La
fidelidad es la capacidad espiritual, el poder o la virtud de dar cumplimiento
a las promesas. El que promete corre un serio riesgo porque se compromete a
actuar con rectitud, nobleza, honestidad y lealtad a un determinado deber, y lo
hace de forma voluntaria y consciente. Esa fidelidad delicada, operativa y
constante -que es difícil, como difícil es toda aplicación de principios en
nuestras vidas- es la mejor defensa de la persona contra la pobreza de
espíritu, la dureza de corazón o la atrofia de la mente.
Es de
vital importancia que nosotros comprendamos totalmente lo que es, e implica la
fidelidad, pues de ella dependen muchas de las bendiciones que tendremos y también
mucho de lo que no tendremos. El pasaje evangélico dice, que si soy fiel en lo
poco, también lo seré en lo mucho; o sea, que no llegaré a lo mucho, sino soy
fiel en lo poco. Una fidelidad presente tanto en los grandes acontecimientos,
como en las pequeñas cosas de nuestra existencia.
La
fidelidad solo se puede demostrar por medio de la obediencia al mandato, es así
como la Biblia lo presenta en algunas ocasiones. La fidelidad es constancia, no
son propósitos incumplidos, es terminar eso que comenzamos. Se confunde, a
menudo, la fidelidad y el aguante. Aguantar significa resistir el peso de una
carga, y es condición propia de muros y columnas. La fidelidad supone algo
mucho más elevado: crear en cada momento de la vida lo que uno, un día,
prometió crear. Pero hoy se glorifica el cambio, término que adquirió
últimamente condición de "talismán", que nadie osa ponerlo en tela de
juicio. Frente a esta glorificación del cambio, debemos grabar a fuego en la
mente que la fidelidad es una actitud creativa y presenta, por ello, una alta
excelencia.
Ser
fiel casi parece imposible y algo pasado de moda. En esas circunstancias hablar
de la fidelidad se hace difícil y la influencia del medio ambiente es muy
negativa. Pero, la vida es siempre una elección: entre honradez e injusticia,
entre fidelidad e infidelidad, entre egoísmo y altruismo, entre bien y mal.
Aunque muchas personas se muestren reacias a mantener los compromisos asumidos
libremente, estamos llamados a demostrar la fidelidad con las palabras y los
hechos en los diversos campos de nuestra vida: relaciones sociales,
profesionales, familiares y religiosas. Es cierto, que permanecer leales
siempre y en todos los aspectos de nuestras relaciones no es nada fácil y exige
sacrificio, porque la escuela de la vida no es una marcha triunfal, sino un
camino salpicado de sufrimientos y de amor, de pruebas y de fidelidad que hay
que renovar todos los días. Puesto que la sociedad de hoy es indulgente con la
inobservancia de la palabra dada, es necesario restituir el honor social a la
fidelidad del amor.
La
perseverancia que pide la fidelidad no es monotonía o inercia. La vida es una
continua sucesión de impresiones, pensamientos y actos; nuestra voluntad,
afectividad e inteligencia cambian constantemente de contenidos. Pero, por
encima de cualquier cambio, el ser humano tiene el poder de meditar y valorar
cuales son los episodios decisivos de su vida, jerarquizarlos, para ser
coherente con su trayectoria de vida elegido. Lo contrario, solo puede
concentrarse en las experiencias del momento y acaba en lo superficial y en lo
inconstante. Como dice San Pablo, “Todo me es lícito. Pero no todo conviene.
Todo me es lícito. Pero no me dejaré dominar por nada”.
José Antonio Puig Camps.
AGEA Valencia (Dr. Ingeniero y Sociólogo)
Twitter: @japuigcamps
Publicado 11-02-2017
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