Populismo
es un término muy utilizado en la lengua castellana, que no forma parte del
diccionario de la Real Academia Española (RAE). La definición de los
“populismos” ha sido siempre extremadamente polémica y es difícil alcanzar un
consenso en torno a la misma. En un sentido amplio, se le puede considerar como
“un movimiento político” (o la fase de un movimiento más amplio) que se basa,
para su eficacia, en amplias movilizaciones de masas a partir de una retórica
de contenido fundamentalmente emocional y autoafirmativo. Se centra en torno a
la idea de “pueblo” como depositario de las virtudes sociales de justicia y
moralidad para construir su poder. El “pueblo” para los populistas son siempre
las clases sociales bajas y sin privilegios económicos o políticos. Por lo
tanto, la estructura del populismo se basa en un ataque constante a las clases privilegiadas
causantes de todos los males. Los líderes populistas, por lo tanto, se
presentan como redentores de los humildes.
Existe
el populismo de derecha, que prevalece en el norte y centro de Europa y que
ataca a las “élites” en cuestiones nacionalistas o muy conservadoras, y el de
izquierda, más presente en el sur, que se centra en el capitalismo y la
globalización cuando critica al llamado "establishment". La ola
populista en Europa comenzó con los ataques del 11 de septiembre que supuso una
represión parapetada en motivos seguridad, lo que legitimó el recorte de
derechos humanos y ayudó a los partidos de extrema derecha a endurecerse en
cuestiones como la ley y el orden. Por otra parte la crisis financiera alimentó
el populismo en el sur de Europa ante los temores de pobreza y desempleo. Dos
términos que los populistas utilizan constantemente cuando quieren agitar a las
masas. El dominio, tras la segunda guerra mundial, de los partidos políticos
conservadores y socialdemócratas, ha sido la diana del populismo ante las
crisis económicas y de derechos humanos. Los partidos mayoritarios se han
vuelto tan impopulares porque sus políticas están siendo rechazadas por el
pueblo y eso ha creado un vacío en el que esos partidos populistas pueden
intervenir
El
populismo en España ha ido creciendo. Un crecimiento fruto del desencanto que el
ciudadano ha ido teniendo con los partidos mayoritarios. Sin embargo, a la
vista de la actuación de este populismo, son muchos los que piensan que esos
partidos solo buscan el bien particular y no el colectivo del pueblo español.
Una forma clara de actuación populista, con claros signos de toma de poder para
sus intereses particulares, lo vemos en los partidos independentistas catalanes
y vascos. También lo vemos en el partido nacional de Podemos. Un partido que ha
hecho estandarte de la casta, esa parte de la sociedad que forma una clase
especial, la de los ricos y poderosos que viven en grandes mansiones y
esclavizan a sus trabajadores. Sin embargo en cuanto han podido han sacado su
patita y ya no era la de la ovejita sino la del lobo. Un lobo hambriento de
poder que no es capaz de moderar sus actuaciones con compra de chalet, impago a
trabajadores y compra de viviendas para especular. Es el populismo rastrero,
capaz de manipular a la gente empleando discursos vacíos y cargados de
demagogia.
Los
españoles nos vamos acostumbrando a ver la política a distancia, como si no
fuera con nosotros, lo cual es un craso error. La práctica diaria en los
quehaceres de la vida nos lleva, por instinto de supervivencia o comodidad, a
suavizar la trascendencia de los principios universales. Es el relativismo
social y ético que hace que las normas morales sean fruto de la convención
social por lo que pueden variar, adaptándose a la oligarquía de las minorías
que se confunde con la democracia de un país. En España vivimos una oligarquía
disfrazada de democracia, solo es bueno lo que unos dicen y malo lo que dicen
otros que no piensan lo mismo. Es la España de los iletrados y mediocres,
disfrazados de eruditos. Es la España de los bulos, falsas creencias, camelos y
chismes, donde la desinformación sigue campando a sus anchas en un mundo en que
la aparente verosimilitud parece seguir ganándole la batalla a la razón. Lo
grave es que el establishment ha infravalorado el poder de los embaucadores, y
no ha hecho nada para encarar el resentimiento del que se alimenta y la
desinformación que lo hace prosperar. España está siendo víctima del populismo
político. Un populismo que es síntoma de que España está enferma y que hay que
poner remedio para que esa enfermedad no sea crónica.
La
actitud tolerante, permisiva del ciudadano está haciendo imposible que España
se cure de ese populismo gangrenoso. Un populismo que, con la excusa de
regenerar el país, reorganizan el debate político para obtener en los despachos
lo que no han sido capaces de obtener en las urnas. Una ambición sin límites
que, aprovechándose de la desafección ciudadana por la crisis económica, el
descrédito institucional y la desigualdad rampante, van ocupando puesto y organizaciones
vendiendo baratijas a precio de oro. Un populismo rencoroso, intransigente y
fatuo, que rebosa odio y desprecio a todo aquello que no sea o haga lo que
ellos pretenden. Sus fines justifican siempre los medios que utilizan con tal
de conseguir su poder oligárquico y, por supuesto, sin importarles el daño que hagan
o puedan hacer. Personajes disfrazados de eruditos, lobos con piel de oveja
que, cuando el pueblo descubra que les han vendido gato por liebre, ya será
demasiado tarde. España no necesita de populismos, pues en los países donde han
acampado solo han llevado pobreza y miseria. España lo único que necesita son
líderes que unan y no desgarren el país que tantos sacrificios lleva a sus
espaldas para llegar a ser una gran nación.
José Antonio
Puig Camps. AGEA Valencia (Dr. Ingeniero y Sociólogo)
Blog:
http://josantoniopuig44.blogspot.com.es/
Twitter:
@japuigcamps
Publicado 05-07-2018