Hace unos días vivimos, una año más, la semana grande cristiana, la semana
de la pasión del Señor, la conmemoración anual cristiana de la pasión, muerte y
resurrección de Jesús de Nazaret. Una semana llena de actos litúrgicos y muestras
de religiosidad popular a lo largo de todo el mundo. Otras formas hermosas y
distintas de orar y manifestar con miradas, actitudes, cantos y llantos las
devociones al Hijo de Dios.
En España destacan las procesiones y las representaciones de la pasión, episodios
evangélicos que narran los sucesos protagonizados por Jesucristo entre la
última cena y su crucifixión y muerte.
Alegorías que, a través de imágenes o pasos transportados por distintos
medios, mecánicos o humanos, van recibiendo diferentes nombres según el lugar y
la tradición.
La frivolidad de algunos, en esa semana grande cristiana, se compensa con
creces con las actitudes de muchos ante las escenas dolorosas y amargas por las
que aquel hombre tuvo que vivir. Actitudes que, en definitiva, son oraciones a
un hombre Dios que hacía opción por el pobre y oprimido, real y no abstracto. Esa
elección por hombres y mujeres pobres, oprimidos y marginados que la sociedad
había marcado de “diferentes” y que, sin embargo, el escuchaba y defendía, es
lo que lo llevó a la cruz.
Vemos sobrecogidos como en las procesiones los pasos son llevados por los
costaleros. Sobrecogidos, por el sufrimiento que esas personas soportan al
llevar sobre sus hombros el peso de las imágenes representativas del dolor.
Esos portadores, los costaleros, dicen que es su forma de manifestar su
agradecimiento al Señor, que llevan a andas, a través de su orar con los pies. Otra
forma de orar que llena de satisfacción a esos portadores que esperan año tras
año ese momento santo.
Esta forma de orar se expresa, por los “llevadores”, estando de pie
perfectamente alineados en posición vertical, formando grupos de varias
personas y con la única ayuda del costal, varales o trabajaderas que se colocan
transversalmente para que así descanse sobre la cerviz de los costaleros. Ellos
saben que esa postura no es casual, es la que Jesús invita a adoptar:
“¡Levantaos y orad!” (Lucas 22, 16).
Lo hermoso de esos actos religiosos que, en la semana de pasión, realizamos
los cristianos es un reconocimiento al sufrimiento del Señor. Con nuestra
presencia en los diferentes actos, con nuestros cantos, llantos y lamentos,
comprendemos y manifestamos, lo que la poeta Emma Margarita indica en una
estrofa de su poema “Hoy conozco Señor tu sufrimiento”: Hoy comprendo, Señor,
tu sufrimiento, tu amor sacrificado, omnipotente. Yo también te he vendido y
traicionado. ¡Pido perdón por tu pasión y muerte!
José
Antonio Puig Camps. AGEA Valencia (Dr. Ingeniero y Sociólogo)
Twitter: @JapuigJose