Has buscado la mejor localización, has preparado el terreno
y los bancales mientras haces los semilleros, cuidas las plántulas, las
trasplantas cuidadosamente, haces un seguimiento para que no sean atacadas por
plagas y no sucumban a enfermedades, vigilas los riegos, que tengan la
suficiente materia orgánica, y finalmente aparecen flores pero… no dan fruto.
¿Por qué no dan fruto los cultivos? Los buenos agricultores saben muy bien
porqué sus cultivos no responden a esos cuidados que con ellos se les ha
tenido. Saben que existen una serie de factores que actuaran positiva o
negativamente en el fruto de esa semilla: el clima (heladas inesperadas, exceso
de temperatura…), los nutrientes (materia orgánica adecuada para cada etapa de
la planta o árbol), el agua, la falta de luz o la falta de polinizadores
adecuados a cada árbol o planta, etc. Una serie de condicionantes cuya su falta
o exceso contaminaran el fruto de esas semillas.
Estamos viviendo desde hace años una serie de acontecimientos
que nos llenan de perplejidad y miedo. Unos los llaman sucesos incomprensibles
y otros, como la terapeuta ocupacional Victoria Prooday o el psiquiatra Rojas-Marcos,
tragedia silenciosa. Vivimos una
tragedia silenciosa que se está desarrollando hoy por hoy en nuestros hogares,
y concierne a nuestras más preciosas joyas: nuestros hijos. Unos hijos que,
como las semillas, no dan el fruto esperado. La Naturaleza que es muy sabia,
pues el hombre no ha intervenido en su creación, nos está marcando, al igual que
veíamos al inicio con las semillas, que los excesos al igual que las carencias en
la educación y atención a nuestros hijos van a perjudicar su personalidad y afectaran
a su futuro. Unos hijos sobre-estimulados y sobre-regalados de objetos
materiales, pero privados de los fundamentos de una infancia sana con padres
emocionalmente disponibles, responsables, capaces de establecer límites
claramente definidos y saber decir “no” cuando se es necesario. Unos padres que
confunden el amor con la sobreprotección. Estos hijos están representando las
semillas del mañana, la causa u origen de lo que el mundo actual está
mostrándonos y que tiene, en las actuales circunstancias, difícil solución.
En los últimos 15 años, los investigadores nos han mostrado
estadísticas, cada vez más alarmantes, sobre el aumento agudo y constante de
enfermedad mental infantil que ahora está alcanzando proporciones epidémicas.
Esas investigaciones indican, entre otras cuestiones muy preocupantes, que uno
de cada cinco niños tiene problemas de salud mental, encontrándose un aumento
del 200% en la tasa de suicidios en niños de 10 a 14 años. Niños con padres
distraídos digitalmente, indulgentes y permisivos que dejan que los niños
“gobiernen el mundo” y sean quienes ponen las reglas. Niños con un sentido del
derecho, de merecerlo todo sin ganárselo o ser responsable de obtenerlo. El
exceso de atención y protección al hijo puede convertirse en un factor negativo
para el desarrollo de su personalidad, al igual que los excesos de nutrientes,
de luz o de agua hacen que las semillas no den el fruto esperado.
Son muchos los padres que convierten a sus hijos en
proyectos personales perfectamente planificados, limitándoles así su autonomía
e independencia y creando personas sobreprotegidas. Personas incapaces de crear
en su entorno las condiciones adecuadas para que la sociedad en su conjunto
funcione convenientemente. Unos padres que, como aquellas personas que ocupan
puestos y lugares de responsabilidad económica, social o religiosa, son
ejemplos infames para el desarrollo de los hijos y los jóvenes. Unos hijos,
unas semillas del mañana, que irán marcando el rumbo desgraciado de una
sociedad plena de corrupciones, plagios, injusticias, desordenes sin castigo,
crímenes sin juicio. Una sociedad que enseña que lo políticamente correcto no
tiene por qué coincidir con lo sustantivo, con lo esencial.
No debemos entender con esto que la culpa es de los hijos,
ni que la culpa es totalmente de los padres. La culpa es de todos nosotros ciegos
de avaricia y de vanidad, faltos de responsabilidad y de respeto, informadores
de falsas noticias o abusadores del cargo que ocupan. Cada cual mira los
acontecimientos desde la esquina, con el rostro vuelto hacia la pared para no
ver lo que no quiere. Todo se muda, se reescribe y se transforma según las
conveniencias. Somos objetos vacíos en una sociedad que solo confía en sí
misma, que acepta reglas pero no preceptos, procedimientos pero no
convicciones. Una sociedad sin nombre que, como la “actualidad innombrable” de Roberto
Calasso, ha alcanzado la etapa definitiva de la sociedad secular, el hábitat
del homo saecularis –último eslabón en la evolución del homo sapiens- que se
siente humanista y practica una religión sin divinidad, basada en el altruismo,
sin relación con lo invisible. Un mundo sin luz y esperanza que ha perdido la
idea de lo religioso y del sacrificio. Una filosofía nihilista que renuncia a
todo y que está convirtiendo a esos niños, en semillas incapaces de dar fruto.
José Antonio Puig Camps. AGEA
Valencia (Dr. Ingeniero y Sociólogo)
Blog:
http://josantoniopuig44.blogspot.com.es/
Twitter: @japuigcamps
Publicado 15-09-2019