El gobernar se puede
estudiar cómo una ciencia, pero su práctica no deja de ser un arte. Se nace o
no se nace para ser un buen gobernante, al igual que para ser un gran músico,
pintor, etc. Una carrera te puede dar los conocimientos, pero el arte de
gobernar nunca se adquiere con un libro delante, requiere inspiración,
intuición, experiencia y clarividencia. Otro rasgo de gran importancia es que
sea culto, una cultura amplia, solida, sustentada, que permita tener una gran
flexibilidad de criterio. Los buenos gobernantes, o que pretendan serlo, deben
aceptar la pluralidad de opinión, ser tolerante ante sus contrarios y abierto a
toda corriente que lleve a la verdad.
El político, que pretenda
llevar a término una buena gobernanza, no puede pensar que la verdad es la
suya, ya que entonces no será un buen político, será un fanático, un dogmático.
El solo hecho de no tolerar que exista una verdad distinta, lo descalifica cómo
político y cómo persona. Un hombre culto, sensato y honesto, es al fin y al
cabo un humano, y cómo tal, puede tener momentos de desvío e incluso de
intolerancia; pero no será la regla, será la excepción.
El
liderazgo de los gobernantes ha sido históricamente entendido cómo
indispensable para todo sistema político, al permitir la estabilidad y evitar
la tiranía. Sin embargo el concepto de liderazgo virtuoso ha sido discutido de
formas y maneras a lo largo de la historia de la humanidad. Desde la visión
filosófica de Platón (La República) que postuló que la dirección política debía
estar en manos de gobernantes que fueran sabios filósofos, pasando por la
visión sociológica de Max Weber, que afirmaba que el liderazgo debía ser
entendido cómo una relación social, en la que el elemento central es la
aceptación del mismo por los seguidores, hasta la visión actual del concepto de
líderes políticos, el liderazgo ha ido adoptando diferentes aceptaciones.
En la actualidad, los
líderes políticos se enfrentan, sin duda, a numerosos y mayores desafíos. Por
un lado las sociedades modernas han avanzado en su nivel de complejidad, cómo
consecuencia de un mundo global, donde los líderes encuentran difícil la
concreción de sus objetivos, condenados a defraudar y a no cumplir con las
expectativas que en ellos han sido depositadas. Es aquí donde comienza a
producirse el divorcio entre la política y la sociedad. Por otro lado, está la
fragmentación y diversidad de las demandas que se les exige a diario, que dificulta aún más la tarea de
construir una cultura común y una serie de valores compartidos. Sin olvidar, el
complicado panorama actual, en cuyo seno, muchas viejas certezas ideológicas se
hayan en desasosiego, y otras están siendo derribadas. Todo esto hace que la
elaboración de discursos capaces de aglutinar amplia aceptación social, resulte
muy complejo.
Actualmente, la falta de
liderazgo en algunos países europeos ha trastocado los cimientos democráticos y
ha propiciado el caos económico y social. Casos como los de Grecia, o el más
reciente del Brexit en Gran Bretaña, son claros ejemplos, entre otros, de la
falta de gobernanza y de lo que, un aprendiz a gobernante, puede traer a su
país. La política necesita de líderes que sepan que cuando las circunstancias
cambian sus posicionamientos deben también cambiar. Lo único que es irrefutable
es que hay que gobernar. Un país no puede estar sin gobierno. Los políticos
deben garantizar la gobernanza de un país, pues de no hacerlo están cometiendo
una sedición que puede llevar a una guerra. Cuestión, por desgracia, conocida
en Europa, y en España.
José Antonio Puig Camps. AGEA Valencia (Dr.
Ingeniero y Sociólogo)
http://josantoniopuig44.blogspot.com.es/
Twitter: @JapuigJose
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