La dignidad es una cualidad intrínseca en todo ser humano;
no depende de raza, color o posición económica, sin embargo está estrechamente vinculada
con las formas en que las personas actúan, piensan y sienten normalmente a
diario. Indica el respeto y la estima que todos los seres humanos merecen y se
afirma de quien posee un nivel de calidad humana irreprochable. Es un bien
valioso que la persona va acumulando a lo largo de su vida, a través de sus
actos, valores y virtudes, que marcaran su integridad y mostraran el desempeño
correcto en sus cargos de autoridad ejercidos a lo largo de su vida. La
autoridad, la integridad y la dignidad son cualidades interdependientes que se
aplicaran tanto en la vida pública como en la privada. Unas cualidades
necesarias en cualquier forma de gobierno.
Sin integridad no hay credibilidad. Solo el que la mantiene
se hace digno de autoridad, facultad o potestad que se tiene para gobernar o
ejercer el mando. Un mando que motiva a las personas a que le sigan, no por el
cargo que ostenta, sino por su conducta intachable. Por desgracia, vemos que
hay muchos que solo ejercen el poder pero sin autoridad, y peor aún sin
dignidad, lo cual los hace peligrosos ya que para conseguir sus objetivos
egoístas emplean la fuerza, la mentira o la violencia. Estos son los que se les
llena la boca diciendo que van a iniciar la verdadera transformación social, un
nuevo tiempo, pero lo único que buscan es fortalecerse en el poder y lo que éste
les puede proporcionar.
Cuando se observa que un Gobierno, como el
español, ha convertido la Educación en un arma de adoctrinamiento sin comparación
en nuestro entorno democrático. Cuando se advierte el carácter autoritario de
este Ejecutivo al obligar por decreto el cierre del parlamento y el arresto
domiciliario de la población en sus dos estados de alarma inconstitucionales
según sentencia del Tribunal Constitucional. Cuando se constata un atosigante
control y veto a medios de comunicación concretos, evidenciando que este Gobierno
no quiere una prensa libre, sino adeptos militantes de su causa. Cuando un Gobierno
consiente que su idioma oficial sea tratado como un motivo de marginación de
ciudadanos y de enfrentamiento institucional. Podemos concluir, por desgracia,
que el poder ejecutivo de un Estado ha perdido la autoestima y ha mutado a
autoritario, desleal e irrespetuoso con el pueblo que gobierna. Un Gobierno con
poder pero sin autoridad. Es entonces cuando se constata que lo que más destruye
a una Nación no es la falta de leyes sino los prejuicios, egoísmos y soberbia
de aquellos que teniendo el poder se ungen de autoridad y pervierten con sus
actos el derecho y la justicia.