Toda la humanidad se encuentra hoy en un
período nuevo de su historia, caracterizado por cambios profundos y acelerados,
que progresivamente se extienden al universo entero. Estos cambios, provocados
por el hombre con su inteligencia y su dinamismo creador, también los padece el:
en sus juicios y deseos (individuales y colectivos), en sus modos de pensar, en
sus comportamientos y en sus desviaciones. Tal es así que se puede hablar de
una verdadera metamorfosis social y cultural que redunda, también, en la vida
religiosa.
Jamás el género humano tuvo a su
disposición tantas riquezas, tantas posibilidades, tanto poder económico, sin
embargo, una gran parte de la humanidad sufre hambre y miseria y son
muchedumbre los que no saben leer ni escribir. Jamás el hombre ha tenido un
sentido tan agudo de su libertad, como ahora, sin embargo, surgen nuevas formas
de esclavitud social y psicológica. Jamás tuvimos, en los países democráticos,
tanta tranquilidad y seguridad después de la II G.M., sin embargo persisten
todavía agudas tensiones políticas, sociales, económicas,
raciales e ideológicas, y ni siquiera falta el peligro de una guerra que
amenaza con destruirlo todo.
Afectados por esta compleja situación,
muchos de nuestros contemporáneos difícilmente llegan a conocer los principios
y valores permanentes, y a compaginarlos con los nuevos descubrimientos. La
inquietud los atormenta, y se preguntan, entre angustias y esperanzas, sobre la
actual evolución del mundo. El curso de la historia presente es un desafío al
hombre que le obliga a responder.
De esta forma, el mundo moderno aparece
a la vez poderoso y débil, capaz de lo mejor y de lo peor, pues tiene el camino
abierto para optar entre la libertad o la esclavitud, entre el progreso y el
retroceso, entre la fraternidad y el odio. El hombre sabe muy bien que está en
su mano el dirigir correctamente las fuerzas que él ha desencadenado, y que
pueden aplastarle o servirle.
Pero la falta de esperanza de aquellos
incapaces de dar sentido a sus vidas, alaban la insolencia de quienes piensan
que la existencia carece de toda significación propia y se esfuerzan por darle
un sentido puramente subjetivo. Son, en cierta medida, presas de una sociedad
incapaz de reconocer el valor de las personas, incapaces de contribuir a
configurar un orden social digno, justo y misericordioso.
Una sociedad que el hombre, a lo largo
de la historia, ha ido construyendo a su libre albedrio, a su antojo y
capricho, sin detenerse a pensar en las repercusiones y efectos colaterales que
esa estructura social iba, mas pronto que tarde, a explotarle. No hemos sabido
utilizar el bien acumulado, las riquezas atesoradas, la inteligencia concedida,
la paz ganada y la libertad heredada que nos ha llevado a la esperanza de
alcanzar estadios de la humanidad moralmente superiores.
Hemos ido creando un mundo
inmisericorde. Un mundo plagado de injusticias sociales, de brechas de
conocimientos y de eufemismos que tan solo han ido enmascarando la realidad de una
sociedad cada vez mas inhumana, mas egoista y menos sincera. Un mundo plagado
de diferencias sociales, donde el ser humano ya se ha preocupado de que sean
inamovibles cuando el poder, la riqueza o la autoridad le ha favorecido. Un
mundo de ganadores y de perdedores, donde la brecha, entre unos y otros, es
cada vez mayor. Ante esta situación ¿cómo no vamos a tener invasión de los
pobres al paraiso de los ricos?
El cardenal alemán,WALTER KASPER,
presidente emérito del Pontificio Consejo para la Promoción de la Unidad de los
Cristianos, en su libro “LA MISERICORDIA:
Clave del Evangelio y de la vida cristiana”, advierte del alejamiento de la
reflexión teológica respecto al mensaje de la misericordia. Un libro que te
hace meditar sobre la vida y sus repercusiones en nuestro ser. Nos dice que
debemos vivir la misericordia, atestiguarla de palabra y de obra, pues es un
regalo que nos ha hecho Jesucristo. Nos indica, el cardenal, que los cristianos
deben contribuir a la configuración de un orden social digno, justo y
misericordioso.
Pienso, sin embargo, a la vista del
mundo que estamos viviendo y del mundo que estamos dejando como herencia a
nuestros hijos, que no es labor solo de los cristianos sino de toda la
humanidad. Si todos contribuimos a configurar un orden social digno, justo y
misericordioso, las cosas serían de otra forma, sucederían de forma distinta y
tendrían distintas consecuencias. No debemos tener miedo de usar la palabra
misericordia, pensando que eso es cosa de curas o beatas, es una forma de vida,
es el antidoto contra el egoismo, la injusticia, el rencor, la envidia y un
gran etc., que nos tiene atenazados y nos impide viver con verdadera libertad,
sin esclavitud social o psicológica. De esta forma iremos dandole la vuelta a
la situación actual para conseguir un mundo donde la palabra justicia no sea
otro eufemismo mas, sino una realidad.
José Antonio
Puig Camps. AGEA Valencia (Dr. Ingeniero y Sociólogo)
http://josantoniopuig44.blogspot.com.es/
Twitter:
@JapuigJose