Mi frase




MI Frase
"Cuando la vista se cruza con el deseo, haz que impere la razón".
(José A. Puig)





sábado, 23 de agosto de 2014

LA CÁTEDRA DE MOISÉS



La “magnanimidad” es un deseo típico de la juventud, el querer cambiar el mundo, enderezarlo hacia una mejora constante. Pero la magnanimidad, sin humildad, es por si sola una posición moral inestable que puede llevar al delirio de grandeza (megalomanía), a la inflamación del orgullo, a la actuación sin razón.
La magnanimidad era la más apreciada de las virtudes en el mundo antiguo, en aquel que se juzgaba a los hombres por su grandeza. La manía por lo grande es la desvirtuación orgullosa de la magnanimidad, del mismo modo que la mezquindad (antítesis de la magnanimidad) es la triste perversión de la humildad.
Pero la historia nos ha mostrado que el afán utópico por conseguir el cielo en la tierra, es no solo una inmodestia, sino la falta de fortaleza que nos precipita en la impaciencia. Esta impaciencia por hacerse ricos, o mejor dicho por hacerse con el bien de los demás, es lo que está caracterizando en la sociedad actual a muchos (demasiados) de los ejecutores de las grandes decisiones: políticos, banqueros, burgueses sobrevenidos, y una larga lista de aprovechados del dolor ajeno.
Algo nada nuevo, Mateo (23, 1-12) nos muestra el pensamiento de Jesús cuando se dirigió a la gente y les dijo: En la cátedra de Moisés (lugar de autoridad) se han sentado los escribas y los fariseos. Haced, pues, y observad todo lo que os digan; pero no imitéis su conducta, porque dicen y no hacen. Atan cargas pesadas y las echan a las espaldas de la gente, pero ellos ni con el dedo quieren moverlas. Todas sus obras las hacen para ser vistos por los hombres;… quieren el primer puesto en los banquetes y los primeros asientos en la sinagogas,…”.
¡Qué actual es esta recomendación que nos da el Señor hace dos mil años! ¡Cuánto nos cuesta a los soberbios aceptar estas palabras! Es necesario que levantemos la mirada del horizonte y miremos en vertical. No justifiquemos nuestros errores en los errores de los demás. El cínico descreimiento de quienes se burlan de todos los ideales y hasta de aquellos en que creyeron ciegamente, llevados de la impaciencia y abocados a un determinismo, es un claro síntoma de su incapacidad para unir magnanimidad y modestia, y de su incapacidad para aspirar a lo mejor.
La cátedra de Moisés, no es lugar, no es asiento, para los débiles, los hipócritas, los aprovechados, los mezquinos. La cátedra, es lugar para los que quieren sacrificarse por los demás, para los que están dispuestos a perder y no ganar, para los que ven a los demás como a su prójimo y no como a su victima, para los que quieren el bien y no el mal, para los humildes, y, en definitiva, para los que son capaces de una entrega absoluta y total por el bien de la sociedad. 
La esperanza no consiste en cerrar los ojos a esa realidad, por imposible que parezca, sino en negarle a lo funesto y dominante el estatuto de lo definitivo. La esperanza nos hace detestar de la presunción de que todo acabará mal y nos hace aspirantes a conseguir lo mejor.

José Antonio Puig Camps. AGEA Valencia
twiter: @JapuigJose
Publicado: 23-agosto-2014

sábado, 26 de julio de 2014

ENCARCELANDO AL DIOS DEL AMOR



La cultura de hoy se confunde con las páginas de opinión de cualquier periódico “progre” que, ocultando la verdad, se desliza por un plano inclinado hacia el abismo del descrédito, la denigración y el desprestigio. No nos interesa la verdad, sino solo aquello que podemos experimentar, lo que  podemos tener en nuestras manos. Así, nos vamos convirtiendo en seres humanos que, instrumentalizando la realidad, vamos contaminando todo aquello que tocamos.
Esas realidades culturales han ido ocultando todo aquello que nos hacía más humanos, más comprometidos con los demás, más empáticos. Así, despojándonos de todo lo que nos acerca más a la espiritualidad del hombre, nos hace más dependientes de ellas y facilita el dominio sobre toda la humanidad.
Con ese dominio intentan hacernos creer que Dios no existe, que la familia es anacrónica, que el amor debe ser libre y caprichoso, que los hijos son un estorbo que merma la libertad y que la religión es un lastre que debemos eliminar de nuestras vidas (critican el anacronismo y nos siguen recordando a K. Marx con su frase “la religión es el opio del los pueblos”).
Es claro que la situación religiosa no es homogénea. En grandes zonas del mundo nos encontramos con sociedades compuestas por mayorías creyentes y donde la presencia de la religión sigue siendo muy visible. Los estudios de sociología de la religión constatan transformaciones religiosas y aparición de nuevas formas de religiosidad en las sociedades europeas desarrolladas, que contribuyen a la irrupción del pluralismo religioso.
Sin embargo, no nos podemos engañar: el encuentro de nuestros contemporáneos españoles y europeos con el Dios cristiano encuentra hoy enormes dificultades. Es ahí donde debe radicar el estudio de las razones que llevan a esta situación que, aunque muy diversas y explicadas, deben ser retomadas.
La entronización o exaltación radical del sujeto en la cultura moderna, así como la fe en el carácter omnipotente de la razón han amenazado el acceso al Misterio de Dios. El proceso ilustrado entre los siglos XV y XVI que pretendía reafirmar y clarificar la idea de Dios, terminó declarando su ruptura. En su primera etapa mostraba un Dios encargado de resolver nuestros vacios y su presencia se reducía a la función de garantizar aquello que hombres y mujeres no podían asegurar de otra manera. Era el “Dios tapa agujeros” (Dietrich Bonhoeffer).
La idea de un Dios transcendente, libre y soberano respecto a los hombres y mujeres, se difumina poco a poco. Su lugar lo ocupa el Dios del deísmo, donde perdida su verdadera transcendencia, Dios termina por convertirse en una idea humana sin realidad propia y que desemboca al final en el ateísmo. La cultura moderna no quiere, o no sabe, buscar a Dios y se empecina en amoldarlo desde los apriorismos de la racionalidad humana, encarcelándolo en un férreo sistema intelectual totalitario, que no le permite ser el Dios del Amor. 

José Antonio Puig Camps (Doctor Ingeniero y Sociólogo) AGEA

martes, 17 de junio de 2014

UNA LECCIÓN DE CIVISMO



Vivimos en una sociedad donde las cosas que pasan a nuestro alrededor carecen ya de importancia, pues las tomamos como normales. Son muchos los inputs que diariamente se estrellan en nuestros sentidos: empujones, atropellos, insultos, menosprecios, ultrajes y un largo etc., de acciones incívicas que actúan en cada uno de nosotros perjudicando nuestro modo de ser y actuar.
Perjudican porqué pensamos que no hay solución. Porqué no vemos que nadie salga a dar solución a estos problemas. Porqué no confiamos ni en la policía, ni en los jueces, ni en los políticos, ni…en nosotros mismos. Así las cosas nos hacemos insociables, huraños, introvertidos y aislados del mundo y de las personas que nos rodean. Todo es maldad, y es así como lo solemos ver.
Al penetrar en las personas este sentimiento, la convivencia se hace mas incomoda e incluso insoportable. Pero lo malo de esto es que podemos, sin darnos cuenta, convertirnos en todo aquello que despreciamos, odiamos o criticamos. Nos falta pensar en positivo, nos falta confiar mas en la gente y darnos cuenta de que “la gente” también eres tu.
Parafraseando a J. F. Kennedy, diría que no pienses en lo que los demás deben hacer por ti, sino en lo que tu puedes hacer por los demás. Si fuéramos capaces de conseguirlo, las cosas serian de otra manera. Si fuéramos capaces de comportarnos como ciudadanos que respetamos esas pautas mínimas de comportamiento social, nuestra sociedad sería mucho mas habitable y agradable.
Hoy he sido testigo de un hecho perpetrado por una persona que lleva en su corazón ese “…lo que tu puedes hacer por los demás” sin pensar tanto en ti mismo. Ha sido un acto que me ha devuelto la confianza en el ser humano, en el civismo, en el respeto y en que aun podemos curarnos de la mímesis social que lleva a la sinrazón y, en definitiva, a la mala educación.
Un hombre de unos cincuenta años, invidente, con vestimenta propia de no sobrarle el dinero, y con su perro labrador que le permitía moverse por la calles con cierta seguridad, me ha enseñado lo que muchos libros, conferencias y consejos no han sido capaces de hacer. Me ha enseñado lo que es el civismo y el respeto a los demás.
El animalito del invidente había parado en medio de la acera para evacuar sus excrementos. El señor esperó un rato y cuando el perro había terminado, cogió de su bolsillo una bolsita de plástico y tanteando la acera fue recogiendo todos los excrementos. Terminada la operación cogió una toallita de bebe y le limpio el culito al perro.
Para asegurarse de que no había dejado nada por recoger, volvió a agacharse y alargando su brazo palpó alrededor del perro para cerciorarse de que todo estaba limpio. Terminada la operación lo metió todo en la bolsa de plástico, buscó una papelera que había en la esquina depositó su bolsita y continuo su viaje con su fiel amigo canino.
Esto es civismo, esto es educación, esto es respeto a la sociedad y a ti mismo. Es una demostración de que no hay escusa posible, aunque seas ciego, para enguarrar los lugares donde otros ciudadanos también desean pasear.

José Antonio Puig Camps (Doctor Ingeniero y Sociólogo) AGEA Valencia.