Vivimos en una sociedad donde las cosas que pasan a nuestro
alrededor carecen ya de importancia, pues las tomamos como normales. Son muchos
los inputs que diariamente se estrellan en nuestros sentidos: empujones,
atropellos, insultos, menosprecios, ultrajes y un largo etc., de acciones
incívicas que actúan en cada uno de nosotros perjudicando nuestro modo de ser y
actuar.
Perjudican porqué pensamos que no hay solución. Porqué no
vemos que nadie salga a dar solución a estos problemas. Porqué no confiamos ni
en la policía, ni en los jueces, ni en los políticos, ni…en nosotros mismos.
Así las cosas nos hacemos insociables, huraños, introvertidos y aislados del
mundo y de las personas que nos rodean. Todo es maldad, y es así como lo
solemos ver.
Al penetrar en las personas este sentimiento, la convivencia
se hace mas incomoda e incluso insoportable. Pero lo malo de esto es que
podemos, sin darnos cuenta, convertirnos en todo aquello que despreciamos,
odiamos o criticamos. Nos falta pensar en positivo, nos falta confiar mas en la
gente y darnos cuenta de que “la gente” también eres tu.
Parafraseando a J. F. Kennedy, diría que no pienses en lo
que los demás deben hacer por ti, sino en lo que tu puedes hacer por los demás.
Si fuéramos capaces de conseguirlo, las cosas serian de otra manera. Si
fuéramos capaces de comportarnos como ciudadanos que respetamos esas pautas
mínimas de comportamiento social, nuestra sociedad sería mucho mas habitable y
agradable.
Hoy he sido testigo de un hecho perpetrado por una persona
que lleva en su corazón ese “…lo que tu puedes hacer por los demás” sin pensar
tanto en ti mismo. Ha sido un acto que me ha devuelto la confianza en el ser
humano, en el civismo, en el respeto y en que aun podemos curarnos de la
mímesis social que lleva a la sinrazón y, en definitiva, a la mala educación.
Un hombre de unos cincuenta años, invidente, con vestimenta
propia de no sobrarle el dinero, y con su perro labrador que le permitía
moverse por la calles con cierta seguridad, me ha enseñado lo que muchos libros,
conferencias y consejos no han sido capaces de hacer. Me ha enseñado lo que es
el civismo y el respeto a los demás.
El animalito del invidente había parado en medio de la acera
para evacuar sus excrementos. El señor esperó un rato y cuando el perro había
terminado, cogió de su bolsillo una bolsita de plástico y tanteando la acera
fue recogiendo todos los excrementos. Terminada la operación cogió una toallita
de bebe y le limpio el culito al perro.
Para asegurarse de que no había dejado nada por recoger,
volvió a agacharse y alargando su brazo palpó alrededor del perro para
cerciorarse de que todo estaba limpio. Terminada la operación lo metió todo en
la bolsa de plástico, buscó una papelera que había en la esquina depositó su
bolsita y continuo su viaje con su fiel amigo canino.
Esto es civismo, esto es educación, esto es respeto a la
sociedad y a ti mismo. Es una demostración de que no hay escusa posible, aunque
seas ciego, para enguarrar los lugares donde otros ciudadanos también desean
pasear.
José Antonio
Puig Camps (Doctor Ingeniero y Sociólogo) AGEA Valencia.