La pantomima es una representación
que se realiza mediante gestos y figuras, sin la intervención de palabras. El
término proviene de un vocablo griego que significa “que todo imita”. La
pantomima utiliza pocas palabras y muchos gestos. Pocas palabras porque solo
necesitan mostrar el gesto para que todos los que lo ven lo interpreten de la
manera que más les interese. Es en definitiva una forma más de entretener al
público poca dispuesto a pensar y menos a meditar lo que están observando. En
estos tiempos que nos toca vivir el género de la mímica o pantomima, surgido en
la época del florecimiento del Imperio Griego y el Imperio Romano, vuelva a
mostrarse unido al cinismo de Antístenes y Diógenes de Sinope cuya
característica era el rechazo de los convencionalismos sociales y de la moral
comúnmente admitida. Dando un salto en la historia volvemos a encontrarnos con
estos géneros dramáticos o cómicos cuya característica eran mostrar sus excentricidades
o sátiras, y cuyas prácticas, en muchas ocasiones, eran irreverentes.
El fenómeno de la globalización
lleva consigo que cualquier forma, estilo o moda se extiende con la rapidez de
la luz, sin importar que ello ya fue llevado, inventado o practicado en tiempos
remotos. España, cuya pertenencia global al mundo universo está más que
probada, no podía dejar pasar esos hábitos que para muchos de los políticos
actuales dan sobrada experiencia en su utilización. Como los cómicos que, en
sus representaciones van cambiando de vestuario o chaqueta de escena en escena
para dar credibilidad a su función, los políticos y sus palmeros, muestran una
gran similitud con ellos. Los escenarios van cambiando según el libreto a
representar que, en el caso de los políticos y sus palmeros, está marcado por
las encuestas que los medios y el CIS les indica. Unos políticos que
enloquecidos por el poder, que tienen o pueden perder, engañan y descalifican
sin importarles lo más mínimo el daño que puedan hacer con tal de conseguir su
objetivo. Para ellos siempre el fin justifica los medios que, por desgracia,
cada vez está teniendo más aplicación en la política, los negocios e incluso en
cuestiones éticas.
Si la pantomima y el cinismo eran
objeto de aplicación práctica en la mayoría de los relatos y acciones de la
antigüedad, las similitudes con nuestra época son evidentes. Ambas épocas
parecen compartir un mismo espíritu de desorientación, de pérdida de referentes
estables, un desasosiego difuso, pertinaz y borroso, una atmósfera enrarecida y
desilusionada, en la cual la credibilidad de los grandes relatos ha caído, en
la que el colapso de unas creencias que parecían inalterables produce un
malestar en los individuos que no se puede ocultar por más tiempo. En esta
pantomima cínica las esperanzas son contempladas irónicamente y los valores
humanos producen risa ante el ejemplo de los mandatarios. Al individuo moderno,
ante la incomprensión de la situación, no le queda otra salida que abandonar
toda creencia en los demás y aferrarse a su pobre conciencia incapaz de
vislumbrar su futuro ante un mundo excesivamente complejo y cuyo sentido no se
deja adivinar fácilmente. Ve ante sí una vida absurda, una comedia, farsa,
drama y pantomima en la que sus actores –los mandatarios- actúan sin
importarles las consecuencias de sus actos en sus representados. Los cuales
para seguir viviendo se envuelven en un agnosticismo, incredulidad y
escepticismo que les hace actuar alegremente, sin ser conscientes que están
siendo la coartada perfecta para que los poderosos puedan mantener su orden
establecido a costa de su libertad individual.
Ante la pérdida de la libertad
individual, ante la impotencia de verse incapaz
de dar respuesta a tanta mentira, engaño y mendacidad, el sujeto se
recubre de un cinismo para el que las convenciones sociales son ridículas. Donde
la única manera que tiene para hacer frente a toda esa representación política,
económica, social o religiosa, en la que ya no creen, es la de hacerse ver y
notar. Utilizan, como niños incomprendidos, el desorden, la manifestación, el
ruido, el inconformismo ante cualquier nueva promesa que el poder les haga. Se desafía
con huelgas, se cierran carreteras, se impide que el comercio se abra y nadie
es capaz de poner orden a tanto desmán. Un desmán que pone en evidencia la
falta de confianza del ciudadano en las instituciones por su pasividad y falta
de carácter. Los poderes públicos son cómicos que nadie toma en serio, sus
pantomimas ya ni siquiera hacen gracia, y para lo único que sirven es para
ponerlos en las fallas como ninots indultados, ya que esa democracia, que a
tantos de ellos desespera, es la que les permite no ser quemados.
Es el activismo ético de los
cínicos cuya pretensión es ocupar el lugar de aquellos prebostes que presiden o
gobiernan una comunidad, o tienen una gran influencia en el Estado o Nación.
Tanto en unos, como en otros, la razón dominadora presupone que debe de haber
un orden y que para conservarlo es preciso engañar a los hombres. La pantomima
cínica hace gala de su libertad de palabra y acción y, por ello, se opondrá al
poder establecido, a esa civilización fruto de la razón que impide al ser
humano ser feliz. Los ideales ilustrados ya no consiguen entusiasmar a la
gente, motivar una acción colectiva encaminada a una meta. Vivimos en una
sociedad fragmentada, desilusionada. De la franca carcajada de los cínicos
antiguos a la sonrisa torva de los modernos podemos ver la historia
degenerativa del término cínico o de la pantomima exagerada. Hoy día los
poderosos han aprendido la lección, saben cómo son las cosas, no hace falta que
nadie les muestre la verdad desnuda, ellos ya la conocen. Si Marx decía: no
saben lo que hacen, y aun así lo hacen, hoy día la situación es más
inquietante: saben perfectamente lo que hacen, y aun así lo hacen.
José Antonio
Puig Camps. AGEA Valencia (Dr. Ingeniero y Sociólogo)
Blog:
http://josantoniopuig44.blogspot.com.es/
Twitter:
@japuigcamps
Publicado 28-02-2019