La Cuaresma es el
tiempo litúrgico del calendario cristiano, destinado a la preparación
espiritual de la fiesta de la Pascua, y que este año ha marcado un tiempo
distinto en la vida de los ciudadanos. Es una Cuaresma asintomática, es decir,
un tiempo litúrgico peculiar donde los actos eucarísticos, típicos de esta
celebración, se han visto apagados ante la pandemia del COVID-19. Sin embargo,
la cuaresma del 2020 se va a recordar más que ninguna otra debido al claustro
obligado en nuestras casas para evitar los contagios de este virus destructor y
asesino. Por otra parte, va a ser el tiempo litúrgico de preparación de la
Pascua de Resurrección más penitente de todos
los vividos por nuestra generación. Y esto es así porque toda penitencia,
cristiana o no, lleva a la mortificación interior o exterior, lleva a la
molestia de soportar lo que no nos gusta. Siendo esto así me atrevo a decir que
vivimos una cuaresma donde la penitencia y la misericordia más se está
manifestando en todo el género humano.
Quien hubiera dicho,
ni siquiera soñado, que la cuaresma del 2020 iba a reflejar como ninguna otra
el espíritu de la cuaresma. Un espíritu caracterizado por un retiro colectivo
donde se está observando, a veces muy a pesar nuestro, el sacrificio, la
misericordia, el entendimiento, es decir el espíritu penitencial. Y así vamos y
nos comportamos la mayoría con la lealtad al prójimo y dejando aparcado los
intereses personales. Quién podía pensar los sacrificios que tantas y tantas
personas están haciendo por los demás, incluso jugándose la vida, que no se
limitan solo a cumplir con su deber, siendo conscientes de la cantidad de
personas que seguimos viviendo gracias a sus trabajos: personal sanitario,
transportistas, cajeros de supermercados, personal de farmacias, policías,
militares…y tantos otros, que mantienen su lealtad al bien de los demás. En
definitiva las circunstancias de esta cuaresma asintomática nos están llevando a
recordar –más que nunca- quien es nuestro prójimo. Ese prójimo que Jesucristo,
en la parábola del buen samaritano, le enseñó al doctor de la ley, una parábola
que su fin es ilustrar la caridad y la misericordia como virtudes que guiarán a
los hombres a la piedad y a la bondad.
Si la cuaresma nos
recuerda los cuarenta días que pasó Jesús en el desierto, sometido a las
tentaciones. La pandemia por el COVID19 nos está llevando a todos a otro
desierto. Un desierto donde aquellas celebraciones cuaresmales, o aquella
semana santa ruidosa e incluso la celebración pascual propia de la alegría y
celebración ruidosa, la vamos a sustituir por el sacrificio de quedarnos en
nuestras casas. Ese “me quedo en casa” será recordado por siempre jamás. Un
periodo casero donde, sin embargo, está saliendo el verdadero sentido de la
cuaresma: meditar, recordar, orar. Jamás se ha meditado tanto como estos días
encerrados, jamás se ha tenido tantos recuerdos de tiempos pasados como ahora y
jamás se ha rezado tanto como ahora. La reflexión de esta cuaresma asintomática
o peculiar, causada por un virus traicionero y asesino, nos lleva hasta echar
de menos el encuentro fortuito con un vecino, conocido o amigo en el ascensor o
en la calle. Una cuaresma peculiar que nos está llevando a descubrir nuestra
propia fragilidad pero también el verdadero sentido de la caridad al prójimo.
En estos momentos
resulta difícil comprender lo que sucederá el día en que la pandemia del
coronavirus sea algo del pasado. Las consecuencias de esta crisis global, que
afecta a todos y no entiende de nacionalidades, etnias, patrimonios, son
difíciles de imaginar. Pero cuando llegue ese día, ¿habremos cambiado o la
sociedad volverá a sus inercias actuales? Y aunque no sea este el momento para
reivindicaciones ideológicas o sociales, al menos hasta que nuestro adversario
virulento sea vencido, esta crisis puede ayudarnos a cambiar nuestra mirada
sobre ciertas cuestiones de gran importancia. ¿Podremos ser capaces de poner en
nuestras vidas la lealtad en lugar del interés personal? ¿Habrá servido esta
pandemia para reflexionar sobre a quién debemos respetar, considerar o recordar?
Si algo está dejando claro la situación causada por el COVID-19 es quién es
quién. Quién ha sido capaz de dejar el egoísmo y trabajar para los demás y
quién se ha aprovechado de esta desgraciada situación para sacar provecho
propio. Quién ha seguido viviendo a costa de los demás y quien se ha
sacrificado por el bien común. Quién ha sido leal y quién egoísta.
Se nos pide quedarnos
en casa el tiempo que haga falta. Se nos pide tener responsabilidad individual
y social. Se nos pide que no debemos caer en el pánico que pueda llevar a
situaciones extremas de acaparamiento o enfrentamientos. Todo ello en aras a
proteger nuestras vidas y las de los demás. Pero todo ello obliga también a que
los gobernantes y dirigentes que piden todo esto sean los primeros en ponerse
como ejemplo. No se puede aceptar que quieran aprovecharse de esta crisis para
generar una catarsis colectiva donde queden eliminados derechos y libertades.
Ni tampoco que la pandemia sea la excusa para perpetuar situaciones donde
resulte más importante el interés individual que el interés colectivo. Aprovechemos esta inusitada coyuntura para
reflexionar sobre nuestros auténticos intereses y revisar nuestra escala de
valores. Ojalá seamos conscientes de lo importante que ha sido la solidaridad
en esta crisis. Una crisis comparada por algunos dirigentes políticos como una
contienda bélica o el mayor desafío desde la Segunda Guerra Mundial.
José Antonio Puig Camps. AGEA
Valencia (Dr. Ingeniero y Sociólogo)
Blog:
http://josantoniopuig44.blogspot.com.es/
Twitter: @japuigcamps
Publicado 10-04-2020