El ser humano se diferencia de todos los grandes monos
antropoides por la bipedestación (su
posición en pie). Este rasgo requiere, anatómicamente hablando, muchas
transformaciones que diferencian al “homo sapiens” del resto de los animales. Entre
otros aspectos diferenciados, estas transformaciones hacen que la mujer tenga
una disminución relativa de la oquedad central que sirve de canal del parto,
así como una pérdida de alineamiento, de ese canal, con los órganos de la
gestación, lo que la hace ser la única hembra que precisa ayuda para dar a luz.
El paleontólogo Juan Luis Arsuaga, en su libro “El primer viaje de nuestra vida”, dice
que en todos los otros mamíferos el llamado canal de parto es muy
breve, en cambio en las hembras humanas es muy prolongado y sinuoso, esto hace
dificultosos los nacimientos. Además al acercar las piernas para poder andar,
se produce un claro estrechamiento de la pelvis, que también hace que parir sea
una tarea más dificultosa.
Otra gran diferencia, en la mujer, está en que ese ángulo
entre útero y vagina es el necesario para que los órganos sexuales externos de
la mujer permitan el coito frontal, una singularidad de primer orden en la
reproducción humana ya que se diferencia de otras especies, por ello, en tener
la vagina orientada hacia delante.
El paleontólogo Arsuaga indica otra razón contundente de esa
dificultad en los nacimientos, cual es, el aumento del tamaño de la cabeza de
nuestros bebés en comparación con otras crías de mamíferos: “Nuestro feto tiene un cerebro al nacer que
es como el de un chimpancé adulto” por ello tiene que salir al exterior
antes de encontrarse maduro para vivir por sí solo, de lo contrario el tamaño cerebral
sería tan grande que no podría nacer.
Ese nacer antes (prematuridad), en relación al resto de
especies animales, obliga a la participación de terceros para que le cuiden y protejan
debido, entre otras razones, a la inexistente movilidad del nacido para
conseguir autoalimentarse. El cuidado de otros humanos a esa prole, tan necesitada
de prolongados y esforzados trabajos para cuidarla y alimentarla, no existe en
otras especies, donde esas cargas solo es asumida por el macho progenitor.
Esto lo vemos en aquellas especies en las que la movilidad
de las crías es muy restringida, como en las aves y en el hombre (prematuridad
al nacer e inacabado desarrollo cerebral), donde, de ordinario es la pareja
progenitora la que reparte o comparte sus cuidados y acopio de alimentos. Estas
parejas suelen ser, además, las mas estables entre todas las especies animales,
donde la monogamia abunda en cerca del 95 % de las especies conocidas de aves.
En definitiva, por esa arquitectura pélvica de la mujer,
están en estrecha relación: el bipedismo, la frontalidad sexual, el parto con
necesidad de ayuda, la prematuridad, la aguda dependencia y la escasa movilidad
de la cría. Todo ello lleva a considerar que el “cuidado” pasa a ser lo propio
del hombre y de la familia, es decir, el “homo sapiens” necesita dar y recibir
para sobrevivir y ser viable como especie. Es aquí donde el hombre/la mujer da cuenta de
su singularidad mediante cuidar (dar) y el cuidado que recibe, que
forman parte de la historia de la humanidad, de tal manera que allí donde no
hay familias se debilita la apreciación de la inédita singularidad del hombre.
José Antonio Puig Camps –Doctor Ingeniero y Sociólogo- Grupo
de Estudios de Actualidad (Abril 2014)