A lo largo de la historia la palabra libertad ha llenado la
boca de políticos y patriotas de pacotilla que la han utilizado más para
esclavizar a los hombres que para otorgarles el bien sagrado de ser libres. Si
ser libre es poder elegir lo que uno
quiere sin coacción externa e interna (vamos, hacer lo que le de la gana),
resulta imposible serlo en una sociedad civilizada.
Entonces, si resulta imposible ser libres, ¿somos esclavos?
En la vida no podemos movernos entre la dualidad de libres o esclavos, sino
entre libres y responsables. El diccionario de la lengua nos da varias
acepciones para el concepto de libertad y, para un mejor entendimiento de lo
que quiero decir, tomo la siguiente: la
capacidad de la conciencia para pensar y obrar según la propia voluntad.
En esta decisión, de nuestra conciencia, interviene la responsabilidad, como valor que está en
la conciencia de cada persona permitiéndole reflexionar, administrar, orientar
y valorar las consecuencias de sus actos, siempre en el plano de lo moral.
La desgracia que atormenta a muchas personas, que se
consideran libres para hacer lo que desean, es que no se explican la necesidad que
tienen de darse a alguien, de amarle o de perdonarle, pues todo ello lo
esclaviza. Pero esa esclavitud es precisamente la que les libera, como ser
humano, y lo mantiene en el único camino para ser feliz.
Nadie que vive en libertad puede hacer lo que quiera y, a su
vez, no responder ante los demás del uso de esa libertad. Toda libertad implica
una clara opción, la de elegir lo que está bien o lo que está mal, quién no es
capaz de distinguirlas tiene una grave patología humana.
Esa capacidad de elegir entre el bien y el mal, San Agustín la
define como libre albedrio,
pero, no debemos confundir el libre
albedrío con la libertad. La libertad
permite el buen uso del libre albedrío, mientras que éste, como decía
Lenin, no significa otra cosa que la facultad de tomar una resolución
con conocimiento de causa. El libre albedrío requiere ausencia de coacción
externa, la libertad requiere ausencia de coacción interna.
Ese conocimiento de
causa, ese actuar sin coacción externa o interna, esa responsabilidad en
nuestras acciones, es lo que nos hace verdaderamente libres. Libres para hablar,
para actuar, para amar, para obedecer y para perdonar. Somos, en definitiva,
seres racionales esclavos de nuestras decisiones y con capacidad para reconocer
nuestras equivocaciones y, lo más importante, corregirlas.
Debemos ser conscientes de que la responsabilidad va unida,
muchas veces, a la subordinación
de nuestra voluntad (como acto) a una autoridad, acatando el cumplimiento de
una demanda o la abstención de algo que prohíbe. Ello nos hace ciudadanos, es
decir parte de una estructura social y política, con derechos y con
obligaciones, pero no súbditos o esclavos.
La figura de la autoridad que merece obediencia puede ser,
ante todo, una persona o una comunidad, pero también una idea convincente, una
doctrina o una ideología y, en grado sumo, la propia conciencia
y además, para los creyentes, Dios.
Los hombres y las mujeres reciben el albedrío como un don de
Dios, pero la libertad y, a su vez, la felicidad eterna proviene de la
obediencia a Sus leyes. De ahí que digamos que hay una obediencia que libera y
una libertad que esclaviza.
José Antonio Puig Camps. AGEA Valencia
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Publicado: 30-septiembre-2014