La frase: “El mundo
tiene prisa, y se acerca a su fin”; la dijo un arzobispo llamado Wulfstan[1]
en un sermón pronunciado en York en el año 1014. Cualquiera de nosotros podría
enmarcar ésta frase en un periodo más cercano, por ejemplo, hoy.
Si en lo político el siglo XVII queda marcado por la
instauración de la monarquía absoluta, en lo artístico por el barroco y en lo
económico por el mercantilismo, el siglo XVIII aparece cómo la bisagra o zona
de transición entre el Antiguo Régimen (los siglos anteriores) y los nuevos
cambios sociales, económicos y políticos que tendrán lugar a finales de ese
siglo y a lo largo del siglo XIX. Si Marx y el marxismo, con el desarrollo de
la ciencia y la tecnología indicaban que el mundo llegaría a ser más estable y
ordenado, con George Orwell y su “1984” nos introdujo ficticiamente en un mundo
vigilado, el Gran Hermano, con una policía del Pensamiento que arrestaban a
todo ciudadano que pensara en contra del Partido.
Sin embargo, actualmente, despertamos con un mundo que no se
parece mucho al que nos pronosticaron, ni tampoco lo sentimos de la misma
manera que ellos. Incluso podríamos decir que, nuestro mundo, en lugar de estar
cada vez más controlado, estable y ordenado, está más fuera de sí, está
desbocado.
Numerosos estudios demuestran que el ritmo de nuestra vida
cotidiana se acelera. El sistema exige continuamente velocidad y crecimiento.
Datos, artículos, torrentes de dinero fluyen sin pausa y cada vez a más
velocidad, impulsados por los avances técnicos y científicos.
Anthony Giddens en su “Runaway World” (Un mundo desbocado)
muestra los efectos de la globalización en nuestras vidas. Nos presenta un
mundo desbocado, fuera de nuestro control, que introduce nuevas formas de
riesgo e incertidumbre pero que, al tiempo, incorpora cambios muy positivos que
están liberando a la mujer, extendiendo la democracia y creando nueva riqueza.
El campo de batalla del siglo XXI enfrentará al
fundamentalismo intolerante con la tolerancia cosmopolita. En un mundo
globalizado, donde se transmiten rutinariamente información e imágenes a lo
largo del planeta, todos estamos en contacto regular con otros que piensan
diferente y viven de forma distinta que nosotros. Los cosmopolitas aceptan y
abrazan esta complejidad cultural. Los fundamentalistas la encuentran
perturbadora y peligrosa.
De todos los cambios que ocurren en el mundo, ninguno supera
en importancia a los que ocurren en nuestra vida privada: la sexualidad, las
relaciones, el matrimonio y la familia. Estamos ante una revolución mundial
sobre cómo nos concebimos a nosotros mismos y cómo forzamos relaciones con los
demás. La mayoría de nosotros puede aislarse de estos problemas durante
bastante tiempo, pero no durante toda la vida. Es cierto que nunca seremos
capaces de ser los amos de nuestra historia, pero podemos y debemos encontrar
maneras de controlar las riendas de nuestro mundo desbocado.
José Antonio Puig Camps. AGEA Valencia (Dr. Ingeniero y
Sociólogo)
Twitter: @JapuigJose
[1] Wulfstan
(muerto el 28 de mayo de 1023), también llamado en latín Lupus
("Lobo"), fue un clérigo e intelectual inglés. Ejerció sucesivamente
cómo obispo de Londres (996), Obispo de Worcester (desde 1002 hasta 1016) y
Obispo de York (desde 1002 hasta su muerte)
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