar una larga y dura lucha social y política para
conseguir cuotas de autonomía individual. Sin embargo, y sin restar un ápice de
importancia a la presión activa en la opinión pública, un movimiento social, en
este caso concreto el movimiento feminista no puede equipararse o identificarse
con los momentos en que se realizan campañas y actos públicos en defensa de
reivindicaciones concretas, ni mucho menos con el eco que éstas puedan llegar a
obtener en los medios de comunicación. Hacerla implicaría caer, en la acertada
expresión de Alberto Melucci en “la miopía de lo visible”, que solo alcanza a
ver las características mensurables de la acción colectiva –huelga en nuestro
caso-, a la vez que pasa por alto necesidades de la sociedad en su conjunto. La
especificidad de los movimientos sociales, no debe fundamentarse en la búsqueda
de rasgos propios que, por otra parte, ni siquiera se encuentran en el tejido
social, sino en las conquistas logradas a través de las políticas de igualdad
encaminadas a reducir diferencias sociales de todo tipo y transformar nuestra
visión del mundo, de lo que es natural y lo que es social, de lo que es público
y lo que es privado, de lo que es justo e injusto.
José
Antonio Puig Camps. AGEA Valencia (Dr. Ingeniero y Sociólogo)
Blog:
http://josantoniopuig44.blogspot.com.es/
Twitter:
@japuigcamps
Publicado
11-03-2018