Noviembre es el undécimo y penúltimo mes del año en el calendario
gregoriano, que se inicia con dos celebraciones católicas: “Todos los Santos”,
el primer día, y “Fieles Difuntos” el segundo. La Iglesia Católica extiende la
celebración, de este último día, durante todo el mes dándonos así la oportunidad
de que tengamos días y días para recordar a aquellos que, de una forma u otra,
marcaron nuestras vidas.
Recuerdo y veneración de los antecesores mediante nuestros “altares”
de fotos y recuerdos que forman parte de nuestro mobiliario casero, como si
fuera un “ajuar” filosófico de la familia. En los cementerios se muestra ese
recuerdo, ese aferrarse a “su presencia”, con las sepulturas de los muertos, mostrándonos
así que los hombres tienen todavía obligaciones respecto a ellos después
incluso de que hayan muerto. Estas obligaciones convierten al hombre en el
único viviente que tiene relaciones vinculantes con sus difuntos.
Pero dar sepultura no consiste simplemente en enterrar los
restos, pues el asesino no da sepultura a su victima sino que la entierra para
olvidarse de ella, consiste en marcar y separar un espacio, el espacio de
nuestro muerto, dejando allí la señal que permita reconocerlo y poder volver
allí. No es olvidarlo, sino mantener su recuerdo y cariño, como, queriendo
extender su presencia entre nosotros un poco mas.
Es por ello que no hay sepultura sin memoria y sin hábito de
volver, que es el que hace al habitante y el que funda la habitación
(“habitamos” del latín “habeo” = poseer), el lugar al que volvemos. En la
sepultura se manifiesta que los difuntos no murieron solos, que alguien cuidó y
cuida de ellos, es el lugar que aun nos queda de ellos, el lugar y sus
recuerdos. La muerte así se transforma en un “querer no morir”, en un sentir de
que, ese ser querido, aún habita en nosotros.
El católico da un paso mas, y hace de ese recuerdo un
continuo dialogo con la muerte, quitándole todo lo que de obscuro y triste
tiene y transformándolo en una oración y en una comunión que nos mantiene con
el deseo del reencuentro con ese ser querido. El difundo nos ha precedido, en
ese fin que a todos nos guarda, y nos aguarda en el lugar preparado por Cristo
para los que en el creyeron y esperaron.
El muerto ya no está triste, mas aún, no quiere que tu estés
triste pues como dice el poema: Le duele el alma/ cuando te veo llorar, / se me
encoge el corazón/ cuando te veo sufrir. De esta manera Noviembre se transforma
en una celebración continua, en un recuerdo que trae a la memoria lo que aquel
anciano dijo a su hijo, triste y desolado cogido a aquella mano fría de su
padre, “no estés triste por mí pues no puedo permitir, hijo mío, que esté
triste el día de mi boda con la muerte”. Era una muestra mas de amor y de
esperanza.
José Antonio Puig Camps (en memoria de nuestros difuntos)
Noviembre 2013
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