Hace
casi dos mil años, la Verdad fue sometida a juicio y juzgada por la gente que
era adicta a las mentiras. De hecho, la Verdad enfrentó seis juicios en menos
de un día completo, tres de los cuales fueron religiosos, y tres fueron legales.
Al final, pocas personas implicadas en esos acontecimientos podían responder a
la pregunta, "¿Qué es la verdad?". La verdad no es simplemente lo que
funciona. La verdad no es lo que hace sentir bien a la gente. La verdad no es lo
coherente o comprensible. La verdad no es lo que la mayoría dice que es la
verdad. Aquellos que siguen la filosofía del escepticismo simplemente dudan de
toda verdad. Los discípulos del postmodernismo no afirman ninguna verdad, en
particular su patrón Frederick Nietzsche la define como ilusiones y en su obra
filosófica “Sobre verdad y mentira en sentido extramoral” muestra que al hombre
no le importa lo más mínimo la verdad, le es indiferente. Y una cosmovisión
popular manifestará que todas las afirmaciones de la verdad son igualmente
válidas. La palabra “verdad”, en hebreo (emeth), significa "firmeza,"
"constancia," y "duración”. Tal tesis implica una sustancia
eterna y algo en que se puede confiar.
Vivimos
en un mundo escéptico, sin credo y sin confianza. Un mundo que solo cree lo que
ve y, muchas veces, ni eso. Somos una sociedad tan incrédula que no somos
capaces de creer en nosotros mismos. Solo queremos vivir sin problemas,
deseamos que nadie nos cree dificultades y nos sentimos cómodos en la tibieza. La
tibieza es principalmente una actitud de la voluntad, una decisión consciente,
un estado admitido a sabiendas. Seres adormecidos que nunca han pensado en
tomar una decisión respecto de su voluntad. Estos tibios están siempre
alejándose de la verdad, en realidad poco les importa pues viven siempre
apartados de todo aquello que les pueda incomodar, y la verdad incómoda. Esta
forma de vivir acomodaticia me recuerda a la fábula del “síndrome de la rana
hervida”, del escritor suizo Olivier Clerc. Si colocamos una rana en agua hirviendo,
el animal inmediatamente da un salto y sale del agua. Pero si colocamos la rana
en agua tibia y vamos aumentando lentamente la temperatura hasta que hierva, la
rana no salta. Se queda allí sentada y muere. Cuando nos adaptamos a llevar una
vida de bienestar, alejada de afectos, ternura o amor, estamos en realidad
apartando toda espiritualidad de nuestro ser, estamos aceptando vivir –como la
rana- en agua tibia, que al ir subiendo de temperatura nos irá alejándonos de
la posibilidad de huir. Es en realidad una incapacidad para cambiar nuestro
estado de reposo y escapar de la angustia que nos rodea.
La
tibieza nos quita toda fortaleza, una virtud que nos llama a tener la valentía
de enfrentarnos a las verdades que nos rodean y que somos incapaces de ver. La
fortaleza implica decisión, conocimiento y confianza, disposiciones para
afrontar los peligros y las adversidades por una causa justa. Implica
resistencia, paciencia, humildad y acción. Es importante que vayamos
conquistando ese valor que nos ayude a salir de la tibieza y manifestarnos con
la verdad. Hay un nivel de verdad, vitalmente importante para los seres
humanos, que se encuentra más allá del mundo natural demostrable y explicable.
En realidad esta verdad es a menudo más importante y esencial para los seres
humanos porque es una verdad eterna, inmutable, que no queda nunca a merced de
las diferentes teorías históricas y del capricho de los científicos. Esta
verdad es nuestro alimento espiritual, para fortalecer nuestra existencia. Una fortaleza
espiritual que es reserva de fuerza moral que permite perseverar en la acción
aun cuando todo parezca perdido, que es reserva de valentía que cada uno tiene
dentro de su corazón.
Hemos
creado un mundo material, funcional, práctico, científico. Un mundo lleno de
agua tibia, alejado del “porqué” de las cosas. Un planeta con grandes inventos que,
siendo importantes, no han alterado “quiénes” somos como seres humanos, no nos
han descubierto la verdad de nuestro ser, ni de la razón de nuestra existencia.
Inventos que nos han facilitado la vida de tal manera que nos hacen perder el
camino para salir de nuestra tibieza. Un camino que no encontramos al buscarlo
fuera de nosotros, para hallarlo necesitamos apartarnos del mundo ruidoso y
frenético que nos aleja de nuestro interior y comprender por qué estamos aquí. Es
la travesía que nos lleva al palacio de la sabiduría, al encuentro con la
Verdad, y que está dentro de cada uno de nosotros. Necesitamos el silencio para
que Dios entre en nuestros corazones y nos muestre el camino de la verdadera
belleza.
Durante
los seis juicios de Jesús, el contraste entre la verdad (justicia) y las
mentiras (injusticia) fue inconfundible. Ahí estaba Jesús, la Verdad, siendo
juzgado por aquellos cuyas acciones, estaba bañadas en mentiras. Pilato y los
líderes judíos pensaron que estaban juzgando a Cristo, cuando, en realidad,
ellos eran los que estaban siendo juzgados. La verdad es totalmente
inalterable, no está regida ni por el espacio ni por el tiempo. Las ilusiones
son alterables y la percepción de las cosas cambiante. Ni ilusiones, ni
percepciones sirven para encontrar la verdad. Es la fe el puente tendido en el
tiempo para conocer la verdad, para conectarnos con el más allá, para ponernos
en presencia de Dios. Es la fe lo que nos permite apartarnos de la tibieza de
este mundo y darnos la guía para encontrar la Verdad.
José
Antonio Puig Camps. AGEA Valencia (Dr. Ingeniero y Sociólogo)
Blog:
http://josantoniopuig44.blogspot.com.es/
Twitter:
@japuigcamps
Publicado
02-01-2018
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