El año 2015 quedara en
la historia política de España cómo el año de todas las elecciones. Nuevos
partidos irrumpieron en el panorama partidista de nuestro país llenando los
noticiarios de nuevas frases que, a medida que ha ido pasando el tiempo, han
quedado más cómo eslóganes que cómo realidades. En la nueva política, ya no se
habla de derecha ni de izquierda, se habla de nueva y vieja política, se habla
de reformar, de eliminar todo lo creado, nada que no estuviera elegido por esa
nueva casta de jóvenes políticos tiene valor alguno. Estamos ante una
revolución incruenta. Una revolución que se manifiesta de forma inquisitorial
con todo aquel que no entra en los parámetros que, ellos y solo ellos,
establecen cómo adecuados.
Si en el último cuarto
del siglo XVIII y en las primeras
décadas del XIX, cuando la Inquisición entraba ya en su inexorable declive y
cuando las grandes causas de judaísmo que justificaron su nacimiento y su
esplendor eran escasas y poco relevantes, el Tribunal hubo de ocuparse de
asuntos menores alejados de su razón de ser. Actualmente, la nueva política,
parece querer reeditar el modelo inquisitorial que, cómo el original, juzga sin
pruebas a sus víctimas. Los partidos, en esta reedición de la política
española, son los jueces de la democracia y sus decisiones son firmes e
inamovibles, no se necesita sentencia judicial condenatoria, si ellos dicen que
uno es corrupto lo es y punto. Son los inquisidores de la nueva política
española.
Esta nueva política no
tiene por qué preocuparse de los asuntos importantes: económicos, sociales,
laborales o educativos, todo eso es secundario. Su preocupación es otra, más
efectiva para ellos: la política de gestos. Solo hay que oír a los nuevos cargos
autonómicos y locales de la izquierda para darnos cuenta del simbolismo
gesticular en sus proclamaciones. Algunos piden que se les tutee que se les
llame por su nombre de pila, otros han renunciado al bastón de mando y lo
ofrecen al pueblo, y la mayoría ha querido demostrar su condición de iguales en
sus prendas de vestir. Los nuevos regidores de Madrid, Barcelona, Valencia,
Zaragoza, Cádiz o A Coruña, aupados al poder por plataformas de unidad popular
o ciudadana (salvo Compromís, en Valencia) han tratado de romper esa distancia
entre los políticos y los ciudadanos: ¡Estamos a vuestro servicio!, ¡queremos
gobernar escuchando! Pero cuando se les exige cumplimiento de su función ni
sirven, ni escuchan.
En la nueva política,
todo aquello que no sea relumbrón no vale la pena. Se pegan por salir en el
noticiario, en la fotografía, en la portada de cualquier periódico. La nueva
política son besos, abrazos, niños al Congreso, espectáculo sin más. Han
cambiado la política de verdad por la política de teatrillo. No necesitan
programa alguno, tan solo les basta con decir: ¡Venimos a romper con lo
anterior, a derrocar lo construido! El pueblo español queda deslumbrado por los
gestos: un puñetazo al líder, un insulto al político, una descalificación a la
familia, ¡que más da! Todo está permitido, todo entra en la libertad de
expresión.
Si algo, hasta ahora,
ha demostrado la nueva política es que no es capaz de entenderse en la negociación,
sino que la lucha por el poder sigue siendo prioritaria. Su apuesta después del
20D, de que el pueblo había manifestado no querer mayorías absolutas sino
acuerdo entre partidos, ha fracasado. El proceso, de conseguir respaldo
mayoritario para formar gobierno en España, ha dejado bien claro (para todo
aquel que quiere ver y escuchar) que para ser presidente de un gobierno no es
necesario programa alguno, tan solo unirse unos para derribar al que gobierna.
En definitiva esta nueva política, que con tanto descaro nos han mostrado los
partidos neófitos, es la política de la desavenencia y no de la
intelección.
José Antonio
Puig Camps. AGEA Valencia (Dr. Ingeniero y Sociólogo)
http://josantoniopuig44.blogspot.com.es/
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@JapuigJose