La edad permite, entre otras cosas, que tu vida vaya
tomando forma a base de recordar vivencias pasadas que a medida que te pones
años toman mayor realidad en nuestra mente por la objetividad que tu experiencia
permite. Este verano, no se por qué, he recreado muchas estancias con mi padre
y mi madre de mis primeros años de vida, años recordados con alegría, gratitud
y también con pesar por no haber hecho muchas cosas que el tiempo me ha
recordado que podía haber hecho.
Mis padres tenían un comercio por lo que
cotidianamente trataban con muchas personas, tenían, como se dice en sociología,
una gran interacción con los individuos, y yo participaba en muchas de las
labores que en su negocio se llevaban a cabo. Recordaba ya entonces, y ahora me
doy cuenta mucho mas, que las personas iban a la suya con un trato hacia los
demás puramente circunstancial, el “yo” era predominante al “ellos” . Me di
cuenta de que existía una paradoja en la naturaleza humana que, entonces, mi
mente no estaba preparada para concebir: las personas eran capaces de convertir
a los demás en objetos.
Ya en mi adolescencia y gracias a la lectura, medios
de comunicación y películas de cine, me fui dando cuenta de la ironía de las
ciencias humanas que describían a sus objetos de estudio como “sujetos”, por la
sensibilidad del termino hacia los “sentimientos” de las personas sobre las que
realizaban su estudio. Recordaba a mi padre decirme que la maldad se reflejaba
en esa ironía y ponía como ejemplo las atrocidades por el vividas en la Guerra
Civil española y las que le contaban de los nazis en la Europa prebélica. La
expresión maldad fue formando parte de mi vocabulario para distinguir a unos “sujetos”
de otros y al utilizarla resultaba coloquialmente entendida, sin necesidad de
mas explicaciones. Todos nosotros al ver comportamientos desviados, según
nuestra moral, decimos que “malo/a” era esa persona. Pero resultaba curioso,
pensaba yo, que el mismo termino lo aplicaba a un niño que le pegaba a otro
niño, que a un nazi cuando mataba y destrozaba a familias enteras. Ello me hizo
pensar que cuando tomamos el termino maldad para analizarlo, este no supone
ninguna explicación en si mismo, por ejemplo, para un científico esta forma de
argumentar es completamente inadecuada.
El desafío que nos presenta esta reflexión es la de
explicar, sin recurrir al fácil concepto del mal, como las personas son capaces
de hacer daño extremo a otras. El profesor Simon Baron-Cohen, nos permite
aclarar el termino “el mal” por el termino “erosión de la empatía” (empatía es,
de manera resumida, ser capaz de ponerse y sentir la situación de los demás),
indicando que este concepto puede aparecer debido a las “emociones corrosivas”.
Las emociones corrosivas las estamos practicando a lo largo de nuestras vidas
como: el resentimiento amargo, el deseo de venganza, un odio ciego, etc. En
teoría estas emociones son transitorias, es lo que el profesor llama una “erosión
de la empatía reversible”, pero también esta erosión puede ser el resultado de características
psicológicas mas estables. El filósofo Martin Buber, ya en 1933 cuando Adolf
Hitler llegó al poder, utilizó éste término (erosión de la empatía) para
explicar que surge de aquellas personas que convierten a otras personas en
objetos. De tal manera que cuando se trata a alguien como objeto la empatía se
desconecta, esa desconexión puede ser pasajera pero también permanente, así que
debemos estar muy alerta de nuestras emociones corrosivas, ya que podemos
llegar a ser capaces de hacer daño extremo a otras, sin percibir que “los otros”
no son simples sujetos a utilizar para nuestros fines sino seres humanos con
sentimientos.
Autor: José Antonio
Puig Camps Artículo publicado
11-09-2012