Vivimos
en un mundo donde, cada uno de sus huéspedes, carecen de tener clara la idea de
para que estamos aquí y, lo que para mí es más importante, cual es nuestro
propósito y misión en esta vida que se nos ha regalado. Porque la vida, a pesar
de las contrariedades que aparezcan en ese caminar, es un regalo. Un regalo de
Dios, al que debemos de responder con un propósito y una misión. Somos seres
humanos con raciocinio y con necesidades que van más allá de comer y
divertirnos, que también. Dios nos ha creado para buscar la felicidad, para
amar y para querernos tanto como Él nos ama. Somos conscientes de que la vida
tiene múltiples facetas: momentos maravillosos, placenteros o, por el
contrario, tristes, deprimentes y angustiantes. Pero la vida debe seguir y ello
nos obliga a mantenernos perseverantes en nuestro propósito y misión en la
vida. Parafraseando a Tolstoi, si no tomamos la vida como una misión, dejaría
de ser vida para convertirse en infierno.
Jesús
en su vida pública nos mostró su misión. Lucas nos lo indica: El sábado, según su costumbre, entró en la
sinagoga y se levantó para leer, le entregaron el libro del profeta Isaías,
y lo abrió por un pasaje claramente referido al Mesías: El Espíritu del Señor está sobre mí por lo cual me ha ungido para
evangelizar a los pobres, me ha enviado para anunciar la redención a los
cautivos y devolver la vista a los ciegos, para poner en libertad a los
oprimidos y para promulgar el año de gracia del Señor. En estas palabras se
describía la misión del Mesías la redención de todo mal, la liberación de la
esclavitud del pecado y de la muerte eterna. Es la primera declaración pública
de su mesianismo y en ella establece su propósito y misión de su vida. No tuvo
reparo en hacerlo públicamente y además en Nazaret donde todo el pueblo lo
conocía. También aquí se manifiesta la visión que de Jesús se tiene: creer en
Él, creer en la persona y en la misión de Jesús, seguirle de cerca, ser su
discípulo.
En
un mundo de tanto retos y desafíos como en el que vivimos, en una sociedad tan
exigente como en la que interactuamos, a menudo nuestros sueños, propósitos y
metas se ven obstaculizados por situaciones, circunstancias y barreras que
muchas veces nos desvían la mirada de nuestro propósito y misión. En este caso
necesitaremos de alguna virtud que nos refuerce para garantizar el éxito
deseado, la perseverancia es esta virtud. En la vida de Jesús observamos
también el valor de la perseverancia en la vida, lo vimos en la Virgen al
insistir a su hijo que convirtiera el agua en vino en las bodas de Caná. En
otro episodio, precisamente en el camino a Caná, un funcionario real de
Cafarnaúm salió al encuentro del Señor, tenía un hijo enfermo y mucha fe en
Jesús. Por eso se le acercó a él y le rogaba que bajase y curara a su hijo,
pues estaba muriéndose. El Señor se dirigió a los que le rodeaban, y dijo: Si no veis signos y prodigios, no creéis.
Pero el padre no cejaba: Señor, baja
antes de que se muera mi hijo. Conmueve esta insistencia, sabe que el
camino a Cafarnaúm es largo, por eso sigue insistiendo con cierta premura.
Entonces le dijo Jesús: Vete, tu hijo
vive. El Señor hace el milagro, como tanta veces, por la perseverancia en
la petición. San Juan nos dice que este fue el segundo milagro en Caná.
Nosotros
debemos dar sentido a nuestra vida, tener clara la misión por la que estamos
aquí y como conseguirla. Es nuestra razón de existir, nuestro cometido, que nos
obliga a pensar por qué haces las cosas, que voluntad y determinación te
exiges. Perseverar es una cualidad humana que permite mantenerse constante en
la insistencia de lo comenzado. Teniendo siempre presente que lo que hagamos,
nuestra misión, es un cometido o deber moral que el ser humano considera
necesario llevar a cabo para cumplir el propósito establecido desde nuestra
creación: ser feliz. Cada uno encuentra la felicidad a su manera, pero también
es verdad que cuando uno se siente útil ayudando a los demás y/o poniéndose al
servicio de otros, es feliz siempre. El regalo de la vida se debe utilizar
adecuadamente, buscando la respuesta apropiada a cada situación que se nos
presente. Todas tus respuestas están dentro de ti, lo creas o no. Pero para
encontrar esas respuestas necesitas paz interior, ese sentimiento de bienestar
que experimenta una persona que se siente bien consigo misma, tranquila y
relajada a nivel interno.
Hoy
son pocas aquellas personas que pueden disfrutar de una vida tranquila. Vivimos
en una sociedad conflictiva, hostil, con hogares convertidos en verdaderos
campos de batalla, donde la vida en lugar de un regalo es una desgracia, donde muchos
se ahogan en sus emociones por no conseguir una tranquilidad permanente que
sólo es producida por la paz de Dios. Somos libres y responsables de todos
nuestros actos, las situaciones de hambre, venganza, odio, guerra, injusticia,
que encontramos tienen respuestas: compartir, perdonar, amar, paz y
solidaridad. Caín somos todos, cada uno de nosotros cuando dejamos que en el
corazón nazca la envidia, el egoísmo, la ambición, cuando no compartimos y
somos violentos. Ahí radica nuestro propósito y nuestra misión: convertir el
mal en bien, pero para eso debemos ser desprendidos. El valor del
desprendimiento consiste en saber utilizar correctamente nuestros bienes y
recursos evitando apegarse a ellos y, si es necesario, para ponerlos al
servicio de los demás. El que solo se ama así mismo no tiene capacidad para
amar a los demás.
José Antonio
Puig Camps. AGEA Valencia (Dr. Ingeniero y Sociólogo)
Blog:
http://josantoniopuig44.blogspot.com.es/
Twitter:
@japuigcamps
Publicado 16-06-2018
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