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MI Frase
"Cuando la vista se cruza con el deseo, haz que impere la razón".
(José A. Puig)





sábado, 20 de abril de 2013

Fundamentos del Principio de Igualdad



La idea de justicia, según la cual todos los hombres, sin condición alguna, tienen los mismos derechos (en el sentido de que todos debemos ser tratados igualmente) procede, en esencia, de la Biblia que nos dice que “Dios creó al hombre a su imagen y semejanza” (Gn. 1,26). Aquí es donde se fundamenta la conciencia jurídica de la Biblia, que lo enunció, en el Antiguo Testamento, y se ratifico, con mayor profundidad, en la figura de Jesucristo. Es en Jesucristo donde la humanidad tiene su origen común y su destino común.

Para quien cree en Jesucristo no hay ni hombres ni mujeres, ni esclavos ni libres, ni judíos ni griegos, sino que en la fe son todos unos y los mismos. Es en esta doctrina de fe en la que se funda la idea europea de la justicia, basada en los iguales derechos originarios de todos los hombres. Existe un orden originario que atribuye a cada uno “lo suyo”, como validación de lo que le pertenece y lo que no le pertenece. Aunque no es posible encontrar el fundamento de esta pertenencia en cualquier realidad perceptible.

Los contratos humanos, convenios, costumbres, leyes y constituciones, pueden y son criticadas desde el punto de vista de lo justo. Incluso la propia justicia necesita, para averiguar lo que es justo e injusto, comparar el producto con el orden originario, aquel que atribuye a cada uno lo suyo de manera clara, valida e indiscutible. Al recurrir a la “Justicia”, al decir “esto no es justo”, estamos apelando en última instancia a aquella ley no escrita, que es la madre de todas las leyes justas: “al orden originario”, que estamos constituyendo en ley. Es entonces cuando estamos enunciando algo esencial sobre la igualdad y la desigualdad de los hombres. Pero también nos damos cuenta de que ese orden originario no es humano, está por encima de nosotros, es supra humano y supra terreno. 

Todo hombre del cual decimos que le corresponde algo es, en este respecto, igual a otro hombre. Se ha fijado ya su participación y lo que le corresponde, puede referirse a la justicia y apoyarse en ella, y ya tiene un lugar en la estructura de ese orden dentro de la cual le corresponde “lo suyo”. En definitiva, estamos diciendo en conciencia que lo que le corresponde es “algo justo”.

Sin embargo, nuestros sentidos nos hacen percibir que, en cada uno de nosotros, hay aspectos iguales y otros desiguales al compararnos con otros seres humanos, pero la experiencia (lo percibido y vivido) no me dice si aquello, que es igual en todos, es o no esencial en el sentido de que pueda o no cuestionarse cuando trate de repartirlo. ¿Es pues justo, lo que es igual?, aquí es donde entramos en una cuestión de fe (de confianza). ¿Qué es justo o injusto para un fundamentalista? ¿Qué es justo o injusto para un hombre en situación extrema de su vida?, etc.

En la antigüedad griega, de Aristóteles, se consideraba que no todos los hombres tenían los mismos derechos. Estos derechos estaban relacionados con el desarrollo de sus capacidades racionales, es decir de la “razón”. Por ello las mujeres, jóvenes y esclavos, por su menor desarrollo de sus capacidades racionales, eran tratados con menor igualdad y derechos. Aristóteles, en su división dual del alma, consideraba a los esclavos poseedores solo de la parte humana del alma no racional, capaz de comprender los razonamientos pero no de elaborarlos.

La igualdad, actualmente venerada, es una noción reciente en la historia del pensamiento humano, cuya idea apenas existía antes del s. XVIII. La naturaleza profundamente anti-humana y violentamente coactiva del igualitarismo fue claramente mostrada en el influyente mito griego de Procrustes, quien forzaba a los viajeros a acostarse en una cama y si eran muy largos les cortaba aquellas partes del cuerpo que sobresalían, mientras que a los que eran más pequeños les estiraba las piernas. Por eso se le daba el nombre de Procrustes [el estirador]. Este personaje mítico solo persigue un descabellado objetivo “estético” y personal, cuyo ideal de la igualdad no necesitaba justificación. Sin llegar al tipo de argumentación nula de Procrustes, aunque utilizando argumentaciones similares, algunos “igualitaristas” tampoco han necesitado justificación alguna para establecer su concepto endémico de igualdad. Para Hitler los no iguales, es decir aquellos que no eran de raza aria (raza noble), eran perseguidos y asesinados.

Los modelos evolucionistas, en historia natural, tuvieron gran influencia en los científicos, del s. XIX, a la hora de considerar la “diferenciación” como el principio rector del cambio social. Todas las sociedades formaban parte de un contínuum que iba de lo simple a lo complejo, donde la diferenciación conducía a las sociedades hacia una complejidad cada vez mayor, y la complejidad creaba fuerza, riqueza y flexibilidad. Las sociedades mas fuertes (principio darwiniano aplicado a las ciencias sociales) son las que sobreviven.  Los científicos políticos, sociólogos, antropólogos e historiadores, buscaban la definición de una variable que midiese la diferencia relativa de unas sociedades con otras, para así catalogarlas en grupos. En términos generales, y a largo plazo, la diferenciación creciente significaba el avance social.

Si el dilema entre igualdad o desigualdad, ha sido defendido o criticado a lo largo de la historia del pensamiento humano, si algo está claro es que la convicción de la igualdad jurídica de los hombres obtuvo su fuerza o vigencia, y la sigue teniendo hoy, por virtud de una creencia religiosa o metafísica. Y allí donde se arruinen los fundamentos de creencia sobre los cuales se apoya la conciencia europea de la justicia, se arruinará también la idea de los derechos iguales.
Autor José Antonio Puig Camps. Ponencia dada en la Jornada Académica “Proyecto Igualdad” (Paterna (Valencia), 27 de Abril 2013)