Un día tras otro las noticias de la prensa, radio y
televisión nos están golpeando con un solo titular: la corrupción. Cientos de
personas de cualquier color político, sindical o empresarial hacen el paseíllo
a los juzgados imputados de algún tipo de delito: malversación de caudales
públicos, cohecho, prevaricación, etcétera. Nadie parece salvarse de ésta plaga
que asola a la sociedad española de principios del siglo XXI. La pregunta que
la mayoría de nosotros se hace es ¿Qué está pasando?
La respuesta, podría ser, que se está perdiendo el
sentido de la vida o estamos viviendo una vida sin sentido. Las estadísticas
nos dicen que el español ha vivido, y sigue viviendo, por encima de sus
posibilidades (¿necesidades?). Solo nos atrae lo que no tenemos. Vivimos a un
ritmo trepidante donde el presente no se disfruta, el pasado ya no interesa y
el futuro se quiere hacer presente al precio que sea. Ya no vemos con la visión
de los ojos, sino con la visión de la mente. La primera, quiere afirmar el
orden de las cosas, mientras que la segunda (la de la mente) quiere afirmar el
orden de las ideas. Al no ser lo mismo lo uno que lo otro, vivimos en un
continuo conflicto pues, las dos visiones, corresponden a ordenes distintos.
Basándonos en la teoría del conocimiento, la visión
ocular estaría relacionada con la subjetividad, es decir el punto de vista del
sujeto, y por lo tanto influidos por los intereses y deseos particulares del
mismo. La visión mental sería su contrapunto, es decir la objetividad, basada
en un punto de vista intersubjetivo, no prejuiciado y verificable por
diferentes sujetos. En nuestro mundo global el conflicto, en esta bipolaridad,
se presenta entre lo que el mundo le ofrece al sujeto y lo que éste le demanda.
Es decir en el modo que se presenta “su realidad”.
Lo que mucha gente ignora es que la subjetividad,
ontológicamente hablando, descansa en la noción de invarianza, es decir,
aquello que consideramos real y que no cambia. Es aquí donde se produce la
confusión del ser humano: pensar que “su realidad” es invariante y no puedo
cambiar, que su destino está ya escrito. Sin embargo, por naturaleza, el ser
humano es cambiante, tiene habilidades y posibilidades que ha ido desarrollando
a lo largo del tiempo y que le hacen capaz de conseguir lo impensable: de
cambiar “su realidad”.
Pero, para ello, el individuo debe luchar por mostrar
sus capacidades. Capacidades o talentos que requieren sacrificio, trabajo,
orden y humildad para reconocer hasta donde puede llegar según sus esfuerzos
personales. Si no lo hace, y desea obtener las cosas por el camino equivocado, es
cuando se muestra incapaz de asumir su verdadero lugar en la sociedad, es cuando
no quiere sacrificarse por nada ni por nadie, es cuando se sube a la locomotora
de lo fácil e irreal y es cuando el individuo se aliena. Alienación que se
manifiesta cómo un estado del ser completamente pasivo, sin identidad, sin
ideas, sin compromisos, sin afinidad. Vive en el inconsciente, sin querer
obligarse a nada ni a nadie, sin levantar un ápice para mostrar sus desavenencias.
Son seres que se transforman en mercancías y, por lo tanto, en un campo de
operación del poder.
Debemos levantarnos del sillón de la comodidad y
mostrar a esa clase decadente, tramposa, ociosa, corrupta y embaucadora, que
todo no vale. Debemos mostrar la cara oculta de la realidad, esa realidad que
no es invariante, que podemos hacerla mejor. El camino no es el tomado por esa
clase decrépita, el camino es el del desprendimiento, la honradez, el trabajo,
el estudio, la integridad. Que ni todo vale, ni todos somos iguales.
En éste rio revuelto, en que unos pocos (no nos
engañemos) quieren que entremos por distintos intereses y nunca por el bien
común, debemos ser coherentes con nuestras decisiones. Debemos ser conscientes
que en una sociedad democrática el poder reside en el pueblo, y que eso nos
debe marcar a todos los ciudadanos. Si utilizamos ese poder
indiscriminadamente, nos estamos transformando en aquellos que nos indignan.
No podemos y no debemos mostrar nuestro descontento
con toda la clase política pues, si lo hacemos, estaremos alimentando a los
grupos antisistema que se nutren de ese descontento. Los grupos que se
alimentan del odio de los demás son cómo los detritívoros que se alimentan de
la materia orgánica en descomposición. Seamos pues conscientes de nuestros
actos. Pensemos que un instante de placer (dar un voto de castigo) puede traer
una infinitud de dolor (una legislatura de castigo).
José Antonio
Puig Camps. AGEA Valencia (Dr. Ingeniero y Sociólogo)/06.11.14
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@JapuigJose
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