El exprimir ministro italiano, Enrico Letta, es concluyente al decir: “La vuelta de Donald Trump a la Casa Blanca y su agresiva política internacional era una cuestión inevitable al hablar del momento que vive Europa. Sin embargo, a juicio de Letta, Trump debe considerarse más bien un “acelerador” para aplicar la integración económica de forma completa”. El duro ataque del vicepresidente de EE. UU, James David Vance, en su discurso en la Conferencia de Seguridad de Múnich el pasado 14 de febrero, contra las democracias europeas lo escenificó de forma clara y contundente. Un discurso dirigido a los comisarios de la Unión Europea (UE) acusándoles de estar retirándose de algunos valores fundamentales, con una frase lapidaria resumen de la situación europea: “el mayor peligro para Europa no es Rusia, China u otro actor externo, sino que viene de dentro”. La fragmentación de la UE (27 voluntades) muestra muchos enemigos internos ante los intentos rusos de volver a los esquemas del pasado. Nuestra debilidad entre la economía europea y estadounidense, con una innovación, sin grandes competidores tecnológicos europeos frente a las de EE. UU, muestra una Europa débil, presa fácil para un Trump orgulloso de haberse conocido.
El presidente de los Estado Unidos estableció ese orgullo: “Nada se interpondrá en nuestro camino”. Sus decenas de ordenes ejecutivas firmadas nada más tomar posesión del cargo fue una clara advertencia de su objetivo: poner las bases de una nueva realidad mundial, alejada de aquel mundo bipolar surgido tras la caída del Muro de Berlín. Estados Unidos y China son las dos grandes potencias imperiales que usaran a intermediarios, como Putin, para debilitar a Europa. Una nueva realidad mundial que no cuenta con la UE. La reunión en Riad, para tratar el final de la guerra de Ucrania, solo con los gobiernos rusos y americanos, es un claro ejemplo de la irrelevancia europea y de los ucranianos, un país que ha conseguido sobrevivir como estado y como sociedad ante un agresor mucho más fuerte. Una paz a cambio del control de las tierras raras, los puertos e infraestructuras, el petróleo y el gas. Si Zelenski acepta, el acuerdo equivaldría, según recoge The Telegraph, a una parte del PIB ucraniano mayor que las reparaciones impuestas a Alemania en el Tratado de Versalles. Es claro que para Trump la paz es otro negocio.
Pero, para Zelenski: “No habrá conversaciones de paz sobre Ucrania sin Ucrania”. La resistencia de Ucrania pasa claramente por una UE fuerte. Para lo cual es inaplazable que la UE avance en una mayor integración para negociar desde una posición de fuerza y no desde la posición actual de una enorme crisis económica y de liderazgo. Para ello, se deberá contar con un plan para el futuro económico de Europa ya establecidos por Mario Draghi y Enrico Letta, que pasan por un enfoque común europeo centrado en el crecimiento tecnológico, económico y social, y la renuncia a las soberanías nacionales, para hacer frente a la pujanza de EE. UU y China. Europa no puede aceptar un acuerdo que castiga a Ucrania, como se hizo con Alemania en el Tratado de Versalles tras la Primera Guerra Mundial, eso sería una clara capitulación a los esfuerzos de millones de europeos ante un invasor como Putin. La UE no puede fiarse de un Tratado de paz sin su presencia y la de Ucrania, tras los precedentes sobre Garantías de Seguridad, como el “Memorándum de Budapest” del 5 de diciembre de 1994, donde Ucrania entregó a Rusia su arsenal nuclear a cambio de que esta respetara su integridad territorial. Un acuerdo garantizado por EE. UU, Reino Unido y China. El 18 de marzo de 2014, Putin se anexionó Crimea y estableció gobiernos títeres en las provincias de Donetsk y Lugansk.
El dialogo emprendido en Arabia Saudí entre Rusia y EE. UU es una legitimación clara al agresor Putin, y una advertencia de lo que puede ser el futuro de la presidencia de Trump para ahogar a Europa. Terminar con una guerra es una buena noticia, pero no a cambio de premiar al agresor, ya que es una invitación para que siga haciéndolo. La dureza con la que Trump ha amenazado a las democracias europeas merece una clara respuesta, que debe pasar por dar un impulso definitivo a una mayor cohesión y autonomía estratégica. Jean Monnet apoyo durante toda su vida la integración europea, su visión fue el inició junto a Schuman de la actual Unión Europea. La Europa de Monnet se fundamenta en una base económica solidaria, imprescindible para alcanzar la posterior unión política con la agrupación en una federación de los Estados de Europa. La UE fue construida sobre la paz y olvidó la guerra. Pero para mantener la paz, en un mundo como el actual, hay que estar muy preparado para la guerra. El nuevo orden mundial exige la presencia de una Unión Europea refundada con sistemas de poder sólidos, con élites activas y preparadas, no con un ejército gris de políticos y burócratas que solo desean tener un buen sueldo y una jubilación de oro. Un mito maravilloso que no funciona.
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