En estos días, además
de una entrada de verano “sentido”, se observa en la sociedad en general y en
la política en particular un utilitarismo que a veces sonroja. Si miramos a la
justicia encontraríamos suficientes casos de intereses distintos a los que
cabría de esperar de aquellos que oficialmente deben impartir justicia. En la
sanidad, cualquier cambio que perjudique el status quo del profesional
sanitario, trae consigo manifestaciones airadas y comprometidas para el
ciudadano enfermo, llegándose a pensar que fue del juramento hipocrático. La
economía, es como un “tío vivo” de feria, con la cantidad vueltas
terminológicas sobre la prima de riesgo, caída de la bolsa, pensiones, plan de
pensiones, preferentes, etc., que a fuerza de repetirlas, por los medios de
comunicación de masas, se hacen familiares, y hasta en el juego de mus o domino
se utilizan. Y si miramos a la política, que quiere que les diga, pues esperar
las próximas noticias para conocer el nombre o nombres de los aprovechados de
las desgracias de los demás, los ruines.
A la pregunta, tan
coloquialmente repetida, de ¿qué está pasando?, se puede responder de una forma
fácil o difícil. Fácil si aplicamos el sentido común. Difícil si escuchamos a
expertos, catedráticos, periodistas, y una retahíla de tertulianos, que solo
“parlotean” pero “dialogan poco”. Yo me apunto a la respuesta fácil, la del
sentido común, y la respuesta es que todos quieren lo suyo y no están
dispuestos a ceder un solo trozo de “su tarta” a los demás. Todos quieren el
“poder” a costa de lo que sea, bueno mejor dicho a costa de los demás. Los
“nuestros” antes que los “otros”. Ni sindicatos, ni patronal, ni nacionalistas,
ni tradicionalistas, ni fundamentalistas ni un gran etc., están dispuestos a
sacrificarse, pero si están dispuestos a que los demás nos sacrifiquemos.
Ante esta situación
aparece el “pacto”, el “quid pro quo”, el dar una cosa por otra, ni salir
perjudicado, ni salir beneficiado, es decir una reciprocidad o un “quedarse
como estoy”. Lo malo es que ese “como estoy” son el de “ellos”, los de siempre,
los ganadores, pero nunca los “otros” es decir los perdedores. Esa reciprocidad
significa matemáticamente dejar un subconjunto (del conjunto de la sociedad) en
la misma situación, la del privilegio. Pero como la sociedad tiene otros
subconjuntos (trabajadores, pensionistas, amas de casa, escolares,
investigadores, enfermos, etc.), y la suma societal tiene que adelgazar para
poder mantener una situación, que en estos momentos es inviable, solo tiene que
adelgazar, es decir apretarse el cinturón, el resto de los subconjuntos y nunca
el subconjunto privilegiado.
Todo esto se arreglaría
si el “quid pro quo” se aplicara a todos y cada uno de los colectivos
(subconjuntos) de la sociedad. Pero esto no gusta nunca a los ganadores,
¿Verdad que no?
José Antonio Puig Camps 120613