Por muchos
años, varias ramas
dentro de las
ciencias biológicas y de la salud han identificado una serie de procesos
conservados, durante los cuales una dosis baja o subletal de un agente o
estímulo estresante es capaz de activar una
respuesta adaptativa que incrementa la
resistencia de una
célula u organismo frente a un estrés mucho más severo
y muchas veces letal. En realidad, este no es un concepto nuevo; ya F.
Nietzsche decía: «Lo que no me mata, me fortalece». Esa respuesta adaptativa
que ocurren en células y organismo al tratar de acomodarse a un agente tóxico o
dañino se le llama “hormesis”.
Algo parecido está
ocurriendo en nuestra sociedad, donde bajas dosis de estímulos estresantes nos
está haciendo inmunes a cualquier tipo de situaciones que se nos presenten. Con
ello estamos dejando de advertir la decadencia cultural que no promueve el amor
y la entrega. Estamos inmersos en una sociedad donde, hoy, es fácil confundir
la genuina libertad con la idea de que cada uno juzga cómo le parece, cómo si
más allá de los individuos no hubiera verdades, valores, principios que nos
orienten, cómo si todo fuera igual y cualquier cosa debiera permitirse.
El excesivo
individualismo está representando un creciente peligro a una hormesis que nos
desvirtúa cómo seres humanos. Las tensiones inducidas por una cultura
individualista exagerada de la posesión y del disfrute generan dentro de
nosotros dinámicas de intolerancia y agresividad. El ritmo de vida actual, el
estrés, la organización social y laboral, son factores culturales que están
poniendo en riesgo la posibilidad de opciones permanentes: la familia, el
matrimonio, los hijos, etc. La libertad para elegir, que permite proyectar la
propia vida y cultivar lo mejor de uno mismo, puede degenerar en una
incapacidad de donarse generosamente cuando no tiene objetivos nobles y
disciplina personal. Huimos de los compromisos, huimos de todo aquello que nos
pueda atar y condicionar nuestra vida individual y caprichosa.
Nassim Nicholas Taleb
plantea, en su último libro “Antifrágil”, la necesidad de que el ser humano
tenga, y acepte, los fracasos de su vida. Las situaciones adversas, los
fracasos en dosis pequeñas hacen al individuo fuerte y resilente. Pero en grandes dosis destruyen. Pero cuando
a lo que nos enfrentamos es a nuestros propios agentes tóxicos: la envidia, la
falsedad, el orgullo, los celos, el odio, los recelos, etc., la dosis ya no
importa, siempre dañaran nuestra existencia. Cuando esos agentes entran en
nuestro cuerpo, el principio de funcionamiento de la hormesis no siempre está
claro, ya que cualquier efecto positivo que pudiera existir en nuestras vidas
quedará eclipsado por el efecto negativo del agente tóxico.
La complejidad de los
temas que se están planteando en nuestra sociedad tiene que reavivar nuestra
conciencia. Los debates que se dan en los medios de comunicación o en
publicaciones van desde un deseo desenfrenado de cambiar todo sin suficiente
reflexión o fundamentación, a la actitud de pretender resolver todo aplicando
normativas generales o derivando conclusiones de algunos planteamientos que en
su día tuvieron sentido. En nuestra sociedad ha llegado el momento y la
necesidad de una unidad de ideales, principios y de praxis, pero ello no debe
impedir que subsistan diferentes maneras de interpretar algunos aspectos de esa
unidad, recordando siempre que aunque a pequeñas dosis el organismo no sucumbe
a la ponzoña, a la larga puede destruirlo.
José Antonio
Puig Camps. AGEA Valencia (Dr. Ingeniero y Sociólogo)
http://josantoniopuig44.blogspot.com.es/
Twitter:
@JapuigJose
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