Mi frase




MI Frase
"Cuando la vista se cruza con el deseo, haz que impere la razón".
(José A. Puig)





sábado, 8 de diciembre de 2018

EXPERIENCIA RELIGIOSA


El ser humano es un ser que tiene experiencia del mundo puesto que vive en él y como tal se relaciona con el entorno. La experiencia es el hecho de haber presenciado, sentido o conocido algo, en definitiva, es el conocimiento que adquirimos gracias a esas vivencias, gracias a vivir. Ahora bien, el tipo de experiencia puede ser diferente en función de su objeto propio. Las experiencias que están vinculadas con la divinidad reciben el nombre de experiencia religiosa en la que el sujeto establece una relación con una realidad espiritual. El término religioso no tiene aquí aún significado cristiano, sino que alude al sentimiento y la conducta que se hace consciente de lo divino, entendido en sentido general, de lo numinoso, tratando de establecer una relación con él. Se trata de una experiencia muy profunda pero también muy compleja puesto que el ser humano puede sentirse desbordado por una vivencia que tiene dificultades para expresar con palabras, ante lo limitado que resulta el lenguaje. El motivo y la situación de la experiencia religiosa pueden ser muy diferente. La experiencia puede acontecer ante la naturaleza; ante una obra de arte; ante personas que impresionan por su peculiar modo de ser; ante acontecimiento históricos que estremecen; ante las menudencias de cada día, y hasta sin ningún motivo especial, por cualquier causa, sin más. La intimidad del ser humano tocado por esta experiencia advierte algo que es distinto del mundo y de lo terreno, ajeno y misterioso y, sin embargo, muy familiar; algo que no cabe incluir en lo ya conocido, pero real y poderoso; algo esencial para la vida personal e insustituible por cualquier otra cosa. Es como dice la canción sentir que resucito, subir al firmamento y donde el silencio se torna en melodía.
Para llegar a descubrir que esa experiencia es religiosa, se ha tenido que establecer la idea de lo sagrado o el fenómeno de la religiosidad. Para sacarlo a la luz se ha recorrido un largo camino. La Ilustración consideraba que la esencia de la religión consistía en un conocimiento racional y en una acción moral. El positivismo del s. XIX tenía una concepción historicista –toda realidad es el producto de un devenir histórico-, por lo que veía en la religión la forma primitiva de interpretación de la existencia que alcanza su perfección en las ciencias exactas. Para los materialistas, la religión es una superstición o un engaño intencionado, puesto al servicio de fines sociales y económicos. Friedrich D. E. Schleiermacher, teólogo y filósofo alemán, intentó demostrar la esencia propia de la religión pero fue rechazada por el empirismo y el relativismo de la segunda mitad del s. XIX. La obra más famosa de Rudolf Otto, “La idea de lo sagrado”, define el concepto de lo sagrado como aquello que es numinoso, misterioso. El término numinoso lo acuño sobre la base de la palabra latina Numen (referida en su significación original a los dioses). Una expresión desconocida hasta entonces que establece un paradigma para el estudio de la religión como una categoría irreductible y original en sí misma. Este paradigma fue atacado entre los años 50 a 90 del s. XX pero ha vuelto con fuerza desde entonces. La psicología examina la estructura de la experiencia religiosa tanto en la vida del individuo como de la comunidad. La filosofía se pregunta por su relevancia para la existencia en general y para la vida de la persona. Por último, la teología reconoce que se deben clarificar las relaciones de la religiosidad en general con lo que el mensaje cristiano llama Revelación y gracia.
La experiencia religiosa no es un simple estado emocional, un sentimiento indefinido o una función del subconsciente, sino un comprender con la mente, hacerse conscientes y seguros. Es el proceso de un “darse”, por el cual quien lo experimenta conoce una determinada realidad. Y es real. Tiene relación con la realidad de este mundo, aunque no sea de naturaleza mundana. Una relación que puede percibirse de distintas maneras; pero siempre de tal forma que ahí se revele un significado peculiar, que otorga positividad incluso a lo aparentemente negativo. Lo así entendido se hace real y poderoso, grande y sublime, triunfador, tierno, íntimo, individual y, a la par, universal y capaz de aglutinar las grandes variedades del existir. Lo numinoso se une a lo sagrado y, a la vez, proporciona significado al ser humano que logre ser partícipe de esa experiencia, al punto de que tal participación es la salvación. Esta santidad la advierte de modo inmediato la intimidad de nuestro ser: el sentimiento, el corazón, la conciencia. Pero rápidamente nuestro espíritu interrogador trata de desentrañarla con preguntas y de expresarla mediante imágenes. Nacen así las distintas doctrinas y reglas religiosas: mitos, cultos, sistemas educativos, filosofías religiosas, etc. Esto nos lleva a preguntarnos qué es lo sacro en cuanto ser existente, la experiencia y la reflexión humanas responden que es lo divino. Y ¿qué es lo divino? Una respuesta puede decirnos que lo divino es el mundo mismo. Pero su réplica puede ser interpretada de variados modos. Para el panteísmo clásico, lo divino es el fundamento primero de la naturaleza, la potencia primordial de la historia. Para la filosofía existencialista lo divino es el modo en que resplandecen las cosas. Otra respuesta únicamente la conocemos con claridad por la Revelación, donde lo divino solo puede partir de Dios.
Este Dios no es el mundo ni el hombre, ni la historia ni la existencia. Dios es única y plenamente Él mismo. No necesita del mundo para ser; aunque el mundo no existiera, sería y no le faltaría de nada. El mundo es ideado, creado, dirigido y gobernado por Dios. Lo divino es el carácter que el mundo posee por el hecho de haber sido creado por Él. Es el carácter que el mundo tiene por el hecho de que Dios está en él, lo domina, lo mantiene, lo sepa el mundo o no. Es el hecho de que Dios guía los acontecimientos, prosigue su obra, quiéralo el mundo o no. De ahí la relación en que se halla el hombre o la mujer, su sentido, el soplo que lo alienta; la sensibilidad otorgada por esa proximidad divina; la intimidad que todo lo supera, y la amenaza y la exigencia que todo ello conlleva. Esto es lo divino. Poner al sujeto que lo experimenta en relación con Aquel de quien procede y al que retorna. Esta experiencia religiosa, esta aproximación a lo divino, este estar con Dios, es cierto que se dirigen en última instancia a Él. Sin embargo, su imagen y sus exigencias las pone el hombre o la mujer al servicio de su caprichoso arbitrio. Lo que parece manifestación de Dios, con frecuencia, no es más que un modo de autoafirmación del ser humano; y lo que afirma ser una faceta divina a menudo no es más que la superposición en el absoluto de su propio ser. Esto que parece imposible, no es más que una consecuencia de la voluntad divina de que el hombre tenga iniciativa propia. Una iniciativa que le permite alzarse contra lo divino cuando el ser creado no quiere obedecer, sino ser dueño de sí mismo. Cuando no desea considerar el mundo como préstamo de Dios, sino poseerlo como propiedad soberana. Por ello, aunque solo lo divino cuenta, la gran tentación estriba, desde el inicio de los tiempos, en querer alargar la mano y agarrar lo que solo Dios puede dar.  

José Antonio Puig Camps. AGEA Valencia (Dr. Ingeniero y Sociólogo)
Blog: http://josantoniopuig44.blogspot.com.es/
Twitter: @japuigcamps
Publicado 08-12-2018

domingo, 18 de noviembre de 2018

EL DISCERNIMIENTO EN LA VIDA


La vida actual ofrece enormes posibilidades de acción y distracción, y el mundo las presenta como si fueran todas válidas y buenas. Todos estamos expuestos a cambiar rápidamente de opinión, es como si tuviéramos un mando a distancia de la tele y, ante las alternativas que se nos presentan en la vida, estuviéramos expuestos a un zapping constante. Sin la sabiduría del discernimiento podemos convertirnos con facilidad en marionetas a merced de las tendencias del momento. Somos libres, pero esa libertad obliga a examinar lo que hay dentro de nosotros y lo que sucede fuera de nosotros para poder reconocer los caminos de la libertad plena, por ello estamos obligados a examinarlo todo y quedarnos con lo bueno. Opinión, libertad, discernimiento, cuestiones que nos conducen a preguntarnos ¿cómo vivo yo? Tenemos experiencia de vivir. Impulsos internos e influjos externos efectúan en mí múltiples procesos. Y en ellos, unos se realizan necesariamente, sin darnos cuenta, tales como movimientos involuntarios que responden a estímulos o a sucesos positivos o negativos, la coacción en sus múltiples formas y todo lo que incluimos bajo el nombre de rutina. En cambio otros, soy yo realmente el que actúa y, como consecuencia, me debo responsabilizar de ello. En aquellos, los no voluntarios, la acción no procede de mí y en consecuencia la acción libre no pertenece de modo único a la persona. En los otros, la acción libre pertenece de modo único al que lo realiza, manifestándose el verdadero “yo”.
Cuando me pregunto “cómo vivo yo”, se trata de saber cómo el “yo real”, con su libertad real, vive en el mundo real. Un mundo donde no solo se da el sustrato material de procesos físico-químicos –cómo en el reino inanimado-, ni solo el anónimo sujeto de los fenómenos biológicos –como en vegetales y animales-, sino también la persona libre, capaz de acción. Capaz de elegir libremente lo bueno y lo malo. Para poder enjuiciar la diferencia que existe entre lo que es bueno y permisible, de lo que no lo es, el ser humano debe tener un modelo de valores que permita distinguir una cosa de otra. Discernimiento, lucidez o sensatez. Cualidad que nos permite actuar con reflexión y precaución para evitar posibles daños. Instrumento de lucha personal para seguir mejor cada momento de nuestra vida, preparación para el debate diario y posibilidad de no dejar pasar el momento que nos permita mejorar en nuestra vida, saber cómo estamos viviendo. Ese discernimiento en nuestra vida no solo es necesario en momentos extraordinarios, o cuando hay que resolver problemas graves, o cuando hay que tomar una decisión crucial. No pensemos que debemos saber discernir solo en situaciones extremas o relevantes. Saber discernir en lo pequeño, en lo que parece irrelevante nos examina de nuestra capacidad para elegir adecuadamente y nos prepara para lo grande. La magnanimidad, la generosidad y la nobleza de espíritu, se muestra en lo simple y en lo cotidiano.
El discernimiento es una gracia y aunque incluya la razón y la prudencia, la supera. Se trata de vislumbrar nuestra misión en la vida, ese proyecto único e irrepetible que Dios tiene para cada uno y que se realiza en medio de los más variados contextos y límites. No está en juego solo un bienestar temporal, ni la satisfacción de hacer algo útil, ni siquiera el deseo de tener la conciencia tranquila. Está en juego el sentido de mi vida, el cómo vivo yo. Esta gracia, como tal, no requiere capacidades especiales ni está reservada a los más inteligentes o instruidos, sino a los más humildes. Exige silencio para percibir mejor el lenguaje que nos interprete el significado real de las inspiraciones que creímos recibir, para calmar las ansiedades y recomponer el conjunto de la propia existencia. A todos, ese silencio nos permite dejar nacer una nueva vida iluminada por el Espíritu, que requiere partir de una disposición a escuchar: al Señor, a los demás, a la realidad misma que siempre nos desafía de maneras nuevas. Solo quién está dispuesto a escuchar tiene la libertad para renunciar a su propio punto de vista parcial o insuficiente, a sus costumbres, a sus caprichos.
No es exagerado decir que buena parte de nuestro bienestar depende de saber renunciar. Seguramente la palabra “renuncia” ya genera animadversión a muchas personas. No es para menos. Vivimos en una cultura que nos invita todo el tiempo a conseguir y a acumular, no a renunciar. Una cultura que relativiza todo y que, como consecuencia, nos hace acreedores a tener todo sin importar los medios para alcanzarlo. Es la antesala de la corrupción material fruto de la corrupción espiritual. Una ceguera cómoda y autosuficiente donde todo termina pareciendo lícito: el engaño, la calumnia, el egoísmo y tantas formas sutiles de procesos autorreferenciales. Unos procesos que van construyendo su propia realidad aplicando principios y reglas generados internamente, egoístamente, sin discernimiento alguno. Las personas que sólo son autorreferenciales parecen centradas en sí mismas y son arrogantes, pues, carecen de referencias externas. Cuando una sociedad se aclimata a vivir con esa corrupción espiritual pierde la capacidad de discernimiento, lo acepta todo, lo permite todo, lo relativiza todo. Una corrupción qué, como un cáncer, va creciendo inexorablemente en todos los niveles de la sociedad.  La honradez se convierte en un autosacrificio y es cuando la sociedad está condenada al ostracismo.
¿Cómo vivo yo? ¿Nos sirve para algo tener más calidad de vida, más longevidad, más comunicación, si al final el sentido común se viene abajo? ¿Tengo la capacidad natural de juzgar los acontecimientos y eventos de forma razonable? Estas y otras muchas preguntas deberíamos hacernos para ir construyendo el entramado de nuestra forma de vida. Para distinguir algo de otra cosa, señalando la diferencia que hay entre ellas. Tener la capacidad y prontitud para diferenciar lo verdadero de lo falso, lo justo de lo injusto, la sabiduría de la ignorancia, el bien del mal..., eso es el discernimiento. Una condición esencial en nuestra vida que progresa educándose en la paciencia, en la generosidad –hay más dicha en dar que en recibir-, estar dispuestos a renuncias hasta darlo todo. Si asumimos esta dinámica, entonces no anestesiaremos nuestra conciencia y la abriremos generosamente al discernimiento, el cual no es un autoanálisis ensimismado o una introspección egoísta, sino una verdadera salida de nosotros mismos hacia el misterio de Dios, que nos ayuda a vivir la misión a la cual nos ha llamado para el bien de los demás.

José Antonio Puig Camps. AGEA Valencia (Dr. Ingeniero y Sociólogo)
Blog: http://josantoniopuig44.blogspot.com.es/
Twitter: @japuigcamps
Publicado 18-11-2018

sábado, 27 de octubre de 2018

SEPULCROS BLANQUEADOS


El presentar como real algo que no lo es, lo llamamos fingimiento. El panorama de nuestra sociedad está repleta de fingimiento, de simular y aparentar lo que en verdad no se es. Lo malo es que esta tipología está arrasando en nuestras vidas. A tal extremo llegamos que cuando escuchamos que alguien es merecedor de llamarse experimentado nos miramos recelosos y sonreímos. Vivimos en un mundo donde la experiencia se está menospreciando, más aún, se está ninguneando. Ya nadie acepta que el ocupar un puesto de relevancia en la vida profesional sea por valía propia y más si ese puesto es político. Todo se puede alcanzar con el amigo adecuado, con la adscripción de pertenencia al poder de turno o con la familiaridad de quien te examina. El nepotismo actualmente está sustituyendo a la meritocracia. Los medios de comunicación nos venden siempre lo que en ese momento interesa, y los políticos al uso están machaconamente poniendo en duda lo que experimentados políticos, juristas o científicos han demostrado o aconsejado. Se llega al tal punto que, como decía Mario Benedetti, “Cuando teníamos todas las respuestas, de repente nos cambiaron las preguntas”, una frase que viene a decirnos que lo que hoy es experiencia mañana es obsolescencia. Con ello se pretende que lo importante en la vida ya no es la experiencia, lo experimentado, lo probado, sino que lo sustancial es adaptarse a los nuevos tiempos, amoldarse a la casuística de la vida sin importar sus consecuencias.
Mucho sabía Charles Darwin sobre la adaptación de los seres humanos, fruto de ello fue su libro “El origen de las especies”. Una teoría científica de la selección natural, o la preservación de las razas preferidas en la lucha por la vida. Hitler interpreto al pie de la letra esta selección natural al considerar la evolución respecto a la “supervivencia del más apto” y, con ello, llevar a cabo el genocidio en una escala sin precedentes, un asesinato en masa premeditado de millones de civiles inocentes llamado Holocausto. J.A. Nicolás Ruiz de Santayana decía que quién olvida su historia está condenado a repetirla, pero parece ser que nuestra sociedad no solo olvida la historia sino que la adultera. Es la pura hipocresía de los sepulcros blanqueados. Una metáfora emplea por Jesús, en el Evangelio de San Mateo, para comparar a los fariseos con sepulcros blanqueados, relucientes por fuera, pero llenos de podredumbre repugnante y vomitiva en su interior. Sepulcro blanqueado es sinónimo de ocultamiento de la corrupción. La mentira es la palabra que acompaña siempre a la hipocresía. Los nuevos sepulcros blanqueados están revestido de cargos públicos, doctorados, masters, currículos impresionantes y todo tipo de medallas.
A pesar de que muchos han tildado de epopeya del disparate la teoría de Darwin sigue teniendo muchos partidarios entre los nacionalistas, chauvinistas, xenófobos o separatistas. Estos doctrinarios, manejan con pericia la manipulación para controlar sutilmente a las personas, o a la sociedad, adulteran los datos y la historia a su antojo con tal de conseguir el fin perseguido. Los independentistas catalanes son maestro en esa manipulación que van desde las creencias históricas (en 1714 hubo una guerra de secesión que acabó con Cataluña sojuzgada) hasta las económicas (España nos roba, fuera de España seríamos más ricos). Afirmaciones que repetidas continuamente a través de cualquier medio a su alcance se hacen verosímiles a los incautos e ingenuos que aún creen en la posibilidad de esa independencia. Es la hipocresía de una parte de España capaz de cualquier tipo de patrañas con tal de alimentar su codicia y mantener sus acomodadas situaciones, sin importarles quebrar la soberanía nacional, provocar una estampida empresarial, bloquear las instituciones, romper la convivencia o generar el caos. A estos separatistas se les unen muchos políticos que persiguiendo otros fines, aunque semejantes en el fondo, están suscitando una situación potencialmente incendiaria que, como era de temer, está generando una violencia entre la sociedad que difícilmente se va poder resolver.
Sepulcros blanqueados que, con una imagen exterior de pulcritud, destilan odio y rencor por todas partes. Incapaces de dar respuesta a los verdaderos problemas de España como el de Cataluña, la productividad, el envejecimiento poblacional, el endeudamiento público, el sistema de pensiones, el educativo, el autonómico…, prefiere dedicarse a la exhumación de Franco o a la Memoria Histórica. Hipócritas que toman decisiones destructivas y luego quieren racionalizarlas diciendo que no era eso lo que habían querido hacer o decir. El daño colateral, sin embargo, ya está hecho tanto en lo económico como en lo social y moral. Luego siempre existe una excusa para todo, un pretexto o una justificación. La incertidumbre de las acciones del gobierno son de calado, cuando no es la mentira de un ministro -que dimite- lo es de otro, con la cara más dura, que se mantiene en su puesto. Pero todo esto ya no es extraño en un gobierno que ejerce con naturalidad la mentira y tienen, como jefe, a un farsante con doctorado incluido. Sepulcros blanqueados inconsecuentes con sus ideas, que predica agua y bebe vino. Donde sus propios intereses no coinciden con los intereses de la mayoría, por mucho que el señor Tezanos maquille sus encuestas. Con un moralismo explicito pero inconsistente que exige a los demás lo que ellos son incapaces de mantener. Con un presidente que predicaba en la oposición lo que ha sido incapaz de mantener una vez ha conseguido el poder –y solo en unos pocos meses- y que, sin vergüenza alguna, cambia del blanco al negro en horas.
Sepulcros blanqueados, era el calificativo y la queja de Jesús antes los fariseos, hipócritas, puritanos, que se dedicaban a despellejar a todos los que no eran como ellos. Jesús se queja de aquellos hombres de leyes, amargados y resentidos, que siempre estaban pendientes de zancadillear sus actuaciones con el único fin de poder acusarlo. Hombres que en algún momento habían gozado de poder y privilegios y a los que poco importaba la vida de los pobres, las injusticias y los derechos humanos. Personajes que, instalados en sus conciencias adormecidas y acomodados en su egoísta y egocéntrico bienestar, se creían con derecho de juzgar y condenar. Jesús les recriminó que se dedicaban a mirar la paja en el ojo ajeno siendo incapaces de ver la viga que había en el propio ojo. Es probable que la situación ignominiosa que vivimos en España empeore, que nuestros gobernantes crezcan en su aldeano partidismo y en su absoluta incompetencia y que nuestra sociedad siga engatusada con las noticias precocinadas de muchos medios de información. Sin embargo el pensamiento más elevado, las palabras más claras, el sentimiento más grandioso, seguirán siendo: la alegría, la verdad y el amor. 


José Antonio Puig Camps. AGEA Valencia (Dr. Ingeniero y Sociólogo)
Blog: http://josantoniopuig44.blogspot.com.es/
Twitter: @japuigcamps
Publicado 27-10-2018