Mi frase




MI Frase
"Cuando la vista se cruza con el deseo, haz que impere la razón".
(José A. Puig)





domingo, 18 de noviembre de 2018

EL DISCERNIMIENTO EN LA VIDA


La vida actual ofrece enormes posibilidades de acción y distracción, y el mundo las presenta como si fueran todas válidas y buenas. Todos estamos expuestos a cambiar rápidamente de opinión, es como si tuviéramos un mando a distancia de la tele y, ante las alternativas que se nos presentan en la vida, estuviéramos expuestos a un zapping constante. Sin la sabiduría del discernimiento podemos convertirnos con facilidad en marionetas a merced de las tendencias del momento. Somos libres, pero esa libertad obliga a examinar lo que hay dentro de nosotros y lo que sucede fuera de nosotros para poder reconocer los caminos de la libertad plena, por ello estamos obligados a examinarlo todo y quedarnos con lo bueno. Opinión, libertad, discernimiento, cuestiones que nos conducen a preguntarnos ¿cómo vivo yo? Tenemos experiencia de vivir. Impulsos internos e influjos externos efectúan en mí múltiples procesos. Y en ellos, unos se realizan necesariamente, sin darnos cuenta, tales como movimientos involuntarios que responden a estímulos o a sucesos positivos o negativos, la coacción en sus múltiples formas y todo lo que incluimos bajo el nombre de rutina. En cambio otros, soy yo realmente el que actúa y, como consecuencia, me debo responsabilizar de ello. En aquellos, los no voluntarios, la acción no procede de mí y en consecuencia la acción libre no pertenece de modo único a la persona. En los otros, la acción libre pertenece de modo único al que lo realiza, manifestándose el verdadero “yo”.
Cuando me pregunto “cómo vivo yo”, se trata de saber cómo el “yo real”, con su libertad real, vive en el mundo real. Un mundo donde no solo se da el sustrato material de procesos físico-químicos –cómo en el reino inanimado-, ni solo el anónimo sujeto de los fenómenos biológicos –como en vegetales y animales-, sino también la persona libre, capaz de acción. Capaz de elegir libremente lo bueno y lo malo. Para poder enjuiciar la diferencia que existe entre lo que es bueno y permisible, de lo que no lo es, el ser humano debe tener un modelo de valores que permita distinguir una cosa de otra. Discernimiento, lucidez o sensatez. Cualidad que nos permite actuar con reflexión y precaución para evitar posibles daños. Instrumento de lucha personal para seguir mejor cada momento de nuestra vida, preparación para el debate diario y posibilidad de no dejar pasar el momento que nos permita mejorar en nuestra vida, saber cómo estamos viviendo. Ese discernimiento en nuestra vida no solo es necesario en momentos extraordinarios, o cuando hay que resolver problemas graves, o cuando hay que tomar una decisión crucial. No pensemos que debemos saber discernir solo en situaciones extremas o relevantes. Saber discernir en lo pequeño, en lo que parece irrelevante nos examina de nuestra capacidad para elegir adecuadamente y nos prepara para lo grande. La magnanimidad, la generosidad y la nobleza de espíritu, se muestra en lo simple y en lo cotidiano.
El discernimiento es una gracia y aunque incluya la razón y la prudencia, la supera. Se trata de vislumbrar nuestra misión en la vida, ese proyecto único e irrepetible que Dios tiene para cada uno y que se realiza en medio de los más variados contextos y límites. No está en juego solo un bienestar temporal, ni la satisfacción de hacer algo útil, ni siquiera el deseo de tener la conciencia tranquila. Está en juego el sentido de mi vida, el cómo vivo yo. Esta gracia, como tal, no requiere capacidades especiales ni está reservada a los más inteligentes o instruidos, sino a los más humildes. Exige silencio para percibir mejor el lenguaje que nos interprete el significado real de las inspiraciones que creímos recibir, para calmar las ansiedades y recomponer el conjunto de la propia existencia. A todos, ese silencio nos permite dejar nacer una nueva vida iluminada por el Espíritu, que requiere partir de una disposición a escuchar: al Señor, a los demás, a la realidad misma que siempre nos desafía de maneras nuevas. Solo quién está dispuesto a escuchar tiene la libertad para renunciar a su propio punto de vista parcial o insuficiente, a sus costumbres, a sus caprichos.
No es exagerado decir que buena parte de nuestro bienestar depende de saber renunciar. Seguramente la palabra “renuncia” ya genera animadversión a muchas personas. No es para menos. Vivimos en una cultura que nos invita todo el tiempo a conseguir y a acumular, no a renunciar. Una cultura que relativiza todo y que, como consecuencia, nos hace acreedores a tener todo sin importar los medios para alcanzarlo. Es la antesala de la corrupción material fruto de la corrupción espiritual. Una ceguera cómoda y autosuficiente donde todo termina pareciendo lícito: el engaño, la calumnia, el egoísmo y tantas formas sutiles de procesos autorreferenciales. Unos procesos que van construyendo su propia realidad aplicando principios y reglas generados internamente, egoístamente, sin discernimiento alguno. Las personas que sólo son autorreferenciales parecen centradas en sí mismas y son arrogantes, pues, carecen de referencias externas. Cuando una sociedad se aclimata a vivir con esa corrupción espiritual pierde la capacidad de discernimiento, lo acepta todo, lo permite todo, lo relativiza todo. Una corrupción qué, como un cáncer, va creciendo inexorablemente en todos los niveles de la sociedad.  La honradez se convierte en un autosacrificio y es cuando la sociedad está condenada al ostracismo.
¿Cómo vivo yo? ¿Nos sirve para algo tener más calidad de vida, más longevidad, más comunicación, si al final el sentido común se viene abajo? ¿Tengo la capacidad natural de juzgar los acontecimientos y eventos de forma razonable? Estas y otras muchas preguntas deberíamos hacernos para ir construyendo el entramado de nuestra forma de vida. Para distinguir algo de otra cosa, señalando la diferencia que hay entre ellas. Tener la capacidad y prontitud para diferenciar lo verdadero de lo falso, lo justo de lo injusto, la sabiduría de la ignorancia, el bien del mal..., eso es el discernimiento. Una condición esencial en nuestra vida que progresa educándose en la paciencia, en la generosidad –hay más dicha en dar que en recibir-, estar dispuestos a renuncias hasta darlo todo. Si asumimos esta dinámica, entonces no anestesiaremos nuestra conciencia y la abriremos generosamente al discernimiento, el cual no es un autoanálisis ensimismado o una introspección egoísta, sino una verdadera salida de nosotros mismos hacia el misterio de Dios, que nos ayuda a vivir la misión a la cual nos ha llamado para el bien de los demás.

José Antonio Puig Camps. AGEA Valencia (Dr. Ingeniero y Sociólogo)
Blog: http://josantoniopuig44.blogspot.com.es/
Twitter: @japuigcamps
Publicado 18-11-2018

sábado, 27 de octubre de 2018

SEPULCROS BLANQUEADOS


El presentar como real algo que no lo es, lo llamamos fingimiento. El panorama de nuestra sociedad está repleta de fingimiento, de simular y aparentar lo que en verdad no se es. Lo malo es que esta tipología está arrasando en nuestras vidas. A tal extremo llegamos que cuando escuchamos que alguien es merecedor de llamarse experimentado nos miramos recelosos y sonreímos. Vivimos en un mundo donde la experiencia se está menospreciando, más aún, se está ninguneando. Ya nadie acepta que el ocupar un puesto de relevancia en la vida profesional sea por valía propia y más si ese puesto es político. Todo se puede alcanzar con el amigo adecuado, con la adscripción de pertenencia al poder de turno o con la familiaridad de quien te examina. El nepotismo actualmente está sustituyendo a la meritocracia. Los medios de comunicación nos venden siempre lo que en ese momento interesa, y los políticos al uso están machaconamente poniendo en duda lo que experimentados políticos, juristas o científicos han demostrado o aconsejado. Se llega al tal punto que, como decía Mario Benedetti, “Cuando teníamos todas las respuestas, de repente nos cambiaron las preguntas”, una frase que viene a decirnos que lo que hoy es experiencia mañana es obsolescencia. Con ello se pretende que lo importante en la vida ya no es la experiencia, lo experimentado, lo probado, sino que lo sustancial es adaptarse a los nuevos tiempos, amoldarse a la casuística de la vida sin importar sus consecuencias.
Mucho sabía Charles Darwin sobre la adaptación de los seres humanos, fruto de ello fue su libro “El origen de las especies”. Una teoría científica de la selección natural, o la preservación de las razas preferidas en la lucha por la vida. Hitler interpreto al pie de la letra esta selección natural al considerar la evolución respecto a la “supervivencia del más apto” y, con ello, llevar a cabo el genocidio en una escala sin precedentes, un asesinato en masa premeditado de millones de civiles inocentes llamado Holocausto. J.A. Nicolás Ruiz de Santayana decía que quién olvida su historia está condenado a repetirla, pero parece ser que nuestra sociedad no solo olvida la historia sino que la adultera. Es la pura hipocresía de los sepulcros blanqueados. Una metáfora emplea por Jesús, en el Evangelio de San Mateo, para comparar a los fariseos con sepulcros blanqueados, relucientes por fuera, pero llenos de podredumbre repugnante y vomitiva en su interior. Sepulcro blanqueado es sinónimo de ocultamiento de la corrupción. La mentira es la palabra que acompaña siempre a la hipocresía. Los nuevos sepulcros blanqueados están revestido de cargos públicos, doctorados, masters, currículos impresionantes y todo tipo de medallas.
A pesar de que muchos han tildado de epopeya del disparate la teoría de Darwin sigue teniendo muchos partidarios entre los nacionalistas, chauvinistas, xenófobos o separatistas. Estos doctrinarios, manejan con pericia la manipulación para controlar sutilmente a las personas, o a la sociedad, adulteran los datos y la historia a su antojo con tal de conseguir el fin perseguido. Los independentistas catalanes son maestro en esa manipulación que van desde las creencias históricas (en 1714 hubo una guerra de secesión que acabó con Cataluña sojuzgada) hasta las económicas (España nos roba, fuera de España seríamos más ricos). Afirmaciones que repetidas continuamente a través de cualquier medio a su alcance se hacen verosímiles a los incautos e ingenuos que aún creen en la posibilidad de esa independencia. Es la hipocresía de una parte de España capaz de cualquier tipo de patrañas con tal de alimentar su codicia y mantener sus acomodadas situaciones, sin importarles quebrar la soberanía nacional, provocar una estampida empresarial, bloquear las instituciones, romper la convivencia o generar el caos. A estos separatistas se les unen muchos políticos que persiguiendo otros fines, aunque semejantes en el fondo, están suscitando una situación potencialmente incendiaria que, como era de temer, está generando una violencia entre la sociedad que difícilmente se va poder resolver.
Sepulcros blanqueados que, con una imagen exterior de pulcritud, destilan odio y rencor por todas partes. Incapaces de dar respuesta a los verdaderos problemas de España como el de Cataluña, la productividad, el envejecimiento poblacional, el endeudamiento público, el sistema de pensiones, el educativo, el autonómico…, prefiere dedicarse a la exhumación de Franco o a la Memoria Histórica. Hipócritas que toman decisiones destructivas y luego quieren racionalizarlas diciendo que no era eso lo que habían querido hacer o decir. El daño colateral, sin embargo, ya está hecho tanto en lo económico como en lo social y moral. Luego siempre existe una excusa para todo, un pretexto o una justificación. La incertidumbre de las acciones del gobierno son de calado, cuando no es la mentira de un ministro -que dimite- lo es de otro, con la cara más dura, que se mantiene en su puesto. Pero todo esto ya no es extraño en un gobierno que ejerce con naturalidad la mentira y tienen, como jefe, a un farsante con doctorado incluido. Sepulcros blanqueados inconsecuentes con sus ideas, que predica agua y bebe vino. Donde sus propios intereses no coinciden con los intereses de la mayoría, por mucho que el señor Tezanos maquille sus encuestas. Con un moralismo explicito pero inconsistente que exige a los demás lo que ellos son incapaces de mantener. Con un presidente que predicaba en la oposición lo que ha sido incapaz de mantener una vez ha conseguido el poder –y solo en unos pocos meses- y que, sin vergüenza alguna, cambia del blanco al negro en horas.
Sepulcros blanqueados, era el calificativo y la queja de Jesús antes los fariseos, hipócritas, puritanos, que se dedicaban a despellejar a todos los que no eran como ellos. Jesús se queja de aquellos hombres de leyes, amargados y resentidos, que siempre estaban pendientes de zancadillear sus actuaciones con el único fin de poder acusarlo. Hombres que en algún momento habían gozado de poder y privilegios y a los que poco importaba la vida de los pobres, las injusticias y los derechos humanos. Personajes que, instalados en sus conciencias adormecidas y acomodados en su egoísta y egocéntrico bienestar, se creían con derecho de juzgar y condenar. Jesús les recriminó que se dedicaban a mirar la paja en el ojo ajeno siendo incapaces de ver la viga que había en el propio ojo. Es probable que la situación ignominiosa que vivimos en España empeore, que nuestros gobernantes crezcan en su aldeano partidismo y en su absoluta incompetencia y que nuestra sociedad siga engatusada con las noticias precocinadas de muchos medios de información. Sin embargo el pensamiento más elevado, las palabras más claras, el sentimiento más grandioso, seguirán siendo: la alegría, la verdad y el amor. 


José Antonio Puig Camps. AGEA Valencia (Dr. Ingeniero y Sociólogo)
Blog: http://josantoniopuig44.blogspot.com.es/
Twitter: @japuigcamps
Publicado 27-10-2018

lunes, 8 de octubre de 2018

LA MADUREZ


Posiblemente cumplir años cuando eres mayor no es tan divertido como cuando eres niño. De niño recibes regalos, todos se acuerdan de ti y eres el centro de atención. Tan centro de atención, y tantos regalos, que nunca llegas a valorar lo que realmente tienes. Es la época del recibir. A medida que vas haciéndote mayor la balanza va cambiando y en lugar de recibir tienes que empezar a dar. Es la época de conceder, de entregar, de madurar en la vida. Los años van cubriéndote de obligaciones y de pocos derechos. Sin embargo, alcanzar una cierta edad tiene su lado positivo. Los años te hacen ver el mundo de otra manera, te hacen potenciar nuestras relaciones sociales y entender la conducta y los sentimientos de los demás. La madurez es para muchos una etapa muy feliz, pues la vida le ha ido permitiendo ser más sensato, prudente y paciente. Una etapa, donde se saborea mucho mejor lo que la vida te ha ido dando, lo que la vida te ha permitido conocer y lo que la vida te ha permitido aprender. Todo este caudal de experiencia es en definitiva la sabiduría de la madurez, la madurez vital. La sabiduría es considerada una experiencia holística, integradora, que suele estar asociada al concepto de vejez. Desde el punto de vista cultural, la idea que se tiene del “viejo sabio” se presenta como el prototipo del “sabio consejero”. Desde el punto de vista filosófico, el movimiento Aristotélico sostiene que el hombre sabio es el que accede a un profundo conocimiento de sí mismo que le permite desplegar la virtud a pesar de las emociones y pasiones (que deben ser reorientadas en un sentido positivo y productivo).
Ese desplegar la virtud, frente a los atascos de las pasiones y emociones, es en realidad un don providencial, que el ser humano debe recibir con gratitud y responsabilidad. El hombre no solamente vive sino que dirige su vida, la orienta por un determinado camino. De este modo, logra la madurez personal gradualmente cuando orienta su vida hacia aquel fin que asume como el sentido de su existencia, a partir de la aceptación consciente de sus límites y de sus disposiciones. Es propio de la naturaleza del hombre que no sólo experimente cambios, sino que cambie él mismo desde sí. La maduración del hombre implica un devenir armonioso de su “ser”: responsabilidad, estabilidad, ponderación, afectividad, dominio de sí mismo y tener claro sus objetivos y propósitos. El concepto de madurez se toma al observar la naturaleza, haciendo referencia a la evolución que llega al fin previsto, "madurar" supone un progresar paulatino hacia una meta. Todo ser humano ha de realizarse en cada una de las etapas de su vida, hasta alcanzar aquel valor que se logra en la ancianidad: un sexto sentido que favorece la inspiración.  De este modo, todo sujeto debe vivir en su edad, asentarse en su edad, pero no detenerse en su edad. San Pablo lo expresa con claridad (1 Co 13,1): “Cuando yo era niño, hablaba como niño, pensaba como niño, juzgaba como niño; más cuando ya fui hombre, dejé lo que era de niño”.
Dejar de ser niño, no significa que lo vivido como niño no tenga ya importancia. Gran error, si así se piensa. Un error que luego pasa factura irremediablemente, ya que es la base futura de lo que seremos. El niño nace dentro de una familia cuyo ambiente influirá de manera decisiva en su personalidad. Sus relaciones familiares marcaran y determinaran valores, afectos, actitudes y modos de ser que se van asimilando desde que se nace. La escuela será un complemento pero nunca una sustitución de los padres. Cuando el niño va haciéndose adulto va encajando lo aprendido en los nuevos entornos en los que se va desarrollando: amor, autoridad, servicio, trato positivo y tiempo de convivencia. Elementos que será capaz de ir desarrollando y aplicando positivamente a lo largo de su vida y que facilitara su madurez vital. No esperemos ser amados si no hemos aprendido lo que es el amor. No confiemos en ser comprendidos si no respetamos a los demás. No exijamos atención si nunca hemos sido capaces de convivir, ni escuchar.  No pretendamos un trato positivo si no hemos sido capaces de reconducir nuestra negatividad (enfado, frustración…). Aprendamos a ser adultos, a pensar, hablar y juzgar como tales, si queremos ser felices en nuestra madurez.
Muchas personas tienen miedo a ser mayores y se apalancan o acomodan en una determinada fase de su vida. No quieren hacerse grandes, no quieren dar, sino seguir recibiendo. No quieren problemas, ni nada que les separe de ese camino codicioso que ellos se han trazado. Su perfil evidencia claramente su falta de madurez. Son egoístas, ambiciosos, avaros, individualistas, incapaces de reconocer a nadie que no sean ellos. No quieren a nadie. Son extraños en su propia familia. Carecen de la dignidad que los años otorgan a las personas y son eternos solitarios. Son garrapatas, parásitos de la sociedad que solo quieren sacar todo lo que pueden de los demás. La aceptación de la edad adulta ya la pone de manifiesto el libro de Cicerón: “Cato maior de senectute liber” en el diálogo entre Catón el Viejo con dos jóvenes, Escipión, hijo de Pablo Emilio, y su amigo Lelio. Los jóvenes se admiran de la intensa actividad desplegada por el octogenario, y éste da sus famosas razones para no renegar de la vejez y aceptarla como una etapa más de la vida, rica en dones y placeres. Aquellos viejos que han cultivado la virtud a lo largo de su vida, que son moderados y no exigentes, que han tenido una vida "bien llevada" no debieran tener quejas ni mayores penas. La felicidad, a diferencia de la alegría, no es un estado emocional sino un estilo de vida. En 1970 Simone de Beauvoir publicó su octavo ensayo “La vejez”, en el reconoce que “La naturaleza del hombre es malvada. Su bondad es cultura adquirida”.
Para los cristianos la madurez nos pone en presencia del Señor que nos tiende una mano en nuestro caminar. Para los no cristianos también representa la presencia de algo sobrenatural, un don divino. A unos y otros, esa madurez vital, les está permitiendo sobreponerse a la fatiga, desanimo o desaliento propios del vivir. Ese es el don que la vida ha ido depositando en las personas capaces de haber tenido una infancia, una juventud y una adultez propias de cada fase de su vida, asentadas en su edad y no detenidas en ella. La madurez es en definitiva cultura adquirida a lo largo de nuestras etapas vividas. Las preocupaciones, contrariedades y disgustos, que el vivir conlleva, va marcando el devenir vital de nuestras vidas, marcando lo que pueda suceder o llegar a ser. Todos debemos estar preparados para los momentos difíciles, para las pruebas que la vida nos va poniendo, y la manera en que nos enfrentemos a ellas depende de la forma en que interiormente veamos y creamos las cosas. Los niños lloran ante la adversidad y se refugian en los padres. Los adultos nos fortalecemos con la adversidad y nos refugiamos en Dios, que al amar al ser humano ejerce ese Don Divino.

José Antonio Puig Camps. AGEA Valencia (Dr. Ingeniero y Sociólogo)
Blog: http://josantoniopuig44.blogspot.com.es/
Twitter: @japuigcamps
Publicado 08-10-2018