Ayer (13 de mayo del 2014) en toda la prensa española se
leía la notica de la muerte por asesinato cruel y vengativo de la presidenta de
la Diputación de León. Gran parte de los españoles quedaban impresionados por
la sangre fría con la que una madre y su hija quitaban la vida de Isabel Carrasco.
A esto, se unió una cobarde chusma antisistema que
adueñándose de las redes sociales justificaban, cuando no celebraban, el brutal
atentado.
Muchos han sido los columnista de los diarios impresos que
han comentado ese linchamiento online de la fallecida y esa exaltación del
crimen. Cuestionando ese tipo de libertad de expresión que hace apología del
asesinato.
Odio, demagogia, inquina, cobardía y demás calificativos que
ponen sobre la mesa la actitud del ser humano ante hechos rechazables que no
quiere ver. Vivimos en una sociedad que rechaza la ética y que, incluso, suele
ser mirada con cierto desprecio burlón. Se la considera
contraproducente, demasiado humana, y se la siente como una amenaza, pues
condena la manipulación y la degradación de la persona.
Hechos como este abren los
ojos y las mentes a la gente que se despierta, como si hubieran vivido en la
inopia, y descubre que todo aquello adorado e idolatrado ya no es tan bueno.
Vuelven entonces su mirada a otros, como si aquello que ahora repudian no fuera
con ellos, y descubren que no hay otros, que somos todos culpables.
Josep Miró en su libro “La
Sociedad Desvinculada” cuestiona abiertamente a la sociedad actual. Su tesis se
centra en analizar como vivimos en una sociedad desvinculada, basada en
una cultura donde la realización personal y la autenticidad solo se logran
mediante la satisfacción del deseo, de su estímulo, que como tal y en la
práctica se traduce en la importancia decisiva del dinero y el sexo.
La satisfacción del deseo, impulsado por la subjetividad sin
limites, es el híper bien al que todo compromiso personal, religión, tradición
o norma de derecho debe supeditarse. En una sociedad desvinculada el vínculo
personal, religioso, comunitario o social sólo vincula mientras contribuya a
satisfacer “mi” deseo, “mis” preferencias.
Una sociedad donde el bien es “aquello que me gusta” es una
sociedad individualista, aprovechada, sin valores y sin miedos. Una sociedad
que se emancipa del bien común y solo atiende sus deseos personales. Una
sociedad ingobernable, donde el Estado se
ve incapaz de atender las
necesidades reales de la sociedad, incapaz de mejorar debido a que una gran
parte de sus energías se aplican a contener los innumerables conflictos de las
preferencias de deseo individual.
Nuestra situación actual es un mal consentido por la
sociedad. Así como el bien tiende a comunicarse,
el mal consentido, que es la injusticia, tiende a expandir su potencia dañina y
a socavar silenciosamente las bases de cualquier sistema político y social por
más sólido que parezca.
José Antonio Puig Camps (Doctor Ingeniero y Sociólogo) AGEA
Valencia.