Después de que Michael S. Hart se
le permitiera acceder a una cuenta de Internet en la Universidad de Illinois ya
en 1971, tuvo una revelación alucinante. Se dio cuenta de que esta herramienta
tenía el potencial de universalizar todo el conocimiento. En los últimos
treinta años, desde que surgió Internet hasta la aparición de los teléfonos
inteligentes, hemos ido modificando nuestro trabajo y nuestra vida para adaptarnos
a cada nueva tecnología que salía al mercado. Una adaptación que obliga a las
personas a desarrollar sus capacidades en un proceso permanente, ya que la
adquisición de capacidades (en un
sentido amplio que hace referencia a aquello que una persona sabe, comprende y
es capaz de hacer) es una vía hacia la empleabilidad y la prosperidad. La
revolución digital, de la que formamos parte en estos momentos, no es un futuro
frío y distópico poblado de robots que controlan al mundo. Es, más bien, una
era de empoderamiento del ser humano. Una época donde la adquisición de conocimiento
debe estar al alcance de todos y no solo de clases o grupos privilegiados. La
era digital obliga a un cambio de modelo o paradigma en materia de capacidades
que permita desarrollarse o funcionar en la sociedad de la información, en casa
y en el trabajo. Para ello se debe desarrollar nuestra resiliencia.
La pandemia causada por el
coronavirus ha generado nuevos retos para la actividad de los individuos y esta
acelerando la transición digital, haciendo que el teletrabajo y el aprendizaje
a distancia se conviertan en una realidad para millones de trabajadores. Tras
la crisis, muchas personas tendrán que reciclarse y desarrollar nuevas
capacidades o mejorar las que ya tienen a fin de adaptarse a los cambios
experimentados en el mercado de trabajo. La crisis sanitaria del covid-19 ha
provocado que gobiernos, empresas y sociedad civil avancen hacia modelos más
sostenibles e innovadores y reflexionen sobre cómo transformar sus modos de
actuación. Una crisis global que pone de manifiesto el talento de los pueblos para
superarla ante el desfase de capacidades que ponen trabas al crecimiento y la
productividad de los Estados. Pero para superar cualquier situación y salir
fortalecido, e incluso mejor que antes, es necesario tener la capacidad de
afrontar la adversidad, y eso precisamente es la resiliencia. Se debe ayudar a
las personas a afrontar la actual crisis, y ello obliga, más que nunca, a actuar
con prontitud, buscando la cooperación internacional entre países y asociaciones regionales e internacionales,
como la Unión Europea.
La Comisión Europea ha puesto en
marcha, tras la presentación el 01-07-2020, la Agenda de Capacidades Europea
para la competitividad sostenible, la equidad social y la resiliencia. En ella
se establecen objetivos cuantitativos ambiciosos de capacitación (mejorar las
capacidades existentes) y de reciclaje profesional (formación en nuevas
capacidades) para los próximos cinco años. El objetivo consiste en garantizar
que el derecho a la formación y al aprendizaje permanente, consagrado en el
pilar europeo de derechos sociales, se convierta en una realidad en toda
Europa, desde las ciudades hasta las zonas remotas y rurales, para beneficio de
todos. La Comisión sitúa las capacidades en el centro de la agenda política de
la UE, orientando la inversión a las personas y su disposición en favor de una
recuperación sostenible tras la pandemia causada por el coronavirus. Los fondos
de la UE pueden servir de catalizadores para invertir en las capacidades de las
personas para afrontar las adversidades.
Esta Agenda se pone en marcha con
el fin de ofrecer a los Estados miembros de la UE la oportunidad de trabajar
juntos para reforzar el capital humano, la empleabilidad y la competitividad.
Una oportunidad que financia las iniciativas de capacitación y de reciclaje
profesional, capaz de ofrecer a todos la posibilidad de aprovechar las nuevas
oportunidades que brinda un mercado laboral en rápida evolución. La covid-19
nos ha recordado que la naturaleza todavía es la reina soberana, que la
degradación medioambiental debe terminar y que la inversión en resiliencia es
una política adecuada. Además, la prudencia nos exige considerar que esta
pandemia podría durar varios años y que podría estar seguida por otras
pandemias en el futuro. Por lo que obliga a preparar a los países a ser
resilientes ante las adversidades. Es cierto que la digitalización ha surgido
como un pilar fundamental de la resiliencia, pero también como división. En
Europa y fuera de ella, innumerables trabajadores se están adaptando al trabajo
a distancia, los estudiantes al aprendizaje a distancia, los médicos y los
pacientes a la telemedicina y las empresas a las ventas por Internet y las
entregas a domicilio. Sin embargo, muchos otros se han quedado fuera y van a
necesitar años para recuperarse.
La tecnología ha empoderado a las
personas a lo largo de la historia, desde la imprenta hasta los teléfonos
inteligentes. Sin embargo, esta vez la estamos utilizando de una manera
diferente. No solo estamos incorporando la tecnología a nuestras vidas; a
medida que ésta se hace exponencialmente más sofisticada, estamos infundiendo
humanidad a la tecnología. En definitiva, eso debe ser la tecnología:
conocimiento técnico al servicio del ser humano. Pero no siempre es así, sobre
todo cuando el aprovechamiento tecnológico no se hace equitativo, sino solo en
provecho de unos para someter a otros menos preparados. Debemos hallar las
contradicciones que se dan en lo más hondo de esa realidad, debemos vencerlas y
desde ahí, buscar los problemas que hay que resolver para convertirlos en
nuevos retos que permitan empoderar al ser humano más desfavorecido. Unos retos
que están detallados en las doce acciones de la Agenda de Capacidades Europea,
donde se pretende mejorar la pertinencia de las capacidades para reforzar la
competitividad sostenible, garantizar la equidad social y desarrollar nuestra
resiliencia.
José Antonio
Puig Camps. (Dr. Ingeniero Agrónomo y Sociólogo)
AGEA Valencia
(https://agea.es)
Blog:
http://josantoniopuig44.blogspot.com.es/
Twitter:
@japuigcamps
Publicado 17-07-2020