El
contenido ideológico en la democracia cómo es plural, es variable. Pero lo que
tiene fijo es que institucionalmente debe asegurarse el procedimiento, para que
el pueblo decida en libertad su apoyo o rechazo a las soluciones propuestas por
las distintas corrientes ideológicas. La historia muestra situaciones de esa
pluralidad donde el pueblo, ¿engañado?, aceptó el relativismo democrático, es
decir, la falta de creencia en valores absolutos y la aceptación de la voluntad
política de todos por igual. Hitler, sirviéndose de su talento oratorio,
engatusó ( o no) al pueblo alemán prometiendo la suspensión de los pagos de
indemnización, generar empleo, combatir la corrupción y controlar a los ricos.
Fue en este periodo de entreguerras donde se acentuó el carácter relativista de
la democracia llevándola a su autodestrucción y suicidio.
El
sustento jurídico-ideológico de la democracia liberal en expansión, era (y
sigue siendo) el Estado de derecho. Un Estado de derecho, donde las
competencias del poder estatal están claramente delimitadas y predeterminadas,
donde el poder del Estado se pretende controlar al limitarlo por orden legal
(la Constitución) y donde se garantiza la libertad de los individuos. Si antes,
el Estado de derecho, permitía que la burguesía expresara y ampliara su poder
con el argumento de combatir el absolutismo, la subjetividad y discrecionalidad
del sistema monárquico, ahora, lo hace para combatir el autoritarismo, el
nacionalismo, el separatismo o cualquier otro "ismo" que represente
una amenaza a la hegemonía española.
Cuando
en lugar de tener este modelo de democracia (liberal) se busca el
"Demoliberalismo", lo que se pretende es tener un Estado que no busca
ya la gloria o inclusive la armonía ni éxito del pueblo o la nación, sino que
quedaría subsumido o subyugado al orden jurídico, al individuo y su libertad,
que en realidad tampoco se presenta cómo algo real, sino cómo uno de los
sofismas liberales. Una democracia relativista donde se estimula el
linchamiento mediático y las condenas de primera página, donde el cumplimiento
del deber burocrático queda paralizado y donde la libertad de expresión
presenta su cara más abyecta.
Los
nuevos líderes políticos, faltos de humildad y llenos de soberbia, rencor y
odio, tienen un único mensaje: romper con lo establecido. Pero su insignia de
agrietar, rajar y fracturar, no tiene ni explicación ni fundamento, eso si, lo
dicen ellos y con eso basta. Debemos de creerles, debemos relativizar la
democracia, que todo cambie para que todo siga igual, pero con ellos en el
poder. Los nuevos actores políticos se reacomodan, cambian referentes
históricos y conceptos pero sin cambiar el orden que lo sostiene, todo se
maquilla pero sin modificar la estructura.
Recelo
da escuchar a los nuevos demócratas "renovadores y progresistas"
hablar de modificar leyes y normas, de modificar relaciones de respeto y de
conducta o de destruir creencias y valores que han permanecido para facilitar
la convivencia entre las personas. Miedo da ver con que facilidad cambian su
discurso sin el menor recato o pudor, nada les importa siempre y cuando con
esos medios justifiquen su único y deseable fin: el poder. No importa que sus
electores les dieran sus votos y, con ello, sus esperanzas para que cumplirían
lo que habían predicado: no a los populismos,
no a los independentistas, no a la destrucción del Estado, y ver que a
posteriori los utilizan para pactar con terroristas, nacionalistas y
destructores del Estado de derecho y de España.
Estos
revolucionarios de la democracia no se han enterado que democracia es sinónimo
de dialogo y confrontación de opiniones para llegar a consensos, sin hacer
ningún cordón sanitario a ningún partido y menos con aquel que ganó las
elecciones y, además, tiene la experiencia de estar gobernando España. No es bueno
apoyar el carácter relativista de la democracia que llevó a Europa al nazismo y
al fascismo. Por el contrario la democracia debe apoyarse en acciones
ejemplares, cómo se hizo en España con la Constitución de 1978, acciones que
mostraron hasta que punto todas las fuerzas políticas y democráticas aceptaron un amplio consenso de unidad en
favor de un Estado constitucional apoyado en dos grandes pilares: el principio
político democrático y el principio jurídico de la supremacía constitucional.
José Antonio Puig Camps. AGEA Valencia (Dr. Ingeniero y Sociólogo)
http://josantoniopuig44.blogspot.com.es/
Twitter: @JapuigJose