Mi frase




MI Frase
"Cuando la vista se cruza con el deseo, haz que impere la razón".
(José A. Puig)





lunes, 8 de octubre de 2018

LA MADUREZ


Posiblemente cumplir años cuando eres mayor no es tan divertido como cuando eres niño. De niño recibes regalos, todos se acuerdan de ti y eres el centro de atención. Tan centro de atención, y tantos regalos, que nunca llegas a valorar lo que realmente tienes. Es la época del recibir. A medida que vas haciéndote mayor la balanza va cambiando y en lugar de recibir tienes que empezar a dar. Es la época de conceder, de entregar, de madurar en la vida. Los años van cubriéndote de obligaciones y de pocos derechos. Sin embargo, alcanzar una cierta edad tiene su lado positivo. Los años te hacen ver el mundo de otra manera, te hacen potenciar nuestras relaciones sociales y entender la conducta y los sentimientos de los demás. La madurez es para muchos una etapa muy feliz, pues la vida le ha ido permitiendo ser más sensato, prudente y paciente. Una etapa, donde se saborea mucho mejor lo que la vida te ha ido dando, lo que la vida te ha permitido conocer y lo que la vida te ha permitido aprender. Todo este caudal de experiencia es en definitiva la sabiduría de la madurez, la madurez vital. La sabiduría es considerada una experiencia holística, integradora, que suele estar asociada al concepto de vejez. Desde el punto de vista cultural, la idea que se tiene del “viejo sabio” se presenta como el prototipo del “sabio consejero”. Desde el punto de vista filosófico, el movimiento Aristotélico sostiene que el hombre sabio es el que accede a un profundo conocimiento de sí mismo que le permite desplegar la virtud a pesar de las emociones y pasiones (que deben ser reorientadas en un sentido positivo y productivo).
Ese desplegar la virtud, frente a los atascos de las pasiones y emociones, es en realidad un don providencial, que el ser humano debe recibir con gratitud y responsabilidad. El hombre no solamente vive sino que dirige su vida, la orienta por un determinado camino. De este modo, logra la madurez personal gradualmente cuando orienta su vida hacia aquel fin que asume como el sentido de su existencia, a partir de la aceptación consciente de sus límites y de sus disposiciones. Es propio de la naturaleza del hombre que no sólo experimente cambios, sino que cambie él mismo desde sí. La maduración del hombre implica un devenir armonioso de su “ser”: responsabilidad, estabilidad, ponderación, afectividad, dominio de sí mismo y tener claro sus objetivos y propósitos. El concepto de madurez se toma al observar la naturaleza, haciendo referencia a la evolución que llega al fin previsto, "madurar" supone un progresar paulatino hacia una meta. Todo ser humano ha de realizarse en cada una de las etapas de su vida, hasta alcanzar aquel valor que se logra en la ancianidad: un sexto sentido que favorece la inspiración.  De este modo, todo sujeto debe vivir en su edad, asentarse en su edad, pero no detenerse en su edad. San Pablo lo expresa con claridad (1 Co 13,1): “Cuando yo era niño, hablaba como niño, pensaba como niño, juzgaba como niño; más cuando ya fui hombre, dejé lo que era de niño”.
Dejar de ser niño, no significa que lo vivido como niño no tenga ya importancia. Gran error, si así se piensa. Un error que luego pasa factura irremediablemente, ya que es la base futura de lo que seremos. El niño nace dentro de una familia cuyo ambiente influirá de manera decisiva en su personalidad. Sus relaciones familiares marcaran y determinaran valores, afectos, actitudes y modos de ser que se van asimilando desde que se nace. La escuela será un complemento pero nunca una sustitución de los padres. Cuando el niño va haciéndose adulto va encajando lo aprendido en los nuevos entornos en los que se va desarrollando: amor, autoridad, servicio, trato positivo y tiempo de convivencia. Elementos que será capaz de ir desarrollando y aplicando positivamente a lo largo de su vida y que facilitara su madurez vital. No esperemos ser amados si no hemos aprendido lo que es el amor. No confiemos en ser comprendidos si no respetamos a los demás. No exijamos atención si nunca hemos sido capaces de convivir, ni escuchar.  No pretendamos un trato positivo si no hemos sido capaces de reconducir nuestra negatividad (enfado, frustración…). Aprendamos a ser adultos, a pensar, hablar y juzgar como tales, si queremos ser felices en nuestra madurez.
Muchas personas tienen miedo a ser mayores y se apalancan o acomodan en una determinada fase de su vida. No quieren hacerse grandes, no quieren dar, sino seguir recibiendo. No quieren problemas, ni nada que les separe de ese camino codicioso que ellos se han trazado. Su perfil evidencia claramente su falta de madurez. Son egoístas, ambiciosos, avaros, individualistas, incapaces de reconocer a nadie que no sean ellos. No quieren a nadie. Son extraños en su propia familia. Carecen de la dignidad que los años otorgan a las personas y son eternos solitarios. Son garrapatas, parásitos de la sociedad que solo quieren sacar todo lo que pueden de los demás. La aceptación de la edad adulta ya la pone de manifiesto el libro de Cicerón: “Cato maior de senectute liber” en el diálogo entre Catón el Viejo con dos jóvenes, Escipión, hijo de Pablo Emilio, y su amigo Lelio. Los jóvenes se admiran de la intensa actividad desplegada por el octogenario, y éste da sus famosas razones para no renegar de la vejez y aceptarla como una etapa más de la vida, rica en dones y placeres. Aquellos viejos que han cultivado la virtud a lo largo de su vida, que son moderados y no exigentes, que han tenido una vida "bien llevada" no debieran tener quejas ni mayores penas. La felicidad, a diferencia de la alegría, no es un estado emocional sino un estilo de vida. En 1970 Simone de Beauvoir publicó su octavo ensayo “La vejez”, en el reconoce que “La naturaleza del hombre es malvada. Su bondad es cultura adquirida”.
Para los cristianos la madurez nos pone en presencia del Señor que nos tiende una mano en nuestro caminar. Para los no cristianos también representa la presencia de algo sobrenatural, un don divino. A unos y otros, esa madurez vital, les está permitiendo sobreponerse a la fatiga, desanimo o desaliento propios del vivir. Ese es el don que la vida ha ido depositando en las personas capaces de haber tenido una infancia, una juventud y una adultez propias de cada fase de su vida, asentadas en su edad y no detenidas en ella. La madurez es en definitiva cultura adquirida a lo largo de nuestras etapas vividas. Las preocupaciones, contrariedades y disgustos, que el vivir conlleva, va marcando el devenir vital de nuestras vidas, marcando lo que pueda suceder o llegar a ser. Todos debemos estar preparados para los momentos difíciles, para las pruebas que la vida nos va poniendo, y la manera en que nos enfrentemos a ellas depende de la forma en que interiormente veamos y creamos las cosas. Los niños lloran ante la adversidad y se refugian en los padres. Los adultos nos fortalecemos con la adversidad y nos refugiamos en Dios, que al amar al ser humano ejerce ese Don Divino.

José Antonio Puig Camps. AGEA Valencia (Dr. Ingeniero y Sociólogo)
Blog: http://josantoniopuig44.blogspot.com.es/
Twitter: @japuigcamps
Publicado 08-10-2018