Mi frase




MI Frase
"Cuando la vista se cruza con el deseo, haz que impere la razón".
(José A. Puig)





martes, 30 de septiembre de 2014

LA OBEDIENCIA QUE LIBERA y LA LIBERTAD QUE ESCLAVIZA



A lo largo de la historia la palabra libertad ha llenado la boca de políticos y patriotas de pacotilla que la han utilizado más para esclavizar a los hombres que para otorgarles el bien sagrado de ser libres. Si ser libre es  poder elegir lo que uno quiere sin coacción externa e interna (vamos, hacer lo que le de la gana), resulta imposible serlo en una sociedad civilizada.
Entonces, si resulta imposible ser libres, ¿somos esclavos? En la vida no podemos movernos entre la dualidad de libres o esclavos, sino entre libres y responsables. El diccionario de la lengua nos da varias acepciones para el concepto de libertad y, para un mejor entendimiento de lo que quiero decir, tomo la siguiente: la capacidad de la conciencia para pensar y obrar según la propia voluntad.  
En esta decisión, de nuestra conciencia, interviene la responsabilidad, como valor que está en la conciencia de cada persona permitiéndole reflexionar, administrar, orientar y valorar las consecuencias de sus actos, siempre en el plano de lo moral.
La desgracia que atormenta a muchas personas, que se consideran libres para hacer lo que desean, es que no se explican la necesidad que tienen de darse a alguien, de amarle o de perdonarle, pues todo ello lo esclaviza. Pero esa esclavitud es precisamente la que les libera, como ser humano, y lo mantiene en el único camino para ser feliz.
Nadie que vive en libertad puede hacer lo que quiera y, a su vez, no responder ante los demás del uso de esa libertad. Toda libertad implica una clara opción, la de elegir lo que está bien o lo que está mal, quién no es capaz de distinguirlas tiene una grave patología humana.
Esa capacidad de elegir entre el bien y el mal, San Agustín la define como libre albedrio, pero, no debemos confundir el libre albedrío con la libertad. La libertad permite el buen uso del libre albedrío, mientras que éste, como decía Lenin, no significa otra cosa que la facultad de tomar una resolución con conocimiento de causa. El libre albedrío requiere ausencia de coacción externa, la libertad requiere ausencia de coacción interna.
Ese conocimiento de causa, ese actuar sin coacción externa o interna, esa responsabilidad en nuestras acciones, es lo que nos hace verdaderamente libres. Libres para hablar, para actuar, para amar, para obedecer y para perdonar. Somos, en definitiva, seres racionales esclavos de nuestras decisiones y con capacidad para reconocer nuestras equivocaciones y, lo más importante, corregirlas.
Debemos ser conscientes de que la responsabilidad va unida, muchas veces, a la subordinación de nuestra voluntad (como acto) a una autoridad, acatando el cumplimiento de una demanda o la abstención de algo que prohíbe. Ello nos hace ciudadanos, es decir parte de una estructura social y política, con derechos y con obligaciones, pero no súbditos o esclavos.
La figura de la autoridad que merece obediencia puede ser, ante todo, una persona o una comunidad, pero también una idea convincente, una doctrina o una ideología y, en grado sumo, la propia conciencia y además, para los creyentes, Dios.
Los hombres y las mujeres reciben el albedrío como un don de Dios, pero la libertad y, a su vez, la felicidad eterna proviene de la obediencia a Sus leyes. De ahí que digamos que hay una obediencia que libera y una libertad que esclaviza.
José Antonio Puig Camps. AGEA Valencia
twiter: @JapuigJose
Publicado: 30-septiembre-2014

miércoles, 17 de septiembre de 2014

LA RAZÓN DE LA SINRAZÓN



No voy a hablar de una de las últimas obras de D. Benito Pérez Galdós con el mismo titulo de este artículo (perdón por la inmodestia). Lo que quiero hacer, o por lo menos intentar, es manifestar la mala utilización que se hace habitualmente en coloquios, tertulias y demás, de la palabra “razón”.
Por ejemplo, la celebre frase del Barón de Montesquieu “A la mayoría de las gentes prefiero darles la razón en seguida que escucharlas” utiliza el modismo “dar la razón” en el sentido de "Concederle lo que dice, confesarle que obra racionalmente". Otra celebre cita de Platón es “La razón y el valor siempre se impondrán a la traición y a la ingratitud”, aquí, sin embargo se utiliza “la razón” como la facultad o acto de discurrir.
La escritora Ayn Rand, seudónimo de Alisa Zinóvievna Rosenbaum, filósofa y escritora estadounidense de origen ruso. Ha sido ampliamente conocida por su obra “El Manantial”, un bestseller que fue llevada a la pantalla grande en 1949 dirigida por King Vidor y protagonizada por el legendario Gary Cooper.
La escritora defendía el egoísmo racional (la tesis de que la búsqueda del propio interés es siempre racional), el individualismo (punto de vista social que enfatiza "la dignidad moral del individuo"), y el capitalismo puro (o laissez faire: dejar hacer), argumentando que es el único sistema económico que le permite al ser humano vivir como ser humano, es decir, haciendo uso de su facultad de razonar. En consecuencia, rechazaba absolutamente el socialismo, el altruismo y la religión.
Esa forma de pensar, razonar o discurrir la llevó a decir que “No puede entrar en razón quién piensa de forma automática”. Frase que ha sido y es muy utilizada en coloquios, charlas, tertulias, etc., con la finalidad de espetar al oponente que lo que dice no es razonable, que va con ideas preconcebidas sin intencionalidad alguna de escuchar y, por lo tanto, aceptar lo que el otro le dice. Podríamos decir que es un aforismo en el arte de la conversación.
Es curioso que la frase, tomada en ese contexto tertuliano, no corresponda a la realidad que quería manifestar la filósofa Ayn Rand. Si conocemos su biografía o leemos sus obras, observamos que ella era una defensora del egoísmo racional, el individualismo o el capitalismo puro. Ella defendía el individualismo a ultranza considerando que no se debe sacrificar uno por nadie. Ella defendía el ateísmo como única postura racional ante el concepto de Dios. Ella reinterpretó y legitimó la desigualdad de oportunidades por no ser dependiente de la cuantía del dinero sino de su uso productivo en el mercado, idea que desarrolló junto a Alan Greenspan en “Capitalism: the unknown ideal”.
A la vista de estas y otras manifestaciones de Rand, ¿Cómo puede imperar la razón cuando se defiende la sinrazón del egoísmo? ¿Cómo se puede hablar de razón cuando está defendiendo (y este es uno de sus principios) que cada individuo tiene derecho a existir sin sacrificarse por los demás? ¿Cómo, en definitiva, podemos aceptar la razón como base para legitimar la desigualdad de oportunidades?
No pretendo, ni mucho menos, descalificar a ésta magnifica escritora con bestsellers tan importantes como, la anteriormente referida, “El Manantial”, o “La rebelión de Atlas”, considerada por todos como la obra de ficción más completa y poderosa de Rand donde relata la decadencia de los EE.UU. como consecuencia del excesivo intervencionismo.
Tampoco pretendo criticarla, Dios me libre de ello. Tan solo he querido poner de manifiesto que, muchas veces, las frases de celebres personajes no pueden utilizarse sin la “mayor razón” de saber lo que se está diciendo. O como decía don Quijote de la Mancha “La razón de la sinrazón que a mi razón se hace…”, frase que Cervantes utilizó para ridiculizar a los incautos que, como don Quijote, suelen quedarse prendidos en el artificio y los alambicamientos expresivos hasta perder el contacto natural con la realidad.
José Antonio Puig Camps. AGEA Valencia
twiter: @JapuigJose
Publicado: 15-septiembre-2014

sábado, 23 de agosto de 2014

LA CÁTEDRA DE MOISÉS



La “magnanimidad” es un deseo típico de la juventud, el querer cambiar el mundo, enderezarlo hacia una mejora constante. Pero la magnanimidad, sin humildad, es por si sola una posición moral inestable que puede llevar al delirio de grandeza (megalomanía), a la inflamación del orgullo, a la actuación sin razón.
La magnanimidad era la más apreciada de las virtudes en el mundo antiguo, en aquel que se juzgaba a los hombres por su grandeza. La manía por lo grande es la desvirtuación orgullosa de la magnanimidad, del mismo modo que la mezquindad (antítesis de la magnanimidad) es la triste perversión de la humildad.
Pero la historia nos ha mostrado que el afán utópico por conseguir el cielo en la tierra, es no solo una inmodestia, sino la falta de fortaleza que nos precipita en la impaciencia. Esta impaciencia por hacerse ricos, o mejor dicho por hacerse con el bien de los demás, es lo que está caracterizando en la sociedad actual a muchos (demasiados) de los ejecutores de las grandes decisiones: políticos, banqueros, burgueses sobrevenidos, y una larga lista de aprovechados del dolor ajeno.
Algo nada nuevo, Mateo (23, 1-12) nos muestra el pensamiento de Jesús cuando se dirigió a la gente y les dijo: En la cátedra de Moisés (lugar de autoridad) se han sentado los escribas y los fariseos. Haced, pues, y observad todo lo que os digan; pero no imitéis su conducta, porque dicen y no hacen. Atan cargas pesadas y las echan a las espaldas de la gente, pero ellos ni con el dedo quieren moverlas. Todas sus obras las hacen para ser vistos por los hombres;… quieren el primer puesto en los banquetes y los primeros asientos en la sinagogas,…”.
¡Qué actual es esta recomendación que nos da el Señor hace dos mil años! ¡Cuánto nos cuesta a los soberbios aceptar estas palabras! Es necesario que levantemos la mirada del horizonte y miremos en vertical. No justifiquemos nuestros errores en los errores de los demás. El cínico descreimiento de quienes se burlan de todos los ideales y hasta de aquellos en que creyeron ciegamente, llevados de la impaciencia y abocados a un determinismo, es un claro síntoma de su incapacidad para unir magnanimidad y modestia, y de su incapacidad para aspirar a lo mejor.
La cátedra de Moisés, no es lugar, no es asiento, para los débiles, los hipócritas, los aprovechados, los mezquinos. La cátedra, es lugar para los que quieren sacrificarse por los demás, para los que están dispuestos a perder y no ganar, para los que ven a los demás como a su prójimo y no como a su victima, para los que quieren el bien y no el mal, para los humildes, y, en definitiva, para los que son capaces de una entrega absoluta y total por el bien de la sociedad. 
La esperanza no consiste en cerrar los ojos a esa realidad, por imposible que parezca, sino en negarle a lo funesto y dominante el estatuto de lo definitivo. La esperanza nos hace detestar de la presunción de que todo acabará mal y nos hace aspirantes a conseguir lo mejor.

José Antonio Puig Camps. AGEA Valencia
twiter: @JapuigJose
Publicado: 23-agosto-2014