Mi frase




MI Frase
"Cuando la vista se cruza con el deseo, haz que impere la razón".
(José A. Puig)





miércoles, 27 de octubre de 2010

Discriminación social: Racismo, Xenofobia, homofobia…

El tema que nos ocupa exige un trazado serio y profundo que nos permita, dentro de lo que cabe, objetividad de planteamiento y objetividad de aceptación y comprensión. Vivimos en un mundo globalizado donde las comunicaciones, los transportes, el turismo, las finanzas y demás elementos que hace unos años impedían que el ser humano no conociera mas allá de su ciudad, ahora pueda permitirse sentir ciudadano del mundo. Las fronteras se retiran y los contactos entre seres humanos crece vertiginosamente, pero ¿Estamos preparados para ello?
A la vista de los acontecimientos diarios, las noticias, las encuestas, así como el día a día de todos nosotros, presenta un panorama que dista mucho de poder dar una respuesta afirmativa a nuestra pregunta inicial.
Si la preparación, entendida como estudios y formación, del ser humano ha sido siempre necesaria, es ahora cuando resulta imprescindible. ¿A que nivel profesional?, la respuesta es simple: a todos los niveles.
Todos necesitamos tener la preparación suficiente para convivir con otras mentes, razas, costumbres, religiones, etc., que nos permita entender y comprender que el individuo tiene diferencias. Esas diferencias, que hace unos años eran imperceptibles, ahora se muestran tan a la vista que resultan en muchos casos molestas. La nueva ciudadanía global nos obliga a aceptar otros individualismos, otras formas de vivir e incluso de convivir. Nos obliga a “todos” a una verdadera integración social.
¿Qué factores nos permiten aceptarnos tal y como somos? En la mayoría de los casos para entender y comprender a los demás debemos conocernos, tratarnos, la ignorancia es la mas peligrosa de las enfermedades y el origen de todas las demás. Santa Teresa de Jesús decía “Lee y conducirás, no leas y serás conducido”, ese es el peligro, el dirigismos brutal de la sociedad, pues al no conocernos, al no entendernos, al no comunicarnos, la convivencia con personas distintas a nosotros se hace la mayoría de las veces insoportable.
El miedo a lo desconocido hace aflorar en el individuo los instintos mas bajos del ser humano, nuestra “condición humana”, que pone de manifiesto egoísmos, rencillas, enfrentamientos, sentimientos discriminatorios que, como consecuencia de esa “condición” nos aleja cada vez mas de nuestro “yo supremo”, ese yo que a lo largo de la historia ha sido capaz de entregas y sacrificios inmemoriales, que han hecho posible que el hombre primitivo salga de su oscurantismo y pueda disfrutar de situaciones impensables.
El individuo, como tal, vive una serie de acontecimientos biológicamente determinados que son comunes a la mayoría de las vidas humanas, y la manera en que reaccionan los individuos o hacen frente a estos acontecimientos constituye la condición humana. Esa reacción, ante los “otros” seres humanos, se manifiesta en actos discriminatorios como el racismo, la xenofobia, la homofobia…, olvidando que esos “otros” son “individuos” como nosotros.
Ese individuo, objeto de discriminación, es un ser humano, alguien singular, irrepetible, provisto de una personalidad propia inalienable. ¿Qué quiere decir esto? En términos personales, implica que cada ser humano tiene conciencia de ser el mismo, alguien valioso sin el que el mundo y la vida estarían privados de un elemento irremplazable.
Esta conciencia de ser “yo” se sustenta en la convicción de que existe algo que llamamos dignidad humana, que tanto diversas confesiones religiosas como escuelas filosóficas y corrientes ideológicas apoyan de un modo congruente desde sus particulares concepciones doctrinales. El hecho de que en el ámbito internacional existan organizaciones de diverso tipo -religiosas, ideológicas, sociales, culturales- que apoyen y defiendan la dignidad de la persona humana prueba, en principio, dos cosas: La primera es que ésta -la dignidad humana- se ve puesta en cuestión y, todavía más, que a menudo está gravemente amenazada.
Es preciso señalar que la creencia en un individuo, titular de derechos universales e inalienables, es, aparte de un imperativo moral para toda persona bien pensante, algo sumamente problemático en términos políticos prácticos. Tanto los supuestos de universalidad como de inalienabilidad señalan en una dirección clara, que Diana T. MEYERS describe en términos de su titularidad: el titular es evidentemente ese ser humano abstracto que, en concreto, se plasma en la persona individual que somos, por ejemplo, usted o yo.
Todo esto implícita su consideración como derechos absolutos, ¿por qué?. Porque un derecho universal afecta a la totalidad de la especie humana por el simple hecho de serio; un derecho inalienable es aquél que su titular no puede perder, con independencia de que lo haga o de cómo le traten los demás. Es decir nuestra titularidad inalienable nos dice que no podemos trasmitirla somos dueños de nosotros mismos para lo bueno y para lo malo. La criminalidad no puede resistir el no sabia lo que hacía.
Si nos imaginemos a ese individuo contemporáneo situado en y también frente al mundo que lo rodea. Viva donde viva, sean cuales sean sus orígenes y características físicas, sexuales, raciales, intelectuales, económicas, culturales, nacionales ... ese individuo parece estar provisto, desde el planteamiento anterior, de una titularidad absoluta, inalienable y universal de los derechos que garantizan que su dignidad de persona humana está a salvo. Sin embargo, todos sabemos que en la realidad esto no es así porque existen muchísimos "dependes", sistematizables según lo que el sociólogo Jesús IBÁÑEZ(1928-1992) llamaba "términos marcados". Así pues, frente al individuo en abstracto, pensemos en el individuo concreto, con presencia real en las relaciones con la sociedad. Si ese individuo es adulto, varón, blanco, rico y heterosexual, las condiciones y expectativas de su existencia real serán bastante más favorables que las de quienes no estén incluidos en las categorías señaladas. Cualquiera puede comprobarlo: repase usted las listas de gobernantes y ministros principales, miembros destacados de consejos de administración de grandes corporaciones e instituciones financieras, academias y universidades, magistraturas y ejércitos, colegios profesionales y centros de investigación ... de todo el planeta, es decir, consigne usted a los individuos con mayor capacidad de decisión y actuación del mundo, y saque sus propias conclusiones. Justifíquelo después como quiera o pueda.
Una vez planteada y ponderada la "visibilidad" o “claridad” mayor de algunos individuos en el escenario social en que nos movemos, subsisten cuestiones interesantes que conciernen a los restantes individuos, reales y concretos, que forman, por así decirlo, la "infantería" de nuestra sociedad, es decir, los millones de personas destinatarias de las decisiones e indecisiones, actuaciones y omisiones, aciertos y errores, de los ejecutores de la política en cualquiera de sus ámbitos. En términos filosóficos, jurídicos, morales, todos los individuos del planeta son idénticos en cuanto a dignidad humana y son, sin excepción, titulares de derechos universales e inalienables, conocidos genéricamente como "derechos humanos”.  El texto legal que sanciona esta situación, auténticamente revolucionaria si se considera a la historia de la humanidad en su conjunto, es la Declaración Universal de los Derechos Humanos, proclamada por la Asamblea General de las Naciones Unidas el 10 de diciembre de 1948. Se trata de un auténtico monumento elevado por una comunidad internacional aún precaria, a la dignidad humana, cuyo propósito es, en palabras de CARRILLO SALCEDO, ««reconocer los derechos fundamentales de la persona, universales e indivisibles, como uno de sus intereses fundamentales y uno de los principios constitucionales del orden internacional».
Pero, en un plano político real, ¿esa dignidad humana es una condición actual o representa más bien una meta? Toda reflexión al respecto, siempre reducida a sus dimensiones políticas inmediatas responde, como indica Norberto BOBBIO, a la categoría de los valores y es más un deber ser que un ser. Porque una cosa es declarar, e incluso ratificar tratados, convenios, pactos y protocolos internacionales, y otra realizar en plenitud, mediante ordenamientos jurídicos efectivos, acompañados de sus respectivas sanciones penales ineludibles, la actualización permanente de los derechos humanos, tutelados y salvaguardados como derechos fundamentales de cada individuo, sea ciudadano nacional de un Estado o no. Este aspecto, esencial, remite al fondo de la cuestión que nos ocupa y es que, respecto a los derechos humanos, lo más importante no es justificarlos, sino protegerlos. No se trata de un problema filosófico, sino político.
Aunque las dificultades señaladas son de orden jurídico y político, también afectan al propio contenido doctrinal de los derechos. Eso hace que personas como usted o yo nos escandalicemos gravemente cada día al constatar que los derechos humanos -la dignidad de la persona humana, en definitiva- son violados de forma sistemática por toda clase de agentes del orden y la seguridad, de la economía, de la judicatura, de la familia ..., tanto estatales como privados, en gran parte de los lugares del mundo, quedando los transgresores libres e impunes. Este "escándalo" es un estupendo indicador de la buena salud mental y moral de los que se escandalizan, que, con toda seguridad, son el motor que pone en marcha a los movimientos sociales y encauza a las corrientes de opinión pública internacional que luchan por una protección efectiva de los derechos humanos en el mundo.
El consenso general sobre los derechos humanos induce a creer que tienen un valor absoluto y que pertenecen a una categoría homogénea, cuando en su mayor parte no son ni lo uno ni lo otro. No pueden tener un valor absoluto porque en la práctica existen numerosos casos en que dos derechos, igualmente fundamentales, se enfrentan y no es posible proteger incondicionalmente a uno sin convertir al otro en inoperante. Un ejemplo lo da la objeción de conciencia; ¿Qué es más fundamental: el derecho a no matar o el derecho de la colectividad a defenderse de una agresión externa?
Siguiendo con esta reflexión podríamos llegar a conclusiones aterradoras, donde cualquier manifestación que tuviera por objeto salvaguardar mis interés debería primar sobre cualquier otro derecho. Es aquí donde entramos en las discriminaciones, es decir en diferenciar, distinguir, separar a un individuo o individuos de otros, y en donde una persona o grupo es tratada de forma desfavorable a causa de prejuicios, generalmente por pertenecer a una categoría social distinta; debe distinguirse de la discriminación positiva (que supone diferenciación y reconocimiento). Entre esas categorías se encuentran la raza, la orientación sexual, la religión, el rango socioeconómico, la edad y la discapacidad. La xenofobia y el racismo son formas de discriminación, es decir una conducta sistemáticamente injusta contra un grupo humano determinado.
El racismo y la xenofobia son problemas graves que tienen planteados en la actualidad Europa y España. Pero si el racismo es discriminación por raza y xenofobia es discriminación por nacionalidad, el obligado debate será sobre la discriminación. Recomendar que no se ejerciten comportamientos racistas es una falacia, que cuando procede de quienes ostentan el poder se convierte en un claro ejercicio de hipocresía, por ser ellos los responsables de la Ley de Extranjería, y adquiere tintes de grave irresponsabilidad porque al obviar los restantes modos de discriminación los perpetúan, sabedores de que las recomendaciones no modifican los comportamientos.
Pero lo mas cruel es que nuestras conductas como el racismo, la xenofobia o cualquier otra forma de discriminación, no son solo aspectos externos al individuo, sino que están dotados de un poder imperativo y coercitivo en virtud del cual se le imponen, lo quiera o no. Probemos a oponernos a una de estas manifestaciones colectivas, yo diría costumbristas por cultura, etnia o raza, y verá como su rechazo se vuelve contra el.
Hay una relación causal (causa y efecto) entre los distintos elementos que nos rodean: físicos, sociales, religiosos, resultado de una interacción plural que se plasma conceptualmente, en lo que Montesquieu denominaba el “espíritu general”. Para Charles Louis de Secondat, Señor de la Brède y Barón de Montesquieu (1699-1755), el “espíritu general” es una resultante de un juego de interferencias, un doble proceso entre el hombre y el mundo, en el que causa y efecto son reversibles. Ese “espíritu general” no es algo que depende de la voluntad del individuo, ni siquiera de la voluntad de una colectividad: es una resultante en el que los elementos morales, producto de la libre acción de los hombres, predominan históricamente en las sociedades avanzadas frente a los condicionamientos físicos. Es pues un determinismo a partir de la aceptación del carácter físico y moral de la naturaleza humana. Para Montesquieu, en el mundo físico, “ley” y “hecho” coinciden; pero en el mundo moral, la necesidad no implica la existencia, y el hecho puede ser entonces contrario a la ley.
La falta de objetividad distorsiona la naturaleza esencial del hombre, al igual que, para Marx (1818-1883), lo hacía el capitalismo. Las personas no son conscientes de esa distorsión pues se trata de una consecuencia no prevista, pero estas consecuencias dependen del contexto social. Una persona honrada, incapaz de hacer daño a nadie, puede considerar a la vista de los mensajes que la estructura social le trasmite que el aborto no es un crimen o que la eutanasia beneficiara a su madre enferma. Si esta postura va calando en la sociedad su objetividad puede quedar distorsionada y aceptar algo que en condiciones objetivas le resultaría del todo inapropiadas.
Émile Durkheim uno de los creadores de la sociología moderna, en su obra “Las reglas del método sociológico” (1895). Nos deleita con sus planteamientos al poner al individuo frente al espejo de sus conclusiones y despojándole de la mayoría de sus criterios por su falta de objetividad. Para Durkheim la objetividad es necesaria para que nuestros planteamientos sean lo mas justos posibles.  Objetividad en nuestras creencias, aptitudes, trabajos, relaciones, comentarios, acciones, etc. pues es en estos “hechos sociales” cuando la objetividad se convierte en necesidad.
Es cierto que la historia nos muestra individuos con una presencia tangible en la escena internacional: son los protagonistas de la misma, dirigentes de todo tipo y condición, que en momentos determinados asumen causas variopintas y, por así decirlo, mueven el mundo, para bien y para mal. Entre Gandhi y- Stalin hay un abismo; entre Juan XXIII y Hitler, una sima; entre Gorbachov y Pinochet, una zanja. Son ejemplos extremos, qué separa o une a los demás individuos de la sociedad.
El individuo particular, en su esfera privada de valores e intereses, es, para la mayoría de quienes ostentan la capacidad de dirigir la sociedad internacional, un objeto sobre el que actuar muchas veces de forma irrespetuosa e irresponsable. Sin embargo ese individuo es un sujeto, pensante y sensible, está provisto de facultades inherentes que le llevan a actuar, aun a pesar de la inercia y las dificultades. La acción de los movimientos sociales y de ciertos individuos particulares excepcionales logra romper la costra de una realidad opresora, estableciendo ,que la libertad y la justicia sean, además de unos valores e ideales, un hecho tangible para un número creciente de seres humanos.
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Charla dada por José Antonio Puig Camps. Doctor Ingeniero Agrónomo (Economía y Sociología). Experto Universitario en Inmigración, Exclusión y Políticas de Integración Social. Máster Universitario en Exclusión Social, Integración y Ciudadanía.
Aula Cultural Ayto. de Torrente (28-10-2010)

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