Si
pudieramos tener conciencia de lo efimera de nuestra vida, tal vez, pensariamos
dos veces antes de ignorar las oportunidades que tenemos de ser y de hacer felices
a los que nos rodean. Nos entristecemos por cosas pequeñas y perdemos un tiempo
precioso. Nos callamos cuando deberiamos hablar, y hablamos demasiado cuando
tendriamos que estar en silencio. Nos quedamos parados, sin poner al
descubierto nuestro afecto y cariño hacia la persona querida y, sin embargo,
manifestamos nuestros desaires con la mayor tranquilidad sin darnos cuenta de
la perplegidad causada a aquel que nos ama. Tenemos miedo de amar, pero no de
hacer daño.
Pasamos
los días sin ser conscientes de que no hemos cambiado, de que seguimos igual
que el día anterior, de que hemos desperdiciado los momentos, ¡preciosos
momentos!, de manifestar ese sentimiento, propio del ser humano, que se llama cariño,
aprecio, amor. Perdemos momentos de nuestras vidas sin ser conscientes del
regalo tan grande que nos ha hacho Dios con darnos la oportunidad de vivir.
El
tiempo pasa. Pasamos por la vida y no vivimos, sobrevivimos superando pruebas y
pensando en el mañana sin disfrutar del hoy. Vivimos con el sentimiento
lastimero que nos hace vivir muertos el resto de nuestras vidas. Así lo dice San
Juan de la Cruz (Vivo sin vivir en mi): “
¿qué muerte habrá que se iguale a mi vivir lastimero, pues si más vivo, más
muero?” Nos consumimos, comparando nuestras vidas con la de aquellos que
poseen más, sin hacerlo nunca con los que tienen menos y así, cuando más vivo
más muero.
Sin
embargo, somos resilientes, tenemos esa capacidad de sobreponernos a periodos
de dolor emocional y situaciones adversas, más aún, tenemos la fortaleza de
hacer de nuestros fracasos catapultas para nuestros exitos futuros. Es, en esos
momentos, cuando se despierta la conciencia de la vida, cuando salimos de la
distracción para centrarnos en nuestras realidades, en nuestras capacidades,
talento e inteligencia para superar barreras y conseguir metas soñadas.
No mires
atrás, lo que pasó, pasó. Lo que perdimos, perdimos. Mira hacia delante. Mi
padre, cuando alguién le decía que no olvidaba ni era capaz de perdonar, le
decía que el Señor nos había dado ojos para mirar hacia delante y no hacia
atrás. El vivir, con el peso de lo que podrías haber hecho y no lo hicistes, de
lo que tendrías que haber dicho, o no, ante la ofensa, de lo que podrías haber
amado y no lo hicistes, y un gran etc., solo puede hacerte perder el estimulo
de disfrutar y vivir el tiempo que aun te queda y, lo más importante, que tus
seres queridos disfruten de tu alegría de vivir.
Debemos
encontrar el camino que nos permita vivir cada hora del día con plena
conciencia, con la mente y el cuerpo despiertos. Lo contrario será vivir en
distracción, sin darnos cuenta de que estamos vivos. Malgastamos los minutos y
los días, pensando lo que podría ser mi vida y no lo es. Debemos disfrutar plenamente
de lo que tienes, pues siempre hay ejemplos que quisieran tener lo que tu tienes
y desprecias. Ya Calderón de la Barca en un fragmento de “La vida es sueño”, lo
muestra: “Cuentan de un sabio que un
día// tan pobre y mísero estaba,// que sólo se sustentaba de unas hierbas que
cogía. //¿Habrá otro, entre sí decía,// más pobre y triste que yo?;// y cuando
el rostro volvió// halló la respuesta, viendo// que otro sabio iba cogiendo//
las hierbas que él arrojó”.
Cuando
estaba hospitalizado, tenía que estar en cama sin casi poderme mover dado la
cantidad de bolsas con antibioticos, suero, proteinas etc, que me ponian. La
quimioterapía me había dejado sin fuerzas, era un ser inutil que necesitaba la
ayuda de los demás para todo, si, para todo. Un día el enfermero me preguntó
que es lo que me gustaría hacer y yo le dije: me gustaría podeme duchar solo.
Nunca, hasta entonces, había valorado tanto lo que antes tenía: la autonomía de
hacer, tomar o ir a donde quisiera. Nunca me había dado cuenta, hasta entonces,
de que cada día podía levantarme sin ayuda, andar sin ayuda, comer sin ayuda,
ducharme sin ayuda o respirar sin ayuda. ¡Cuantas gracias tengo que dar ahora a
Dios por permitirme hacer todo aquello que entonces no podía!.
No
valoramos lo que tenemos. Vivimos angustiados al compararnos con el espejismo
de lo que deberiamos tener y no tenemos. No tenemos conciencia de la vida. El
tiempo en que vivimos, poco o mucho, dependerá de cómo tu hayas dirigido tu vida:
con alegría de vivir o con la impaciencia de que vas a morir. Porque, incluso,
la conciencia de morir nos debe animar a vivir más y mejor. Un texto no existe
hasta que puede ser leido, una vida no existe hasta que no tienes conciencia de
ella.
José Antonio
Puig Camps. AGEA Valencia (Dr. Ingeniero y Sociólogo)
http://josantoniopuig44.blogspot.com.es/
Twitter:
@JapuigJose
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