Los
líderes de todos los países que forman parte de la Unión Europea (UE), con la
excepción del Reino Unido, dieron comienzo el 16 de este mes una cumbre
informal en Bratislava con la intención de abordar los retos comunes que
afronta el futuro comunitario. Una cumbre que llega en el peor momento de una
Europa atacada por las crisis: la de los refugiados, la amenaza terrorista, el
débil crecimiento, los riesgos de nuevas fisuras económicas y las consecuencias
del Brexit.
Una
Europa, con el mínimo entusiasmo de los comunitarios por un futuro común. Una Europa,
donde cada miembro va a lo suyo, sin importarle los principios y los valores
que son los cimientos de su construcción. Una Europa a la deriva, incapaz de
imaginar su futuro puesto que se ha desentendido de su pasado, sin percatarse
de que el punto de partida de todo liderazgo político y de toda planificación
ha sido entender profundamente su historia.
La
historia ha demostrado que aquella concepción de una Europa unida trajo grandes
logros: paz, desarrollo y bienestar. Pero todo ello no ha asegurado una clara
identidad europea, una clara solidaridad de los pueblos, un claro concepto de
la subsidiaridad principio base de la Unión Europea. Hoy está en juego el
estilo de vida del ciudadano europeo, los valores europeos y la persistencia o
la desaparición de las naciones europeas. La Unión Europea comenzó cómo
asociación económica y más tarde se convirtió también en asociación política,
sin embargo no ha sido capaz de actuar cómo fuerza soberana. Si la UE, gracias
a su pragmatismo y relativa flexibilidad, fue capaz de dar soluciones
estructurales únicas, hoy se evidencia que algo se ha estropeado, algo ha
fallado.
Europa
parece paralizada, incapaz de responder a las tentaciones del repliegue
nacionalista y del populismo. Le falta un proyecto unificador que mire al
futuro, un modo de funcionamiento más eficaz y democrático, faltan hombres de
estado, líderes que den confianza e impliquen a la gente. Nadie es capaz de
alzar la voz ante los partidarios de la vuelta a la soberanía de las naciones,
que van poco a poco ganando terreno y obstaculizando, y si lo hacen pasan
desapercibidos. Europa está sin cabeza, está ausente o en posición de acusada.
En
Europa, el único motor que está ronroneando es el franco-alemán. François
Hollande y Angela Merkel se reunieron en París la víspera de la cumbre de
Bratislava. La canciller alemana confiando
en que la agenda establecida en Bratislava "hará avanzar Europa" y el
presidente francés, aconsejando que “debemos ser lúcidos sobre la situación que
vive Europa”. Pero para avanzar con lucidez, se hace necesario que los
mandatarios europeos observen las razones que han llevado a los británicos a
dejar la Unión Europea. Europa no está viviendo actualmente una crisis
cualquiera, se trata de una crisis existencial donde es incapaz de conocer el
camino que debe seguir.
Mientras
todos estos problemas están encima de la mesa, España se despierta días tras
día con el único problema de si Rita Barbera debe o no dejar de ser senadora.
La presencia parlamentaria del ministro de economía español, señor de Guindos,
tras la petición insistente de los grupos parlamentarios, no ha sido para
conocer la salud económica de España, sino para saber por qué se designó al
señor Soria para el banco mundial. Y con una Europa sin cabeza, nosotros nos
contentamos con un país sin gobierno.
José Antonio Puig Camps.
AGEA Valencia (Dr. Ingeniero y Sociólogo)
Twitter: @JapuigJose