Mi frase




MI Frase
"Cuando la vista se cruza con el deseo, haz que impere la razón".
(José A. Puig)





miércoles, 4 de diciembre de 2013

GRATITUD PERDIDA



Estaba leyendo la prensa y me ha llamado la atención, como supongo que a otros muchos lectores, algunos comentarios escritos a raíz del reciente informe PISA 2012 sobre la educación en España en  alumnos de 15 años, donde, casi todos giran en torno a que España sigue por debajo de la media de OCDE en Matemáticas, Lectura y Ciencias.
Los comentaristas políticos o tertulianos que diariamente nos ofrecen sus puntos de vista, como si fueran los portavoces oficiales de la masa silenciosa, salpican su oratoria acusando o defendiendo a aquel señor/a, ciudad, comunidad o partido político que mas o menos acorde esté con su tendencia política que, por cierto, en alguno de ellos es indisimulada llegando a coger, como se dice coloquialmente, “el rábano por las hojas”, es decir, poner el acento en lo que quieren destruir (y menos nos puede interesar) y no en el asunto central de la discusión (lo interesante y que ellos parecen no haber leído).
Esto último, lo he podido comprobar recientemente, por ejemplo, en la propuesta de reforma de la Ley Orgánica de Educación (LOE) o la LOGSE, que ha presentado el ministro WERT con el titulo de LOMCE (Ley Orgánica para la Mejora de la Calidad Educativa), donde los medios progresistas se cebaron mas con el ministro que con la propia ley propuesta.   
Nuestra sociedad global está tan mediatizada por las distintas cadenas de televisión y sus programas que según lo que estos o aquellos comentaristas digan o publiquen así será lo que las personas piensen o pensemos. Cualquier sospechoso, se hace culpable y cualquier culpable, es inocente según lo haya o no dicho el medio audiovisual de turno. Solo echamos culpas a los demás, pero, nunca reflexionamos en el papel que nosotros hemos tenido en esa culpa.
Volviendo al principio, el informe PISA muestra algo que muchos padres y educadores saben, y es, la existencia de un problema de falta de autoridad y bajo rendimiento mas o menos generalizado en el sistema educativo preuniversitario, que se adentra en una crisis de nuestra arquitectura social, no tanto a las instituciones (que también) como a los hábitos intelectuales y emocionales con los que conducimos e interpretamos la realidad.
Hace tiempo que los maestros dejaron de ser autoridades, en el sentido pleno y cultural de la expresión. Es cierto que los excesos autoritarios de las sociedades tradicionales y cerradas, han hecho que se busquen formulas nuevas y que se redefina el papel del educador en nuestro contexto social democrático y participativo. La avalancha de nuevas pedagogías maltraídas, casi siempre, por las sucesivas reformas educativas, han hecho que el protagonista sea el educando frente al tradicional dirigismo del maestro.
Todo ello ha hecho que se olvide lo que a los maestros le hacia tener autoridad: el hecho de que una persona se “ponga al servicio” de los que “tienen que crecer” para colaborar con ellos e indicarles el camino de su futuro. Estos maestros eran vocacionales y no enseñaban para ganar un sueldo y cumplir solo un horario, sino que lo hacían con el sano ánimo de enseñar, de comunicar lo que ellos aprendieron y seguían aprendiendo, pues esa vocación no es estática sino que día a día debe mantenerse a través del estudio y la preparación, o sea con sacrificio.
Esa autoridad, del maestro, es la que hacia que los padres confiaran en sus consejos y enseñanza y, que, el alumno pusiera su tiempo y destino en sus manos. Lo que sostiene el régimen de autoridad en el que es posible enseñar, está centrado en lo que nuestra cultura social confunde: lo que solo cabe esperar con lo que tenemos el derecho a exigir. Los padres tienen derecho a que sus hijos sean bien educados y adquieran un determinado nivel de conocimientos. Pero no se tiene derecho, al no poderse exigir, a que el maestro haga del destino de sus alumnos objeto de su desvelo personal, pues semejante implicación es algo impagable, un “exceso” que solo se reconoce adecuadamente con una obsequiosa gratitud. Es la ingratitud de los padres lo que desautoriza a los maestros.

José Antonio Puig Camps (5-12-2013) Publicado.

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