Hoy,
dieciocho de octubre, celebramos la fiesta de San Lucas, compañero carísimo del
apóstol san Pablo, que en su libro del Evangelio expuso por orden, cual escriba
de la mansedumbre de Cristo, todo lo que hizo y enseñó Jesús. Asimismo en el
libro de los Hechos de los Apóstoles narró los comienzos de la vida de la
Iglesia hasta la primera venida de Pablo a la ciudad de Roma. Su Evangelio es
el tercero más extenso de los cuatro evangelios canónicos del Nuevo Testamento
bíblico. Su finalidad pastoral, es la profundización de la fe, mostrando a
Cristo como el Salvador de los hombres, resaltando su espíritu de misericordia.
Es San Lucas el que mejor relata y presenta a Jesús, propio de un cultivado
escritor griego.
Con
Lucas vemos la historia de Jesús desde la óptica de un gentil que consideraba
que las biografías de los grandes hombres debían ser un ejemplo para que otros
imitaran. Nos narra una serie de encuentros y anécdotas que no aparecen en
ninguno de los otros libros del Nuevo Testamento. Por ejemplo, cuando Lucas
redacta el diálogo en que Jesús articula los dos mandamientos que resumen la
integridad de la ley mosaica (amar a Dios y al prójimo), al interlocutor de
Jesús –un abogado- que le formula una pregunta: ¿y quién es mi prójimo? La
respuesta dada será la parábola del buen samaritano (una de las parábolas de
Jesús más conocidas, relatada en el Evangelio de Lucas, capítulo 10, versículos
29-37)
perfectamente consistente con el aspecto más sustancial de las enseñanzas de
Jesús: “…estamos obligados a mostrar
piedad para quienquiera que cruce nuestro camino, especialmente quién está en
dificultades”.
Para
Lucas, Jesús se ha convertido en la realidad fundamental frente a lo que todo
acto ha de ser medido. No es casualidad que la historia de Marta y María
aparezca a continuación de la parábola del buen samaritano cuyos actos emulan a
Cristo. Sólo si colocamos a Cristo antes de cualquier otra consideración
práctica –sólo si le abrimos un espacio en nuestro corazón (antes de recoger la
mesa)- seremos capaces de comportarnos como lo hace el samaritano. Abrirle un
espacio a Jesús significa orar. De manera que, tan pronto termina la historia
de Marta y María, Jesús les enseña a sus discípulos a orar. Lucas concibe la
vida cristiana como la alternancia de dos actividades: orar y ser bondadosos.
La
oración es tan importante en el Evangelio de Lucas que solo él nos muestra a
Jesús, mientras es crucificado, orando así: “Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen”. Al igual que el
padre del hijo pródigo y así como Jesús perdona a los verdugos que clavan los
clavos a través de sus pies y manos, así Dios no espera hasta que nos
arrepintamos; nos ama de todos modos. En palabras de Dante, Lucas es “el escritor de la bondad de Cristo”; su
retrato de Jesús es el que más efecto ha tenido en Occidente; el Cristo de
Lucas es, de hecho, el que se grabó de manera imborrable en la imaginación del
mundo. Del “Jesu dulcis” -el dulce Jesús- de Bernardo de Claraval, hasta el
“buen pastor Jesús” de los cantos populares; de los piadosos motetes de Bach al
solemne rostro campesino que tanta veces esbozaba Rembrandt, ese rostro que
Lucas, con reverente devoción, fue capaz de mostrarnos. Un rostro amable lleno
de amor, un Jesús que casi parece observar nuestra insensatez y locura con
cariñoso brillo en los ojos. Un rostro que millones de hombres y mujeres
agonizantes han esperado ver al final de su trance, así como han esperado
escuchar las palabras que solo registrara este bienamado médico de almas: “en verdad te digo que hoy mismo estarás
conmigo en el paraíso”.
José Antonio Puig Camps (Dr.
Ingeniero y Sociólogo). Presidente de AGEA Valencia
Twitter: @japuigcamps
Ideas tomadas de “El deseo
de las colinas eternas” de Thomas Cahill
Publicado en blog 18-10-2017
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