Dignidad y decencia son dos nociones distintas, pero profundamente relacionadas. La dignidad de una persona es un valor intrínseco que da al ser humano honorabilidad y respeto hacia él y hacia los demás. La decencia es el deber de la sociedad y la política de garantizar ese respeto. Sin dignidad no hay justicia, sin decencia no hay política. Cuando hablamos de los principios de la decencia, solemos referirnos a un conjunto de valores básicos que guían la conducta humana hacia lo correcto, lo respetuoso y lo justo en la vida en sociedad. No es un código escrito en piedra, pero sí una especie de brújula ética compartida.
Ciertamente no es un código escrito en piedra, sin embargo, la ciudadanía entiende perfectamente cuando la conducta del ser humano es o no es éticamente correcta. Todos recordamos aquel debate televisivo, con vistas a las elecciones presidenciales del 2015, entre el presidente del Gobierno Rajoy, y el líder socialista, Pedro Sánchez. En ese cara a cara el candidato le dijo al presidente: “Si usted sigue siendo presidente del Gobierno, el coste para la democracia, y para la institución que usted quiere representar es enorme. Porque el presidente del Gobierno, señor Rajoy, tiene que ser una persona decente. Y usted, no lo es”. (Le dijo la sartén al cazo)
La palabra “decencia” fue arrojada a la cara de Rajoy como flecha envenenada esperando el candidato que su oponente quedara en shock y que la mente del rival quedara bloqueada. Nada de eso sucedió, dado que Rajoy sentenció: “Usted va a perder estas elecciones, de una derrota electoral uno se recupera, pero usted no se recuperará de su frase ruin, no se la acepto, ha sido mezquino, deleznable y miserable y no se recuperará nunca de ella”. Un epitafio que marcó la senda que Sánchez llevaría, más tarde, en su recorrido presidencial.
Los principios de la decencia en clave política y ciudadana están muy alejados en ese recorrido presidencial. Puesto que básicamente consisten en: Respeto a la ciudadanía (reconocer la dignidad en los demás). Honestidad en la gestión (hablar y actuar con verdad, sin engañar ni manipular). Responsabilidad política (asumir los errores no esconderlos). Justicia social (evitando abusos y favoreciendo la imparcialidad). Moderación en el poder (el poder es un servicio, no un privilegio). Coherencia (entre lo que se dice o promete y lo que luego se hace). Respeto a la libertad y pluralidad (el adversario no es un enemigo, y proteger la libertad de prensa, expresión y pensamiento). Promover la cohesión social (solidaridad y bien común) ¿Según estos principios, es usted decente Sr. Sánchez?
Frente al manual de resistencia de Sánchez, se necesita un manual de decencia para la nueva política española. Un manual, que cumpla fielmente esos principios básicos como guía de la conducta humana hacia lo correcto, respetuoso y justo. Resistir no debe ser la meta de un gobernante incapaz de conseguir aprobar leyes y presupuestos con el único fin de perpetuarse en el poder. El poder Sr. presidente es poder prestar un servicio al pueblo y no un privilegio para intentar conseguir prebendas que solo le benefician a usted. Su pasividad actual es la coartada de quién, por interés o ambición, elude su responsabilidad prefiriendo no actuar para seguir mandando.
En estos momentos su principal responsabilidad es la de presentar un proyecto de Presupuestos Generales del Estado (PGE) al Congreso de los Diputados. De no hacerlo el Gobierno que usted preside está incumpliendo la Constitución (artículo 134). Ese artículo no dice que los presentará “cuando le convenga”, sino “cada año”. Su prorroga es un parche de urgencia, pero nunca una forma estable de gobernar. Es usted tan indecente que ha dicho que no habrá elecciones porque las perdería. Siempre evitando el debate porque no tiene esa tan cacareada “mayoría progresista”. Lo único que tiene es un bloque zombi que le hace imposible desarrollar una legislatura ordenada, que es en lo que consiste gobernar. Su habilidad, la de desviar la atención con el asunto de Gaza para tapar su corrupción.
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