Aristóteles decía “Somos los que hacemos día a día. De modo
que la excelencia no es un acto sino un hábito”. Una gran ventaja de nuestra
mente, que debemos aprender a gestionar su uso, es la creación de hábitos. El
hábito es la destreza que se adquiere por el ejercicio repetido. Son pequeñas
rutinas, costumbres e inercias que nos permiten hacer tantas cosas bien o mal
sin tener que ser necesariamente conscientes de ello. Pero esa costumbre
inveterada, antigua o arraigada, puede ser una bendición o una maldición. La
excelencia, es una bendición cuando se sabe obrar sólidamente como ser humano,
con piezas de calidad como los buenos principios y los valores. Vivir con
excelencia positiva es poseer, entre otras cosas: Intuición y alegría, claridad
en sus propósitos, originalidad, responsabilidad y libertad. La excelencia, en
cambio, es una maldición cuando esos principios y valores han sido dinamitados.
Cuando la persona ha perdido el respeto, lealtad o fidelidad a los demás,
cuando hace de la mentira su mejor aliada para la consecución y disfrute de
algo. Esa excelencia es una maldición no solo para él sino, lo que es peor, para
el conjunto de personas que le rodean. Su vida normalmente está cimentada en el
odio, en la transgresión, en la vulneración de todo aquello que no se adhiere a
sus deseos.
Esta pandemia, provocada por el covid19, está produciendo
una verdadera crisis cognitiva que incapacita al ser humano para reaccionar
ante situaciones desfavorables o contrarias a lo esperado. Una situación que ha
obligado a las personas a romper drásticamente con los hábitos cotidianos de sus
vidas. El aislamiento o el confinamiento son las mejores herramientas para el
deterioro cognitivo. El gobierno de España, tras la quinta prorroga del estado
de alarma, está llevando a los ciudadanos (más de sesenta días confinados con
pequeñas salidas temporales) al fenómeno psicológico del síndrome de la cabaña
(el miedo a salir de casa por la posibilidad de contraer la enfermedad). Un miedo
propio de personas aisladas al carecer del hábito del contacto humano y social,
y donde el único contacto con el exterior son fundamentalmente los medios de
comunicación, pieza clave en la construcción de la realidad social. Esta acción
constructora, ejercida por los
periodistas, se deja notar
especialmente en el terreno de la política y son elemento indispensable en el
proceso de formación de la opinión pública. De ahí la importancia para todo
gobierno de tener el control de esos medios y manejarlos a su antojo y
capricho. Ante estas circunstancias no es de extrañar, como decía Michael
Ignatieff en el prefacio a la edición española de su libro sobre la vida de
Isaiah Berlín, que el ciudadano medio acepte como conocimiento lo que es mera
opinión y confunda el rumor con el hecho y la verdad con la ficción.
Pero este estado de alarma no solo nos está llevando al confinamiento
de la ciudadanía, sino también al cierre de las escuelas, universidades,
museos, etc., etc. Es decir a la pérdida del conocimiento en nuestra sociedad.
Una sociedad donde no nos sobra ese conocimiento a la vista de algunos informes,
como el de PISA. Si encima el Ministerio de Educación apoya el aprobado
general, ante la suspensión de exámenes solicitado por el Sindicato de Estudiantes,
y el Ministro de Universidades baja drásticamente el listón para conseguir una
beca. Resulta claro que la excelencia del alumnado está muy lejos de ser una
bendición. Si a esa baja estima por aprender unimos la política clientelar del
actual gobierno, donde las élites de la mayoría de la sociedad tienden a
recurrir a redes de familiares y amigos, no es de extrañar que cada vez haya
más jóvenes que dejan sus estudios y quieran apuntarse al clientelismo
político. Todo ello lleva a construir una Sociedad del Conocimiento donde, por
una parte, el Conocimiento se convierte en factor crítico para el desarrollo
productivo y social, y, por otra, un claro debilitamiento del Aprendizaje
Social, como medio para asegurar el conocimiento y su transformación en
resultados útiles. En ambos casos la Educación juega el papel central en la
excelencia positiva elemento clave para el futuro de toda sociedad. Por otra
parte al estudiante de clase acomodada le perjudica menos la renuncia a la
excelencia, pues cuenta con otros recursos para acabar encontrando trabajo;
pero al estudiante de peor posición socioeconómica, que solo puede ofrecer a su
posible contratante el valor de su currículo, la igualación por abajo le asesta
una desventaja añadida. Como resultado, toda la sociedad se empobrece y pierde
talento en favor de un modelo clientelar que cronifica la mediocridad.
José Antonio Puig Camps. (Dr.
Ingeniero Agrónomo y Sociólogo)
AGEA Valencia (https://agea.es)
Blog:
http://josantoniopuig44.blogspot.com.es/
Twitter: @japuigcamps
Publicado 25-05-2020
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