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MI Frase
"Cuando la vista se cruza con el deseo, haz que impere la razón".
(José A. Puig)





viernes, 28 de marzo de 2014

LA SINGULARIDAD DEL SER HUMANO



El ser humano se diferencia de todos los grandes monos antropoides por la bipedestación (su posición en pie). Este rasgo requiere, anatómicamente hablando, muchas transformaciones que diferencian al “homo sapiens” del resto de los animales. Entre otros aspectos diferenciados, estas transformaciones hacen que la mujer tenga una disminución relativa de la oquedad central que sirve de canal del parto, así como una pérdida de alineamiento, de ese canal, con los órganos de la gestación, lo que la hace ser la única hembra que precisa ayuda para dar a luz.
El paleontólogo Juan Luis Arsuaga, en su libro “El primer viaje de nuestra vida”, dice que en todos los otros mamíferos el llamado canal de parto es muy breve, en cambio en las hembras humanas es muy prolongado y sinuoso, esto hace dificultosos los nacimientos. Además al acercar las piernas para poder andar, se produce un claro estrechamiento de la pelvis, que también hace que parir sea una tarea más dificultosa.
Otra gran diferencia, en la mujer, está en que ese ángulo entre útero y vagina es el necesario para que los órganos sexuales externos de la mujer permitan el coito frontal, una singularidad de primer orden en la reproducción humana ya que se diferencia de otras especies, por ello, en tener la vagina orientada hacia delante.
El paleontólogo Arsuaga indica otra razón contundente de esa dificultad en los nacimientos, cual es, el aumento del tamaño de la cabeza de nuestros bebés en comparación con otras crías de mamíferos: “Nuestro feto tiene un cerebro al nacer que es como el de un chimpancé adulto” por ello tiene que salir al exterior antes de encontrarse maduro para vivir por sí solo, de lo contrario el tamaño cerebral sería tan grande que no podría nacer.
Ese nacer antes (prematuridad), en relación al resto de especies animales, obliga a la participación de terceros para que le cuiden y protejan debido, entre otras razones, a la inexistente movilidad del nacido para conseguir autoalimentarse. El cuidado de otros humanos a esa prole, tan necesitada de prolongados y esforzados trabajos para cuidarla y alimentarla, no existe en otras especies, donde esas cargas solo es asumida por el macho progenitor.
Esto lo vemos en aquellas especies en las que la movilidad de las crías es muy restringida, como en las aves y en el hombre (prematuridad al nacer e inacabado desarrollo cerebral), donde, de ordinario es la pareja progenitora la que reparte o comparte sus cuidados y acopio de alimentos. Estas parejas suelen ser, además, las mas estables entre todas las especies animales, donde la monogamia abunda en cerca del 95 % de las especies conocidas de aves.
En definitiva, por esa arquitectura pélvica de la mujer, están en estrecha relación: el bipedismo, la frontalidad sexual, el parto con necesidad de ayuda, la prematuridad, la aguda dependencia y la escasa movilidad de la cría. Todo ello lleva a considerar que el “cuidado” pasa a ser lo propio del hombre y de la familia, es decir, el “homo sapiens” necesita dar y recibir para sobrevivir y ser viable como especie. Es aquí donde el hombre/la mujer da cuenta de su singularidad mediante cuidar (dar) y el cuidado que recibe, que forman parte de la historia de la humanidad, de tal manera que allí donde no hay familias se debilita la apreciación de la inédita singularidad del hombre.
José Antonio Puig Camps –Doctor Ingeniero y Sociólogo- Grupo de Estudios de Actualidad (Abril 2014)