Mi frase




MI Frase
"Cuando la vista se cruza con el deseo, haz que impere la razón".
(José A. Puig)





sábado, 13 de julio de 2013

UN VERANO COMPLACIDO




Todo verano trae consigo una ruptura con lo cotidiano. Las personas buscan ansiosamente como poder lograr que esos días de asueto se alarguen y se aprovechen al máximo. El que vive en la ciudad quiere irse al campo o a la playa y otros desean ver lugares nuevos, países exóticos, playas de ensueño o, por qué no, el bullicioso mundo de lo desconocido.

Un grupo de amigos ha elegido para sus vacaciones un lugar llamado Medjugorje, ubicado en la federación de Bosnia-Herzegovina, de la antigua Yugoslavia, país rodeado por Croacia, Serbia y Montenegro y donde viven católicos, musulmanes y cristianos ortodoxos.  Medjugorje es una pequeña y desconocida aldea católica, oprimida por un régimen ateo, pero que ha sido elegida para recibir la invitación del Cielo a reconciliarse con su propia y centenaria historia de dolor y con los vecinos de fe diferente, aunque de raíces comunes.

El poder terreno ocupado por hombres, con ideas políticas y religiosas muy distintas, ha sido eliminado en esa aldea por el deseo del Cielo que ha dado a la tierra, a esa tierra, una fortaleza que le ha permitido eliminar todos aquellos prejuicios de fe y de etnia impuestos por el gobierno del hombre, en contraste con el mensaje de Cristo. La Virgen Santísima ha venido, una vez mas, para advertirnos del peligro que significa vivir con este desenfrenado materialismo, carente de amor y que aboca a las personas y en particular a los jóvenes de esta generación, a una práctica de individualismo, egoísmo y relativismo. No todo vale, ni todo es lo mismo. En lugares santos, como en Medjugorje, se observa cada vez más las ansias de amor y comprensión que el ser humano demanda.

Ante lo normal (¿qué es normal?) de complacer un veraneo con practicas, a veces, extremas plagadas de paganismo desenfrenado, hay que considerar complacer a ese verano con unos tranquilos días de sosiego, para poder hacerse preguntas y dar respuestas a esta vida nuestra que nos aleja de nosotros mismos. Eso es lo que han hecho mis amigos, probar un nuevo estilo de vida que les haga mirar mas en su interior, que les haga meditar en lo que hacen y como lo hacen, que le prevenga de males futuros y que en definitiva alcancen la felicidad por el camino mas fácil, el de la comprensión y el amor al prójimo.

Digo que el camino es más fácil, porque sus resultados son inconmensurables en comparación con los otros caminos desbocados de placer y ansias por alcanzar una felicidad que nunca les podrá ser dada. Hoy, aunque no lo parezca, la juventud empieza a reaccionar y busca todo aquello que el mercado no les puede dar, son la sociedad del postmaterialismo y del postconsumismo, y que solo espera ser comprendida. Pero para comprenderla y animarla hay que estar a su altura, hay que tener el alma y el corazón preparado para comprender lo no natural (¿qué es natural?), para comprender que hay otras formas de complacer el verano, mis amigos, por lo que me han contado, lo han conseguido.  Ellos decidieron dar vacaciones a su vida exterior y empezar a trabajar la vida interior, para ello hay en nuestro entorno muchos lugares a elegir y ¿por qué no Medjugorje?
José Antonio Puig Camps, (Dr. Ingeniero y Sociólogo) Julio-2013  

jueves, 20 de junio de 2013

La vida lograda y el obrar justo



Decimos que la felicidad no existe totalmente. Esa aspiración universal se encuentra llena de dificultades para alcanzarla, unas veces por su casualidad (fortuito) y otras muchas por su causalidad (causa-efecto). La historia de la ética, como indica R. Spaemann, es de algún modo la expresión de un dualismo difícil de superar entre concepciones morales eudemonistas (determinar la vida lograda y como alcanzarla) y universalistas (definir el deber y como cumplirlo), o lo que es lo mismo, el deseo de una felicidad individual o colectiva.

El “eudemonismo”, es un concepto filosófico de origen griego que recoge esencialmente diversas teorías éticas (hedonismo, estoicismo y utilitarismo), cuya característica común es justificar todo aquello que sirve para alcanzar la felicidad. Una felicidad entendida como estado de plenitud y armonía del alma, diferente del placer (que era un complemento). Aristóteles, que fue uno de los primeros eudemonistas (y el más importante), afirmaba que para llegar a la felicidad hay que actuar de manera natural. Es decir, con una parte animal (bienes físicos y materiales), una parte racional (cultivando nuestra mente) y una parte social, que se concretaría en practicar la virtud, que según Aristóteles se situaba en el punto medio entre dos pasiones opuestas. Por otra parte el “universalismo”, en general, es una idea o creencia en la existencia de una verdad universal, objetiva y/o eterna, que lo determina todo, y que por lo tanto, es y debe estar presente igualmente en todos los seres humanos. Un pensamiento universalista asegura la veracidad de una forma única o específica de ver, explicar u organizar las cosas. Es frecuente que hayan distintas ideologías universalistas que resulten muy opuestas entre sí (religiosos, moral, etnocéntrico, etc.).

Este dualismo ético tiene en común la percepción de que ni la felicidad (justificación del acto para conseguir el fin) ni el deber (única forma de ver las cosas) están exentos de dificultades. Si con la ideología pretendemos establecer un sistema de creencias que ofrezcan un sentido completo al mundo que nos rodea, con el relativismo se pretende establecer que los puntos de vista no tienen verdad ni validez universal, sino solo subjetiva. Así, que todo aquello difícil de alcanzar, como la felicidad o cumplir con nuestro deber, se relativizan de diversos modos: Unas veces, como desilusión y descontento por el fin alcanzado, es decir, como desazón por obtener menos de lo que esperaba. Otras, como sensación de haber pagado por un determinado fin un precio demasiado alto.

Sentirse así defraudado de un modo u otro, es el indicio de la insuficiencia de cualquier fin particular como fin último. Esa insuficiencia, por su parte, es la manifestación de un horizonte que trasciende los fines particulares y, en consecuencia, el anhelo de felicidad y bondad o maldad de la acción para alcanzar el fin deseado quedan totalmente condicionados. Así, las reglas o normas por las que se rige la conducta o el comportamiento del ser humano en relación a la sociedad (así mismo o a todo lo que le rodea) lo denominamos la moral o moralidad. Es en definitiva el conocimiento que todo ser humano tiene de lo que debe hacer o evitar para mantener su estabilidad social. ¿Es entonces la moralidad el fin de la vida lograda, o de la vida a la que todo el mundo aspira?

Para San Agustín y Santo Tomás, consideran que no es la moralidad el fin, sino exclusivamente el medio de la vida lograda. Por lo tanto el dualismo ético, presentado al inicio de este articulo, empieza a manifestar una cierta convergencia entre lo moral y lo aspirado en nuestra vida. O sea, entre concepciones morales eudemonistas (determinar la vida lograda y como alcanzarla) y universalistas (definir el deber y como cumplirlo).

Es en la filosofía cristiana donde se puede encontrar un fundamento de la ética capaz de proporcionar unidad y armonizar entre si la aspiración a “la vida lograda” y “el obrar justo”. El cristianismo vincula la noción de felicidad con la doctrina del “eros” (una de las caras del amor) y con la del bien en si, proporcionando con claridad y perfección la unión de lo bello y lo bueno, del eudemonismo con una moral del amor desprendido (la otra cara del amor). La idea clave se halla en pensar el amor a Dios como motivo fundamental de toda moralidad. El amor supone la superación del dualismo ético, en la medida en que reconcilia definitivamente las nociones de “eudaimonia” (plenitud del ser o felicidad)  y “deber”. Lo que mueve a obrar moralmente (es decir, el amor) es al propio tiempo aquello cuya realización se piensa como bienaventuranza (Spaemann). Por eso San Pablo refiriéndose al amor que inspira todo obrar moral, dice que “ no cesa nunca jamás”, es decir sobrevive al estadio de la moralidad.
José Antonio Puig Camps (junio 2013)

miércoles, 12 de junio de 2013

QUID PRO QUO



En estos días, además de una entrada de verano “sentido”, se observa en la sociedad en general y en la política en particular un utilitarismo que a veces sonroja. Si miramos a la justicia encontraríamos suficientes casos de intereses distintos a los que cabría de esperar de aquellos que oficialmente deben impartir justicia. En la sanidad, cualquier cambio que perjudique el status quo del profesional sanitario, trae consigo manifestaciones airadas y comprometidas para el ciudadano enfermo, llegándose a pensar que fue del juramento hipocrático. La economía, es como un “tío vivo” de feria, con la cantidad vueltas terminológicas sobre la prima de riesgo, caída de la bolsa, pensiones, plan de pensiones, preferentes, etc., que a fuerza de repetirlas, por los medios de comunicación de masas, se hacen familiares, y hasta en el juego de mus o domino se utilizan. Y si miramos a la política, que quiere que les diga, pues esperar las próximas noticias para conocer el nombre o nombres de los aprovechados de las desgracias de los demás, los ruines.

A la pregunta, tan coloquialmente repetida, de ¿qué está pasando?, se puede responder de una forma fácil o difícil. Fácil si aplicamos el sentido común. Difícil si escuchamos a expertos, catedráticos, periodistas, y una retahíla de tertulianos, que solo “parlotean” pero “dialogan poco”. Yo me apunto a la respuesta fácil, la del sentido común, y la respuesta es que todos quieren lo suyo y no están dispuestos a ceder un solo trozo de “su tarta” a los demás. Todos quieren el “poder” a costa de lo que sea, bueno mejor dicho a costa de los demás. Los “nuestros” antes que los “otros”. Ni sindicatos, ni patronal, ni nacionalistas, ni tradicionalistas, ni fundamentalistas ni un gran etc., están dispuestos a sacrificarse, pero si están dispuestos a que los demás nos sacrifiquemos.

Ante esta situación aparece el “pacto”, el “quid pro quo”, el dar una cosa por otra, ni salir perjudicado, ni salir beneficiado, es decir una reciprocidad o un “quedarse como estoy”. Lo malo es que ese “como estoy” son el de “ellos”, los de siempre, los ganadores, pero nunca los “otros” es decir los perdedores. Esa reciprocidad significa matemáticamente dejar un subconjunto (del conjunto de la sociedad) en la misma situación, la del privilegio. Pero como la sociedad tiene otros subconjuntos (trabajadores, pensionistas, amas de casa, escolares, investigadores, enfermos, etc.), y la suma societal tiene que adelgazar para poder mantener una situación, que en estos momentos es inviable, solo tiene que adelgazar, es decir apretarse el cinturón, el resto de los subconjuntos y nunca el subconjunto privilegiado.

Todo esto se arreglaría si el “quid pro quo” se aplicara a todos y cada uno de los colectivos (subconjuntos) de la sociedad. Pero esto no gusta nunca a los ganadores, ¿Verdad que no?

José Antonio Puig Camps 120613