Aunque
se da por sentado, el lenguaje cómo instrumento y vehículo de conocimiento es
la base de todo diálogo que tienda a construir un mejor entendimiento
reciproco. Se dice que una de las primeras acciones relativas a la creación del
hombre fue, precisamente, enseñarle el lenguaje a Adán con la finalidad que
pudiera transmitir todo lo que iba conociendo. Esta cualidad –hablar- fue uno
de los elementos que distinguió al ser humano (homo loquens) del resto de los
seres vivos. Una facultad que le permitiría entender y juzgar las cosas.
Gracias
a esa facultad el ser humano tiene capacidad para vivir en comunidad, siendo
vital que esa capacidad de comunicación sea comprensible y sistematizada puesto
que, el lenguaje, es un complejo sistema de símbolos, tanto fonéticos cómo
escritos, que debe permitir comunicar ideas, sentimientos, pensamientos y
situaciones entre dos o más personas. Es una anastomosis, una comunicación, un
intercambio y unión entre aquellas personas que desean ponerse de acuerdo. Por
lo tanto el lenguaje se creó no para separar sino para unir y entendernos, pues
de lo contrario con símbolos menos complejos, cómo el utilizado por los
primates –gestos y sonidos guturales-, tendríamos suficiente. Johan Huizinga ya
señaló en su obra Homo Ludens, que el hombre no sólo se construye desde su
condición de homo sapiens y de homo faber, sino que en dicho proceso de
construcción se halla implicada su dimensión de homo ludens, hombre que juega,
imita, reflexiona, imagina, etc., dinámicas todas ellas vinculadas a la
elaboración del lenguaje y la cultura.
Dado
que vivimos en un mundo globalizado donde la mezcla de culturas, razas, religiones,
costumbres, etc., conviven entre nosotros, se hace necesario utilizar el
lenguaje para tener un dialogo que nos permita comprendernos y aceptarnos. Un
espíritu de entendimiento y de dialogo, sin anatemas recíprocos, sin excomuniones
y sin perder de vista el respeto por el otro, se hace indispensable para una
comprensión y escucha mutua entre seres humanos. El fin último del dialogo debe
consistir en el encuentro recíproco, en el conocimiento recíproco, en compartir
y enriquecerse con la comparación de ideas y experiencias que promueven y
desarrollan diferentes modelos de vida. Cómo decía el sacerdote jesuita William
Johnston: “La finalidad del diálogo no es probar que yo tengo razón y que tú
estás equivocado; ni se trata de conseguir que tú pienses cómo yo. En el diálogo
uno explica con decisión, claridad y sin pretensión alguna. A su vez el otro
escucha con la mayor simpatía posible. Ninguna de las dos partes necesita
comprometerse en las ideas básicas, pero los dos comparten”.
Cuántas
veces hemos sido participes de comentarios sobre una u otra persona que, sin
conocerla, ya establecemos un criterio sobre ella. Pero cuando la conocemos,
cuando entablamos un dialogo, por pequeño que sea, con esa persona, cuando
iniciamos ese conocimiento mutuo, en un abrir y cerrar de ojos se disipa el
velo de aquel prejuicio que teníamos de ella. El dialogo entre pueblos nos
enriquece a todos y nos hace más humanos, más hermanos. El Papa Francisco nos
muestra día a día esa necesidad de dialogo para la Unidad de los Cristianos, cómo
su próxima visita a Suecia (31 de Octubre) en ocasión de los 500 años de la
reforma protestante de Martín Lutero. El Pontificio Consejo para la Promoción
de la Unidad de los Cristianos y la Federación Luterana Mundial (LFW),
señalaron previamente que el evento destacará “los sólidos progresos ecuménicos
entre católicos y luteranos y los dones conjuntos recibidos a través del diálogo”.
José Antonio Puig Camps.
AGEA Valencia (Dr. Ingeniero y Sociólogo)
Twitter: @JapuigJose
Publicado 15-10-2016
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