Mi frase




MI Frase
"Cuando la vista se cruza con el deseo, haz que impere la razón".
(José A. Puig)





domingo, 10 de septiembre de 2023

EL BIENESTAR MATERIAL

 

Estamos en el inicio de un nuevo curso escolar. Millones de adolescentes, unos con más interés y otros con menos, se incorporan a nuevas tareas para formarse y poder elegir en su momento a que dedicarse en la vida. Esa elección no suele ser fácil y mayoritariamente será el reflejo de las prioridades de la sociedad. Difícil será encontrar jóvenes que tengan claro a que materia dedicarse el resto de sus vidas y menos aún dedicar su tiempo a estudiar materias abstractas, complejas y con escaso recorrido en el mundo laboral. Lo que observamos es una inclinación colectiva creciente hacia lo pragmático y un desinterés por el conocimiento como fin en si mismo. Lo cual implica una cierta contradicción entre la realidad del mundo en que vivimos y ese otro discurso central que nos indica que nos encaminamos hacia una nueva utopía denominada Sociedad del Conocimiento. Término acuñado en 1969 por Peter Drucker como complemento a una idea anterior, apuntada en 1962 por Fritz Machlup, la de “Sociedad de la Información”.

La expresión: Sociedad del Conocimiento, ha trascendido del círculo especializado de los expertos en economía y se ha convertido en un lugar común de políticos y otros actores del mundo económico que lo recitan como un mantra que nos concederá respuestas creíbles a la principal incertidumbre que nos plantea la dinámica del mundo actual: el bienestar material. Casi la única expectativa colectiva que nos permite mirar hacia el futuro con cierta ilusión. A fin de esquivar las sombras que planean sobre ese futuro, no dudamos de abrazar la idea de que la capacidad para generar, administrar, difundir y aplicar adecuadamente un factor tan intangible como el conocimiento puede convertirse en el eje fundamental garantista del crecimiento. Así pues, la predicción de ese nuevo modelo es optimista y esperanzador a pesar de desatar nuevos temores sobre si el uso masivo de la tecnología, con su incremento sustancial de la eficiencia productiva, puede dejar a mucha gente fuera de los circuitos generadores de riqueza.

Siendo intangible el conocimiento lo denominamos práctico cuando su objeto es una actividad la cual se muestra al ejercerlo, como saber cocinar, saber música u otra actividad ejercida con praxis. Por otra parte, el bienestar material comprendería las cosas básicas necesarias para poder subsistir y es ahí donde interviene la cosmovisión o visión global del mundo que una persona, sociedad o cultura se forman en una época o situación determinada. Una visión que será distinta para cada sociedad y persona en función de sus percepciones, valores y entornos en que se desarrolle. Además, la dinámica del mundo actual exige una permanente actualización de conocimientos en todos los ámbitos de la vida y ello nos lleva a considerar que ese bienestar material nunca estará al alcance de todas las personas, ni siquiera de la mayoría.

Lo curioso es que el individuo enfrentado a un mundo cada vez más complejo e incomprensible, su evolución no se detiene a pesar de que cada vez está más alejado de ese centro de gravedad de la sociedad del conocimiento mercantilizado, que pone precio a todo y presiona nuestra vida contra las posibilidades de avanzar hacia el “bienestar material”. Y lo hace, en la medida en que reduce espacios para la realización personal, la solidaridad y la cohesión social, afecta negativamente el trabajo reproductivo y la equidad de género y merma la confianza colectiva. El saber productivo ha dejado de pertenecer a la masa o al experto aislado y se encuentra distribuido en grandes sistemas en los cuales el individuo es sólo una pieza prescindible. Cada vez hay más saber en las organizaciones, pero menos conocimiento en los individuos, más información en las memorias de silicio y menos en los cerebros humanos.

José Antonio Puig Camps (Dr. Ingeniero Agrónomo y Sociólogo)

Publicado el 10-09-2023

domingo, 30 de julio de 2023

LA VEJEZ DIVIDENDO DE LONGEVIDAD

 

El paulatino envejecimiento de las sociedades modernas es un fenómeno planetario, pero que se acentúa especialmente en Europa, y más todavía en España. Es consecuencia directa de la prolongación de la esperanza de vida, de la emancipación de la mujer y de la conversión de la prole de una fuerza de trabajo a un objeto de consumo. La prolongación de la esperanza de vida es síntoma de unos hábitos más saludables y de una mejor sanidad y educación, que se reflejan a lo largo de toda la escala de edad, y no únicamente en la vejez. Ello nos convierte no solo en sujetos más productivos y con mayor posibilidad de aportar al conjunto de la sociedad, sino que también nos atribuye una mayor capacidad para disfrutar de una vida plena y feliz. El reconocimiento de la igualdad entre los sexos, la incorporación de la mujer al mercado de trabajo, el aumento de la esperanza de vida y el que los hijos ya no son la principal fuerza de apoyo laboral a la familia, lleva en consecuencia a una menor natalidad y una mayor longevidad. Pero si tal cosa la vivimos erróneamente como un problema es porque no hemos adaptado nuestra estructura económica e institucional a esta nueva realidad.

Si el primer dividendo de longevidad provino de la reducción de la mortalidad infantil, el segundo se obtuvo y se sigue obteniendo mediante el tratamiento de enfermedades crónicas que tienden a presentarse en la mediana edad y más allá, como las enfermedades cardiovasculares, la diabetes y el cáncer. Mediante exámenes médicos tempranos, tratamientos más eficaces y campañas de sensibilización pública para promover opciones de vida más saludables, la duración de la vida de las personas ha experimentado un aumento que se estima en miles de millones de euros. Pero estas cantidades pueden mitigarse e incluso revertirse con una lucha adecuada contra las enfermedades relacionadas con el envejecimiento, al poder aumentar la productividad gracias al aumento del número de años de trabajo y en posibles ahorros de costes si las personas de edad se mantienen sanas durante más tiempo.

Con el aumento de la longevidad, crece la autoestima, se estimulan las funciones cognitivas que evitan su deterioro y las ganas de vivir una vida más larga y saludable que nuestros predecesores. La forma de aprovecharse de ese dividendo de longevidad radica fundamentalmente en nuestro comportamiento y en la forma en que se acepte o no las circunstancias propias de cada edad. Unas circunstancias que no son homogéneas, ya que existen personas mayores de 65 años (edad considerada inicio de la vejez) que viven la vejez como un periodo de desarrollo y no de declive personal, otras que experimentan ciertas consecuencias inevitables de la tercera edad y pueden disfrutar de mayor o menor bienestar y finalmente aquellas personas que viven una situación de fragilidad, necesidad de ayuda y dependencia. Una vivencia positiva es clave para esa aceptación: actitud optimista respecto a las propias posibilidades, una estructura yoica lo suficientemente autónoma como para poner en primer plano el propio proyecto vital, el cómo conseguir nuestras metas y deseos en relación con distintos ámbitos del desarrollo personal y social (trabajos, familia, amistades, espiritualidad, bienes propios, ocio…).

Alcanzar la vejez es una de las dichas mayores y saberlo hacer una gran virtud humana. El doctor Marañón decía que "la tristeza del anciano depende de desear lo que no puede conseguir". Esa es la gran tribulación, querer lo que no se puede o anhelar el pasado cuando ya no existe. Saber envejecer es, como asevera el filósofo Henri Fréderic Amiel, la obra maestra de la sabiduría y una de las partes más difíciles del gran arte de vivir. Aprovechemos la gracia de ese dividendo de longevidad.

José Antonio Puig Camps (Dr. Ingeniero Agrónomo y Sociólogo)

Publicado el 30-07-2023

jueves, 13 de julio de 2023

CREDULOS INCAUTOS

 

Según una opinión muy difundida en redes sociales y en tertulias de amigos, las personas se dividen en dos clases: los picaros, y los tontos. Lo curioso es que siempre son más admirados los primeros que los segundos. Sin embargo, todos estamos convencidos de que alguna vez hemos sido engañados y por eso nos aferramos a un cierto escepticismo en nuestra forma de actuar. El Dr. Bunge, epistemólogo y filosofo argentino, hace una referencia muy interesante entre el dogmático y el escéptico en su conferencia “El progreso científico y sus amenazas” (noviembre 2006): “El dogmático es esclavo de creencias que no ha examinado críticamente, de modo que se arriesga a obrar mal. El escéptico radical, el que nada cree, no está al abrigo de toda creencia, sino que es víctima de creencias ajenas. En cambio, el escéptico moderado, el que sopesa ideas antes de adoptarlas o rechazarlas, está en condición de actuar racional y eficazmente”. Así que mientras el escéptico radical es nihilista, el escéptico moderado es constructivo.

El buen demócrata es un escéptico moderado porque está alerta a las posibles violaciones de las reglas democráticas: al fraude, la corrupción, el cercenamiento de las libertades básicas, la limitación del poder, etc. En cambio, el escéptico radical, el que nada cree, se pone al margen de la política, y con ello se hace víctima de ella. Al dogmático le va igual que al escéptico radical: también él se pone a merced de los demás en lugar de actuar conscientemente por el bien común y contra quienes cometen acciones antisociales. En resumen, el buen demócrata no obedece ni desobedece ciegamente: todo lo examina y sopesa. Actualmente los ciudadanos españoles estamos en campaña electoral (23-Julio) y los partidos que se presentan muestran sus programas y propuestas. Unos programas que tanto los escépticos radicales como los dogmáticos ni los leen y, con ello, se ponen a merced de unos partidos de forma inconsciente. Partidos que, dirigidos por políticos marrulleros, intentan con sus programas políticos confundir con sus promesas -en su mayoría inalcanzables- y obtener los votos de incautos dogmáticos y escépticos radicales.

Debemos en estas fechas electorales ser cautos y no confundirnos con aquellos políticos que quieren presentar la realidad de forma distinta para distraer al elector mostrando, por ejemplo, que mentir es un cambio de opinión, que el dinero que maneja el Estado no es de nadie o que los hijos no son de los padres. El escéptico moderado, como buen demócrata, estará informado de lo que sucede o ha sucedido en su país y tendrá siempre presente las promesas incumplidas, la mendacidad o la falta de moralidad de su Gobierno. Evitará el engaño de programas cuyo contenido es difícil o imposible de cumplir para no confundir deseos con realidad. Por ello debemos evitar la confusión involuntaria que es el precio que se paga por la ignorancia, el apresuramiento, la improvisación o la superficialidad y no caer en la confusión deliberada que es cosa de crédulos incautos.

Cuando los picaros quieren tratar a los demás como tontos y estos se dejan ya no pueden culpar a los demás de sus acciones. En una sociedad donde los errores políticos salen muy baratos no hay duda de que seguirán cometiéndose, conociendo que al político le suele interesar más el poder que la verdad. Cierto es que hay más políticos sinceros que farsantes, sin embargo, en estos últimos sus mentiras suelen traer errores difíciles de subsanar ya que son estratégicos y suelen involucrar principios y metas. Uno de ellos muy común es el oportunismo que involucran principios básicos como mentir, robar o traicionar al pueblo que se gobierna. Cuando los crédulos incautos suman millones de personas la situación para el país puede volverse realmente dañina y caer en las garras de un mal gobierno.

José Antonio Puig Camps (Dr. Ingeniero Agrónomo y Sociólogo)

Publicado el 13-07-2023