Mi frase




MI Frase
"Cuando la vista se cruza con el deseo, haz que impere la razón".
(José A. Puig)





viernes, 9 de diciembre de 2016

VOLVER A CONECTAR CON DIOS



Los cambios, profundos y acelerados, que rápidamente se extienden por el universo entero, son fruto de la inteligencia y el dinamismo creador del ser humano. Unos cambios que han producido en nuestras vidas una verdadera metamorfosis social, cultural, política y económica que, irremediablemente, ha repercutido en la vida religiosa. Una vida que a los largo de los años ha sido abandonada por todos los humanos, olvidándonos de aquellos principios y valores que permitieron conseguir un mundo más civilizado. De esta forma, el mundo moderno aparece a la vez poderoso y débil, osado y cobarde, capaz de lo mejor y de lo peor. Un mundo que, ante la falta de fe y esperanza, nos está dirigiendo al precipicio de la ignominia. El ser humano ha dado la espalda a Dios, y un mundo sin Dios es un mundo sin esperanza.
En la mitad del siglo pasado el espíritu secularizador asumido por los gobiernos descristianiza Europa con sorprendente rapidez, y el nuevo siglo XXI se podría definir cómo post-cristiano. La mayor evidencia de nuestra condición post-cristiana es que en pocas décadas hemos cambiado de una religión de credos confesionarios a la espiritualización de necesidades personales. Unas necesidades egoístas que podríamos calificar como enfermedad del alma. Una enfermedad que San Juan Pablo II, en su Exhortación Apostólica “La Iglesia en Europa” -28 junio 2003-, define como enfermedad terrible de nuestro tiempo que no es otra cosa que la pérdida del gusto por vivir, que nos ha llevado a una pérdida de la memoria y de la herencia cristiana. Una vida sin Dios que lleva, a un vacío interior y pérdida del sentido de la vida; a un dramático descenso de la natalidad en el Viejo Continente Europeo; a una resistencia o rechazo claro para tomar decisiones positivas en favor del derecho a la vida de otro ser humano; a no reconocer los valores del matrimonio y la familia…, y donde se pretende disfrazar de progreso la solución laicista para muchos de esos problemas.
Los padres de Europa, responsables del impulso inicial de la aventura europea, como Robert Schumann, Konrad Adenauer y Alcide De Gásperi -entre otros-, fueron hombres católicos que establecieron las bases de la construcción europea, y que apoyaban un proyecto del destino de Europa hacia un humanismo que conforma las raíces cristianas, históricas y culturales. Sin embargo, el intento de introducir explícitamente el término “raíces cristianas” en la discusión de lo que debería haber sido la Constitución de la Unión Europea, no tuvo lugar en ese texto. Sin ese cristianismo que ha contribuido poderosamente a la configuración de Europa y que le dio su auténtica grandeza, ¿Qué queda, afirman muchos, sino desesperanza en los corazones y nihilismo en el pensamiento? ¿Acaso podría siquiera hablarse en el mundo de democracia y de derechos humanos universales sin la matriz cristiana que los generó?
Preguntas que van teniendo respuesta cuando vemos actuaciones y declaraciones que avivan la presencia de Dios. La primera ministra de Alemania Ángela Merkel, en su visita a la Universidad de Berna –Suiza-, indica oficialmente que Europa necesita volver a sus raíces y conectar con Dios y la Biblia para sortear la crisis actual de la inmigración, que tiene contornos religiosos. El aumento de población musulmana, debido a la inmigración, está causando que muchos europeos que antes eran solo “culturalmente cristianos” estén empezando a sentir el cristianismo como una seña de identidad. Si antes había un gran consenso en que la religión debía quedar al margen de la vida pública, cada vez más voces defienden ahora lo contrario. Por otra parte, ya hay estudios que demuestran contundentemente que las minorías cristianas se están haciendo más activas y reivindicativas. Este fenómeno muestra claramente que los cristianos en Europa están volviendo a una situación estructuralmente parecida a la de los primeros siglos: una Iglesia minoritaria y perseguida con una profunda fe que además da a sus miembros sus señas de identidad.

José Antonio Puig Camps. AGEA Valencia (Dr. Ingeniero y Sociólogo)
Twitter: @japuigcamps
Publicado 08-12-2016

miércoles, 23 de noviembre de 2016

EL CAMINO DEL AMOR



“La falta de amor es la mayor pobreza.” Esta frase, de la madre Teresa de Calcuta, me ha venido a la cabeza cada vez que escucho, veo o leo la multitud de casos de desamor que empañan la convivencia de las personas. Constatar el tremendo sufrimiento que la pobreza espiritual y material causa a nuestra sociedad global debe hacer reflexionar a cada uno de nosotros. Pero debe ser una reflexión que nos llegue a lo más profundo de nuestros corazones: ¿Cómo puedo seguir viviendo sin dar al prójimo parte de ese amor tan grande que he recibido?
El amor como valor es el único que considera la esencia del bien y del mal. El amor es intangible. El amor nos da paz, tranquilidad, alegría y por ende un bienestar en el ser humano. El amor hace que actuemos en continua locura. Pero para alcanzarlo debemos de partir del amor a sí mismo. Este es el punto de partida desde el cual una persona encuentra el propio respeto a sí mismo y, en virtud de ese respeto, se relaciona con el prójimo; un amor que nos hará sentirnos capaces de compartirlo y, consecuentemente, de hacer brotar un amor como ofrenda y con la capacidad de corresponderle saliendo de nosotros mismos como deudores del amor. A medida que vamos cubriendo esa deuda, la caridad se hace respuesta en nosotros y rompe el egoísmo y la agresividad propia del desamor.
Para estar verdaderamente vinculados al amor, éste, no debe ser considerado como una actividad o servicio, sino que debe ser toda nuestra persona la que se entregue y ame; un amor que nos obliga a responder de manera omnímoda y nos llevará al amor oblativo que es la perfección en el camino del amor, que empieza por el amor a sí mismo, después por amar a los otros como nos amamos a nosotros y, finalmente, amar a todos, también a los enemigo, y amar hasta dar la vida. Podemos decir que son los distintos caminos del amor que llevan al ser humano a amar incondicionalmente. Es en definitiva la gracia que Dios nos regala para amar a su estilo.
Pero todo camino encuentra obstáculos que debemos saber sortear para llegar al amor incondicional: la soberbia, el egoísmo, la agresividad,…, son obstáculos que nos impiden amar y ser amados. Es importante meditar cada día sobre nuestros comportamientos si queremos solucionar las espinas que vamos dejando en nuestro recorrido. No somos perfectos, sin embargo en un mundo tan perfectamente imperfecto, la mayor parte de la gente ha tenido que aceptar que perfecto no siempre significa sin defecto. La forma en que medimos la perfección está directamente unida al amor con que miramos a la gente. Como dice, en su “Canto espiritual”, Joan Maragall: "Hombre soy, y es humana mi medida para cuanto pueda creer y esperar. Si mi fe y mi esperanza, aquí se quedan, ¿haréis de esto una culpa, más allá?
El tema de la perfección cristiana, como unión sobrenatural o espiritual con Dios, es un asunto teológico tan volátil que la mayor parte de los predicadores rehúsa aventurarse a tratarlo, el alcanzarlo ya no dependerá de nosotros sino de la gracia de Dios. En este mundo tenemos una perfección relativa compatible con la presencia de las miserias humanas y pasiones rebeldes. Reconocernos imperfectos es un acto de humildad, un camino que nos tiene que mantener alerta ante los obstáculos que vamos encontrando en nuestra vida. Más aun, conocer como somos, nos permite redimirnos del dolor que puede causar nuestra imperfección en el entorno próximo en que vivimos y darnos cuenta de todo lo que nos falta para seguir ese camino de entrega y de amor.
San Pablo, en una carta a los Corintios (13:4), hace una magnífica exposición del amor: “El amor es paciente, es servicial; el amor no es envidioso, no hace alarde, no se envanece, no procede con bajeza, no busca su propio interés, no se irrita, no tiene en cuenta el mal recibido, no se alegra de la injusticia, sino que se regocija con la verdad.” Lo contrario del amor, no es el odio, es el miedo a amar. Si no estás acostumbrado a ser amado, serás incapaz de amar, serás incapaz de abrir tu corazón a los demás encerrándote en ti mismo y, cómo consecuencia, a no permitir conscientemente que te amen. Esto nos llevará a estar constantemente a la defensiva, a vivir con desconfianza, con miedo, y a vivir con la mayor pobreza: la falta de amor.

José Antonio Puig Camps. AGEA Valencia (Dr. Ingeniero y Sociólogo)
Twitter: @japuigcamps
Publicado 23-11-2016

domingo, 6 de noviembre de 2016

QUÉ ESTÁ PASANDO EN NUESTRA SOCIEDAD



Por desgracia nos levantamos cada mañana con noticias espeluznantes  que nos desgarran y atormentan por las salvajadas que unos seres humanos (¿?) son capaces de hacer a otros. Noticias de asesinatos y violaciones,  abusos de niños y niñas, raptos y venta de personas, conductas de menores de edad que acaban en muertes prematuras. Atroces comportamientos que sólo nombrarlos te hieren y rompen el corazón. ¿Pero qué está pasando en esta sociedad global que nos ha tocado vivir?
Son varias las respuestas que acuden a la mente pero sin duda, y creo no equivocarme, todas ellas confluyen en la pérdida de valores morales que desde hace tiempo –demasiado- imperan en nuestra sociedad. Desde que nacemos el entorno en el que vamos creciendo nos está condicionando para nuestra vida futura. Esa socialización nos afecta en nuestras actuaciones y en nuestra forma de afrontar éxitos y fracasos. La familia, la escuela, los amigos, la religión o los medios de comunicación van conformando nuestras vidas y la forma en que nuestro proceder es o no aceptado por la sociedad. Los valores morales, cómo conjunto de normas y costumbres transmitidos al individuo, son pues fruto de esa socialización que nos permite diferenciar entre lo bueno y lo malo, lo correcto e incorrecto, lo justo o injusto.
Desde temprana edad, los valores morales, son introducidos por la familia con el ejemplo y modelo que padres y madres van dando a sus hijos: el amor, la ternura, la comprensión, el dialogo, la amonestación o el castigo; factores que van conformando el marco social en que el individuo va creando su personalidad. En las etapas siguientes de nuestras vidas, esos valores, deben ser reforzados por la escuela en que nos formamos, por la religión que practicamos, por los amigos con los que nos rodeamos y por los medios con que nos distraemos. El ejemplo dado por profesores, políticos, medios de comunicación, mundo del espectáculo y de la música o por los personajes de la vida social y cultural, influyen de forma singular en la forma de actuar de jóvenes y adultos. La televisión, con sus más de cuatro horas de media diarias que acompañan a cada uno de nosotros, perfora nuestro marco socializador y lo hacen que se transforme en un agujero negro que absorbe toda la inmundicia que sale por la caja tonta (¿tonta?), influyendo en nuestra forma de ver la vida y de comportarnos; relativizando cualquier valor que durante años haya podido conformar nuestra personalidad.
Pero hoy la influencia de la familia, en esa socialización, está quedando en un segundo plano ante la influencia de las redes sociales. Una influencia que actúa, en algunas familias, cómo los verdaderos formadores de esos hijos a los que impunemente se les dejan al albur de sus consecuencias. Es importante conocer los peligros de cierto uso de la red y de las redes sociales, que ofrecen la ilusión alternativa aparentemente más verdadera que la que circula por los cauces clásicos. Por otra parte, y no menos importante, la falta de un conocimiento y seguimiento de lo que los hijos están realmente aprendiendo y aprehendiendo en sus respectivas escuelas y universidades es otro elemento perturbador en la adaptación del individuo a las normas de comportamiento social. Los amigos y su influencia, ese grupo de pares que hace que desde pequeños vayan tomando cariños ficticios ante la falta de un verdadero amor de los padres. Esa enseñanza religiosa, formadora espiritual del individuo, que es rechazada en escuelas, colegios e institutos como base de la enseñanza formativa.
La permisividad que la sociedad está dando a todos estos agentes socializadores es cultivo evidente de la falta de valores que nuestros jóvenes van asumiendo como algo normal en su forma de vida. La "indiferencia religiosa", como forma peculiar de increencia, es una actitud vital en la que el sujeto no acepta ni rechaza a Dios, sino que prescinde de él, organizando su vida totalmente al margen de la práctica religiosa. La pérdida de la relación paterno-filial como indiferencia de cualquier conexión entre padres e hijos es un elemento que aflige a los seres humanos y les hace ser insensibles al dolor ajeno. Las amistades, como sostén de una vida falta de cariño familiar, están llevando a muchas parejas a dirigir sus vidas como algo individual y egoísta que los encamina claramente a su disolución. Sin valores morales la sociedad se marchita, se apaga y finalmente muestra la cara más inhumana del ser humano: la indiferencia, la frialdad y la insensibilidad que hacen más daño que la aversión declarada.
José Antonio Puig Camps. AGEA Valencia (Dr. Ingeniero y Sociólogo)
Twitter: @japuigcamps
Publicado 06-11-2016