Mi frase




MI Frase
"Cuando la vista se cruza con el deseo, haz que impere la razón".
(José A. Puig)





miércoles, 14 de octubre de 2015

DÍA DEL DESCUBRIMIENTO



En la escuela me enseñaron que el 12 de octubre de 1492, tres carabelas capitaneadas por Cristóbal Colón descubrió América, concretamente una isla de las Bahamas (Guanahani). También me enseñaron que ese descubrimiento constituye uno de los momentos fundamentales de la historia universal y representa el encuentro de dos mundos que habían evolucionado independientemente desde el origen de la humanidad, lo cual cambió el rumbo de la historia.
Han pasado muchos años desde que deje la escuela y descubro con asombro, pues aún me siguen sorprendiendo algunas cosas, que cada aniversario, de aquel descubrimiento, siempre salen voces disonantes que ponen en tela de juicio ese gran acontecimiento. Más aún, cambian la historia de España como si se tratara del menú de un restaurante, hoy Colón es de Génova y otro día leo que es catalán.
Pero lo que más me duele es que se reniegue de nuestra bandera, de nuestro ejército, de nuestra historia, de nuestra Patria. Cada vez siento más envidia de esos países que ponen su bandera en lo más alto de su casa, en la solapa y hasta se visten con esos colores, sin vergüenza y con mucho orgullo de lo que son. En España, sin embargo, vivimos acomplejados de ser españoles, maniatados ante las violaciones a nuestros símbolos patrios y lo que más ofende, sin la confianza de que se haga justicia ante tanta afrenta y tanta vileza. Se defiende más al que ofende que al ofendido.
No debemos negar que, en todo aquel proceso colonial, se produjeron desmanes y abusos de todo tipo, como ocurre en cualquier colonización que dura, como en el caso de España, casi cuatro siglos. Pero gracias a ese descubrimiento estamos hermanados con más de 500 millones de personas de distinta raza, religión e ideología que usamos un lenguaje común: el español. Hechos, como este, no hemos sido capaces de enseñarlos correctamente en las escuelas, sobre todo en regiones con intereses torticeros que han ocultado, con aviesas intenciones, una realidad reconocida en todo el mundo civilizado.
¿Cómo podemos los españoles sentir vergüenza de nuestros orígenes? cuando vivimos en un país: España, que ocupa el quinto lugar del mundo como país más seguro, el segundo lugar donde menos niños mueren, el segundo de Europa por fabricación de automóviles, la tercera potencia del mundo en materia turística o la octava que mayor porcentaje de su PIB destina al estado del bienestar. Sentir vergüenza ¿de qué?, tal vez, de no ser español.
Este, mi país: España, que me ha permitido ser libre, pensar y decir lo que he querido, leer y estudiar lo que me ha apetecido, ir a donde he deseado y disfrutar de una paz que cuantos quisieran en este planeta. Tal vez no nos demos cuenta de ello, pero tenemos la obligación de conocer y estar agradecidos al día del descubrimiento. La estulticia no debería ser patente de corso para decir y hacer lo que uno quiera, pues la necedad, la ignorancia y las tonterías sí que deben avergonzar.

José Antonio Puig Camps. AGEA Valencia (Dr. Ingeniero y Sociólogo)
http://josantoniopuig44.blogspot.com.es/
Twitter: @JapuigJose

viernes, 25 de septiembre de 2015

LA DECISIÓN CORRECTA...O NO



Hacía muchos años, tal vez veinte, que no veía a un buen amigo de carrera: esa que en mi época era de siete años y que los dos primeros parecían interminables. En nuestro encuentro nos miramos fijamente: como si quisiéramos en unos instantes escrutar el paso del tiempo en nuestros rostros: como si quisiéramos advertir que el uno, yo/el, era más viejo que el otro, el/yo. La verdad es que el tiempo pasado, no fue gratis: dejó en nuestros rostros y también en nuestras vidas -aunque yo no conociera la suya- su herida. La descalabradura de nuestra existencia.
Nuestro encuentro sirvió para ponernos –más o menos- al día de lo hecho y lo que, como consecuencia, dejamos de hacer. Esto último, nos tomó muy poco tiempo, tal vez por qué lo soñado en nuestras juventudes habían sido eso: sueños, utopías.  Reíamos, de aquello que pretendimos y no conseguimos, de amigos en común, de aficiones juveniles y de alguna que otra chica -de aquel lejano tiempo- que no volvimos a ver.
Coincidimos en que esos sueños, a veces, muestran de nuevo su cara y nos machacan el intelecto como si nos dijeran: ¡aún estás a tiempo! Mi amigo: amante de la música, quiso recobrar su afición: el violín, y pasaba el tiempo mostrándose así mismo que el tiempo, realmente, había pasado. A mí: de aficiones pocas, fui más pragmático y busqué aquello que me permitiera practicar una de mis pocas cualidades: la comunicación. 
Cuando inicias una carrera, eres joven –tal vez demasiado joven- y no tienes ni la formación, ni los consejos, ni el conocimiento, ni, ni –muchos ni- para tomar la decisión correcta. Tomé, entonces, la decisión de hacer ingeniería, sin tener en cuenta que una vez tomada esa decisión, y realizada, no habría posibilidad de retorno. Esa profesión me hizo deambular por diversos derroteros, sin un rumbo claro y fijo: lo único que se deseaba era encontrar un trabajo -si también entonces era difícil encontrarlo-, y por ello, las decisiones para aceptar el trabajo ofrecido eran más audaces que reflexivas.  Ante la necesidad de encontrar trabajo, vuelves a tomar una decisión que irá marcando tu vida de forma inmisericorde.
Tomar la decisión correcta -o la más inteligente- implica tener en cuenta emociones, intuición y razón en partes equitativas. En el ser humano la experiencia de una emoción generalmente involucra un conjunto de cogniciones, actitudes y creencias sobre el mundo, que utilizamos para valorar una situación concreta y, por tanto, influyen en el modo en el que se percibe dicha situación. Por otra parte, la intuición describe el conocimiento que es directo e inmediato, es lo evidente, sin intervención de lo deducible o razonable. La razón, por el contrario, se vale de principios: que consideramos como ciertos: descritos por la lógica. Esa mezcla - emoción, intuición, razón- a veces nos gasta malas pasadas: ¿Qué decisión tomar?
Hoy en día ya no existe la esclavitud legal, pero la capacidad del individuo para tomar sus propias decisiones se ve con frecuencia interferida y restringida por los demás. Pero, lo que debe quedarnos claro, es que nuestras decisiones de ahora, serán –probablemente- nuestras restricciones futuras. El miedo, la ansiedad o el estrés ante una decisión importante, hace que la posterguemos, sin embargo, no tomar una decisión es tomar la decisión equivocada.

José Antonio Puig Camps. AGEA Valencia (Dr. Ingeniero y Sociólogo)
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lunes, 14 de septiembre de 2015

LA VIDA ESPERA ALGO DE NOSOTROS



El paso del tiempo muestra, a quienes cruzamos hace años la línea de la juventud, cuan infantiles hemos sido al tomar las cosas banales como importantes y las importantes como intrascendentes. Giro la vista atrás y recuerdo una juventud donde el sentido del ridículo afloraba en cualquier cosa que fuéramos hacer. Tal vez, por eso, nuestros deseos de juventud quedaban inhibidos ante la posibilidad de que fueran inadecuados, frívolos o ridículos.
Si la prohibición ha sido la alerta que nos ha prevenido de acometer actos punibles y castigables, el sentido del ridículo nos ha alertado a llevar un comportamiento cívico y prudente. El miedo a una situación humillante ha sido, hasta ahora, la alerta roja en el devenir del ser humano. El protocolo de conducta, que la sociedad nos ha demandado, ha estado unido inexorablemente a la forma de vivir de cada uno. Sin embargo, a la vista de los acontecimientos que se sufren a diario, ni la prohibición ni el sentido del ridículo van a tener cabida en este mundo relativizado.
El pasado día tres de septiembre, el grupo parlamentario de Podemos en las Cortes autonómicas de Valencia, registraron una iniciativa parlamentaria en la que piden la derogación de la norma que obliga al decoro en la Cámara, norma aprobada y publicada en el BOCV en abril del 2012. Así las cosas, el marco en que se establece la prohibición de que diputad@s usen pancartas o camisetas ofensivas, y a los invitados gritar o interrumpir en los plenos, tiene los días contados.
Hechos como el anterior, que por desgracia los vemos repetidos con demasiada frecuencia, muestran que palabras como honor, respeto, dignidad, decencia, etc., etc., propias de la buena educación, solo están sirviendo para escarnio de quien las utiliza. Todo debe estar permitido y ese, y no otro, debe ser el lema que el “progreso actual de las formas” debe utilizar y propagar para ser modernos. El desvarío ha sustituido al desvelo. Lo ridículo, lo grotesco y lo extravagante, ha desbancado a cualquier protocolo de comportamiento racional existente. En pocas cuestiones se ha manifestado tanto la capacidad de los adultos, presuntamente cuerdos, para polémicas infantiles, como el empeño de justificar sus malas acciones echándole la culpa al otro. Es aquí donde debemos poner el acento.
La emulación que las nuevas generaciones hacen, para competir o rivalizar con sus mayores, es un claro precedente de sus futuras e inmediatas actuaciones. Cada día están viendo cómo sus predecesores, los que deberían ser el ejemplo a seguir,  muestran su altura moral en sus discrepancias entre sus palabras y sus hechos. La falta de recato, en decir y hacer una cosa y al poco tiempo la contraria, sin ni siquiera sonrojarse, muestran la ruindad y bajeza de nuestros representantes. Si esta es la muestra de las convicciones morales a seguir, no es de extrañar que sus comportamientos sean aún más provocadores que los de sus antecesores.
La suciedad con la que nos estamos envolviendo es cada vez más hedionda. El mundo en que vivimos es un ensuciador. Somos cobardes y aceptamos con resignación, moralmente ofensiva y obscena, todo lo que está sucediendo. No somos capaces de reprender, ni de amonestar,  ni de corregir a quien no ha aprendido a ser educado, a quien no ha aprendido a convivir. Queremos ser felices, pero ¿a costa de qué?
Tenemos miedo, somos frágiles y, lo peor, nos protegemos con nuestra fragilidad. No queremos enfrentamientos que nos puedan herir o situaciones que nos puedan comprometer. Sufrimos diariamente situaciones constantes de indefensión que nos puede llevar a un sentimiento de apatía. Necesitamos un cambio radical en nuestra actitud hacia la vida, debemos darnos cuenta que no importa que no esperemos nada de la vida, sino que la vida espera algo de nosotros. En última instancia, vivir significa asumir la responsabilidad de encontrar la respuesta correcta a los problemas que ello plantea y cumplir las tareas que la vida asigna continuamente a cada individuo. 

José Antonio Puig Camps. AGEA Valencia (Dr. Ingeniero y Sociólogo)
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